Mucho se ha hablado en los últimos tiempos de nuevos músicos que han sido empujados por el algoritmo de Youtube para ser virales, conseguir contratos discográficos y visibilidad cimentando su carrera hasta un (pequeño) estrellato. Nombres como Boy Pablo, Cuco y la propia Clairo son citados como casos en los que el sistema del gigante del video decide que sus canciones te van a interesar y te las recomienda. No es cinismo, pero en el mundo tecnológico es difícil creer en las casualidades. En el caso de ella, además, está el hecho de que su padre es una figura conectadísima con altas esferas multinacionales, entre ellas de la industria musical. Esto, que parece una introducción para cuestionar sus méritos, en realidad, es todo lo contrario. ¿De verdad importa?.
Pues, evidentemente, no. Que vivimos en un mundo en el que la igualdad de oportunidades es una quimera es un hecho. Pero tampoco podemos decir que nos tome por sorpresa, de Tolstoi, hijo de la nobleza, a Karen Blixen, educada en los mejores colegios de Europa, la ventaja de cuna siempre ha sido el punto de partida básico. Y, tengo malas noticias: lo seguirá siendo. Para siempre.
Pero, como queda dicho, a la hora de enfrentarse a la música y el directo de Clairo, da un poco igual. El Acer se está convirtiendo, por derecho propio, en el escenario más interesante de las últimas ediciones de Lollapalooza porque lo suelen ocupar los artistas emergentes y que consideran que aún no pertenecen a los escenarios principales. Esto a veces trae problemas debido a que mucho público puede querer presenciar el despegue de una carrera. Recordados son el debut en Chile de Lorde (¿uno de los mejores shows de toda la historia del festival?. Seguramente). Camila Cabello, St. Vincent, Tove Lo y Melanie Martínez. Por lo que parece lógico su emplazamiento en ese mismo lugar.
Retomemos. ¿Importa el background?. Quizás para hablar de otras cosas, pero no sobre lo que ocurrió sobre el Acer el pasado viernes. Clairo, sobre el escenario, parece una chica normal, vestida con ropa normal y con el mismo aspecto que tantas otras chicas de su edad. Vende lo mismo que en esos primeros videos de Youtube que la hicieron famosa, una adolescente subiendo covers o canciones propias frente a una webcam. Quizá vende eso porque no está vendiendo nada. Porque hay mucha verdad en lo que transmite. Curioso contraste, su pop, un punto convencional, suena mucho más sincero y “real” (da grima la palabra), que la “autenticidad” (da grima la palabra) roquista de Greta Van Fleet.
Una puesta en escena que se pasa de modesta (la banda, una insípida proyección fija) pero que, a la postre, funciona. Porque paseándose por el escenario, a veces con guitarra, a veces liberada de ella, cantando (muy bien), con un aspecto un poco nerdy (esas lentes sacadas de una película de Molly Ringwald), con la cara roja como un tomate como una turista gringa a la que no le advierten sobre el agresivo sol chileno, es todo lo que su público, jovencísimo, inmensamente mayoritario femenino, es lo que deseaba.
Y cumple. A la perfección. Simpática, cercana, quizá con un repertorio un poco corto (por cada ‘Pretty Girl’ o ‘Flaming Hot Cheetos’ hay otro tanto de relleno). Pero el concierto se hizo corto, incluso duró menos de lo anunciado, ella pareció disfrutar tanto como los que estábamos bajo el sol abrasador y todo resultó como estaba previsto.
¿Hay dudas sobre qué puede ofrecer en el futuro?. Como lo dicho sobre su pasado, da bastante igual. Ella es una artista del presente y su presente es absolutamente disfrutable. Ah, sí, y Clairo cumplió su promesa con la “saxophone girl”, pero eso es sólo un ejemplo más de que Clairo es el hoy. Mañana ya veremos.