Por Beatriz Videl
En un mundo donde las cosas más serias no aparecen por arte de magia, el éxito es algo que se paga con sudor y esfuerzo. Reinventarse no es fácil, sobre todo cuando el trabajo pasado vuelve a ser popular.
Adam Green (34) no es conocido precisamente por su silencio sobre cuestiones que se le cruzan por la cabeza. Fuera de su mordaz ingenio, el cantante ha hecho una carrera única y, hoy por hoy, está de gira con su banda presentando los hits que nos vieron crecer y un adelanto de los nuevos temas que acompañarán a Aladdin, su segunda película.
Tiene sentido que alguien que se toma su tiempo para lanzar un nuevo álbum, se haya permitido hacer esperar a su público durante una hora. La gente comienza a acercarse al escenario de Blondie al ver iluminarse los instrumentos. Sin darnos cuenta, todos estábamos saltando. Algunos más enardecidos que otros, el público cantó y bailó como si se tratase de un concierto de puro y duro rock. Decidido a empujar el show con excentricidad, Adam Green ancló un espectáculo que recorrió casi todos sus discos.
Y aunque es obvio, lo que más se agradecía eran los temas de Friends Of Mine (2003), estábamos alegres, estábamos románticos, y cualquiera que viniera detrás de otro, lo cantábamos y estaba todo bien. Verlo en un ridículo traje de Aladino y saltando por el escenario como un conejo, a ratos lanzándose al público, hace difícil creer que el mismo gringo de ojos saltones que formó The Moldy Peaches, luzca todavía como un veinteañero. Pero toma el micrófono y su tono es el de un tenor que ha compartido demasiado vino con demasiadas mujeres, en demasiados bares.
Es, precisamente, esa lucha incesante entre la juventud y la edad lo que lo hace fascinante. Adam parece sorprenderse, incluso con algo de vergüenza, por la riqueza del sonido que sale de su boca. Y nosotros también. Poniéndose a sí mismo a prueba, a ratos intenta ser Leonard Cohen, luego Jim Morrison, y a veces Elvis en Memphis. Pero cuesta imaginar a Cohen o Elvis cantando: “No hay manera incorrecta de follarse a una chica sin piernas”, como lo hace en ‘No Legs’.
Las melodías están tan bien hechas y las letras son tan inaudibles, que entonces qué importa. Con la rapidez e incongruencia de un iPod Shuffle, pero con una poesía impecable y ritmos esquizofrénicos, no hay otra alternativa; sólo nos queda bailar. Después de una hora de pasión, agarró su guitarra y nos regaló un momento acústico. El show corroboró la naturaleza que sostiene a un artista que chorrea ingenio por cada poro. Esa es básicamente es la esencia de Adam Green, un joven que se ganó el reconocimiento negociando con el fatalismo y el concepto de que nada dura para siempre. Y al final del día, es difícil discutir con un hombre que ve el mundo de manera franca.
Fotos * Pedro Mora