Pequeños jóvenes de parche Fun People en la mochila, camino al colegio, escondiéndose algún aro o mechón fucsia para que no los reten por ser como quieren ser. Ahora son hábiles grandes jóvenes, que entran trago a festivales y transmiten mediante redes sociales las canciones de los años dorados de su vida.
Cambian muchas cosas con el paso del tiempo. Del 2000 al 2018 hay casi dos décadas. Más panza, menos pelo, más ojeras, menos energía. Muchas cosas. Pero hay otras que siguen igual. La Nekro euforia es una de ellas. Carlos Rodríguez, con su spanglish que no es ni español ni inglés, llegó con banda al Lotus Stage, uno de los pocos no-chilenos que pisó el escenario que se ha encargado de reemplazar a Acer, en cuanto a levante de tierra.
Quince minutos antes de lo programado partió el show del argentino multifacético. Con una visual estática que dejaba en claro que nadie es ilegal, BBK alimentó esa nostalgia que tanto nos gusta. Todos los grandes jóvenes, siendo pequeños jóvenes de nuevo a punta de ‘I Do’ y ‘Brick by Brick’. Realmente hay cosas que no cambian. Nekro sigue siendo una pirinola en el escenario, su cabello siguen siendo esos dreads rubios, sólo que ahora le llegan hasta la cadera. Sigue haciendo piruetas, el público sigue armando pogos. Se revolean poleras, se levanta tierra, se grita y se lanza agua.
Hay cosas que no cambian, como la esencia de Boom Boom Kid. Hay cosas que no cambian, como este género siendo el espacio donde las chicas no estamos. Ya lo dijo la periodista Jessica Hopper: el emo, y sus hermanos, son ramas en las que no entramos por la puerta ancha. Entre polvo y botellas voladoras, sólo pude contar a cinco valientes chicas que hacían el intento de igualar la fuerza bruta para ser parte de las primeras filas y poder ver a Rodríguez.
Mientras Nekro canta sobre lo mucho que nos extraña, cómo le cambiamos la vida, lo bien que hacemos el amor y todo lo que nos necesita, sus seguidores replican con manos en alto cada frase. Y nosotras, ahí, detrás de ellos, pensando en la contradicción que significa la escena. Corazones tan rotos, que son incapaces de medir la fuerza para que las primeras líneas de público sean heterogéneas, porque al final no sólo terminan excluidas las mujeres, también los mayores y los niños. Es Lollapalooza, el público es distinto, la onda también, pero hay cosas que no cambian: esa misma escena se podía ver durante el 2006 en cualquier tocata local.
“El martes voy a estar tocando la guitarra, por ahí anda un chico repartiendo papelitos con la info”, dice BBK antes de despedirse -de verdad despedirse, porque tuvo unas 3 “últimas canciones”-. De verdad hay cosas que no cambian, para bien y para mal.
*Fotos: Karla Sánchez