Sábado, 20:00, Coca Cola Stage
Foto por Darío Contreras
Uno de los más esperados debuts que se produjo este fin de semana recién pasado en nuestro país fue el de Arctic Monkeys. Alex Turner y compañía llegaron, quizás sin saberlo, a un punto de Latinoamérica que siempre ha tenido una sensibilidad especial con las bandas británicas, y donde su sonido ha generado amor y odio a partes iguales durante años. En otras palabras, las expectativas estaban disparadas, más aún tras el éxito -ahora sí- mundial que les reportó “Suck It and See”, su última placa.
Se respiraba la ansiedad en el aire cuando los de Sheffield se subieron al escenario, y la explosión era inevitable con los primeros acordes de ‘Don’t Sit Down ‘Cause I’ve Moved Your Chair’. Los temas empezaron a sucederse uno tras otro, como ráfagas de metralla directa a los tímpanos, a una velocidad que de a poco se volvía alarmante. El cuarteto británico estaba tirando demasiados temas, demasiado rápido, y tras las primeras siete u ocho canciones cabía preguntarse qué tendrían reservado para más adelante.
Y lo cierto es que esa misma urgencia pasó la cuenta, llevando a que un set agendado para una hora y media apenas alcanzara los 70 minutos de duración (con encore incluído). No hay nada que alegar en cuanto a calidad o ejecución. Tampoco corresponde usar esto como argumento para cuestionar la posición de Arctic Monkeys en el cartel. Son, gustos aparte, una de las bandas más cotizadas del mundo hoy en día. Una que está no sólo en su mejor momento, sino que en su mejor forma tras haber encontrado la fórmula que más les acomodaba. Arctic Monkeys vino a toda velocidad a nuestro país, y si hay algo que se le podría criticar a su show sería eso: que fue demasiado rápido.