Los artistas regresaron al país con un primer LP en conjunto, y lejos de descansar en el éxito y efervescencia de la placa, tomaron la oportunidad para revisitar sus versiones e historias, elevar el concepto, y transformar una fiesta de viernes por la noche en un rincón de recarga sudamericana.
El mundo es una mierda, al menos nos queda la fiesta. En esta parte del planeta, en la punta sur del continente, todo parece ir en picada siempre. Nunca hay plata, cuando hay trabajo está mal remunerado y precariza. Cuando queremos cambiar los sistemas, se enaltecen figuras tan ridículas como peligrosas; avanza el fascismo, la droga y la pobreza. Y aún así vamos pa’l club.
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Con el otoño recién llegado, los argentinos de Ca7riel y Paco Amoroso debutaron como dupla discográfica en Baño María. El disco, propuesto como una fiesta bajo sus reglas desde un lanzamiento no oficial pero oficial en Lollapalooza Argentina, siguió e-d-mizando la movida urbana, copó Tik Tok con un hitazo tipo ‘The Girl is Mine’ o ‘Ella y Yo’ en claves modernas, y los tiene recorriendo el mundo en una larga gira que, nuevamente, los traerá a Chile para Lollapalooza 2025.
Una fiesta de largo aliento que tenía todos los componentes para ser predecible como la historia que se nos repite en la cara, sin embargo, hay algo más que parece loop en la región: el entusiasmo. Aprovechando todas las cartas, en un escenario de versión reducida –en comparación a lo que habíamos visto en internet–, y con una Blondie repleta con espíritu de viernes por la noche, los músicos no descansaron en la necesidad de la audiencia de grabar sus coros ni bailar bajo algún efecto.
Abriendo el show con un setlist cargado al disco de 12 canciones, el dúo tiene ese típico entusiasmo pero también sed de club, de entenderlo como un pequeño oasis de esparcimiento en medio del denso todo. Con mucha más pulcritud, concentración y despliegue que algunos pares de escena que tiran a la fiesta como rincón de evasión en lugar de desarrollo y ocio, Ca7riel y Paco Amoroso expanden su propuesta con performance estética, una banda que hace crecer un montón sus canciones, y una complicidad –entre ellos y con nosotros– que se va cocinando a Baño María.
De mucho a mucho más, el concierto en Blondie no se trató de un viaje en orden que le hiciera gala al concepto literal de la placa. Y eso estuvo bien. Tomar una obra y moldearla para que pertenezca a la biografía, aunque se haya hecho en un camp a ritmos de Miami, termina de darle ese calorcito de compañeros de colegio que se divierten con lo que hacen y nos conceden un poco de esa entretención para aliviar el peso del día a día.
Con protagonismo a sus carreras personales, hits históricos, reversiones que sacan a relucir la herencia murguera y rockera de Argentina, un ánimo poco dispuesto a bajar, coreos en función del acting más que de la performance, y un respeto para sus sombras más raperas, drillezcas, cumbieras y pop, Baño María no sólo crece en vivo por la interpretación y la onda, también por el universo en el que habita.
En ese universo, y tal como en el setlist, el disco corre tranquilo y no sostiene nada. Toma de la mano a barras ácidas y riffs juveniles suramericanos, para hacer un imaginario completo de Ca7riel y Paco Amoroso, una dupla que deja estela de seguir valorando al club como un espacio colectivo de refugio.
Si el álbum conquistó por la honestidad ligera de anhelar diversión por una noche, el en vivo deja claro que la diversión no tiene que carecer de sustancia. El encuentro en Blondie lo resumió bien. Permitirse el baile, el flirteo, el esparcimiento y el ocio, también permite reencontrarnos con varias de nuestras versiones y hacerlas una, comulgarlas en el fuero más personal para tomar fuerzas y hacer frente, en este mundo de mierda, en el que seguiremos yendo al club.