Muchas horas de rock in opposition, literatura mística, hermandad y una que otra droga. A grandes rasgos, de eso se trata Cazuela de Cóndor, una banda cuya postura es la peor pesadilla de un programador radial y un deleite para los tímpanos deseosos de incitación. Pasión, Pánico, Locura y Muerte, su debut (sin contar un registro en vivo del 2005), es una caminata por lo más desconcertante que ha parido el puerto de Valparaíso. Un engendro que recoge la cosecha que, en cinco años de enfermiza sicodelia, ha acumulado este grupo de amigos y cómplices en el delirio. Cuatro compañeros que, junto a diversos invitados, montan una obra retorcida y cautivante en sus devaneos estilísticos.
Armados de metáforas y de una encomiable apatía hacia el formato canción, Cazuela de Cóndor se agazapa, se tensa, grita y salta como si la Tierra acabase en cualquier minuto. Dueños de una técnica fina, no reparan en esfuerzos para hacer que el disco active el sistema nervioso: locuciones, chiflidos y percusiones variopintas (entre un largo etcétera) concurren a la extraña cita que es Pasión, Pánico, Locura y Muerte. En un mundo que celebra los cables a tierra, el grupo ha ensamblado una conexión directa hacia el firmamento, donde hay estímulos suficientes como para terminar despidiéndose de la razón y de lo impoluto. Que no quede títere con cabeza.