Diferente, adjetivo
Que no es igual, no se parece o tiene otras características o cualidades.
Esta historia tuvo todo para ser rimbombante, majestuosa. Un talento y potencia que parecían inagotables, un show para quedar de boca abierta, y un relato poco corriente para los sesentas y setentas. Le dijeron que era diferente, el problema es que nunca le especificaron si era para bien o para mal. Al final de cuentas, fue más fácil llamarla “adelantada” por su condición de mujer negra hablando abiertamente sobre su cercanía con el goce, que decirle que no pertenecía.
Condensado a la perfección, el trabajo de Philip Cox, es la prueba empírica respecto a la importancia del afecto en los primeros años de infancia para llegar a la adultez con la confianza y las armas necesarias para, no sólo hacer lo que quieres, si no que hacerlo como nadie, como ningún hombre o mujer del momento. Y para tomar decisiones que cambian toda rutina conocida.
Lo interesante de este viaje visual, lleno de animaciones y potentes imágenes de archivo, es que es la misma artista la que nos está dando un bocado de su privacidad pero jamás de su intimidad. Si bien el fin de este trabajo es saber qué pasó con ella y por qué desapareció de la faz del arte, no es lo que se termina de lograr, y está bien. No hay datos certeros, ni fechas específicas, sólo trozos de una historia demasiado compleja para que nos apropiemos de ella como si estuviésemos repasando un pasaje de biblia.
Porque no necesitamos verla ni un minuto en cámara para llenar la vanidad del saber que está viva y en Japón, sólo nos bastó con su honestidad para hablar de cómo mutan las personas, las mujeres, y los talentos, para entender cuál es la verdadera parada de Davis en su versión más alejada del foco, pero al mismo tiempo la versión más iluminada.
Es mucho más fácil hablar de su ropa, de sus piernas, de Miles Davis, pero es bastante injusto con su historia cuando tenemos frente a nuestros ojos el legado de toda una familia negra que vio en la música una fuga; rito que ella tomó para llenar esa necesidad de vida, de fuego, de noche, que sintió durante su juventud.
Violencias en su matrimonio y la muerte de una parte fundamental de su existencia, la llevan a caer en cuenta respecto a uno de los proceso más difíciles de nosotros, los animales de costumbre: las cosas no duran para siempre, las cosas mutan. Y aún cuando ella se paró sobre escenarios, rodeada de hombres, a cantar sobre lo que quería hacerle a ellos en lugar de cantar lo que le han hecho; y superó los “deberías cambiar tu música, tu aspecto”, y se aburrió de repetir “if I was a men”, no le quedó más que entender que nuestras rutinas pueden ser algo de vida o muerte, que hay batallas que requieren mucha más fuerza de la que tenemos al llegar a ellas.
Algo en su interior se apagó, dice. Esta sed de música se trasladó a otros planos cuando los traumas de la vida le cayeron encima. Le dijeron que era diferente y entendió que no se trataba de ser el rostro de una generación. Su diferencia estuvo en dar, por sanidad, un paso al costado, porque ser diferente le costó la entereza y la pasión. Eso es lo que pasa cuando partes la carrera en el último lugar y tus contrincantes no se aburren de enseñarte cómo sentir y gritar lo que tienes dentro; a veces, cuando nos dicen que somos diferentes, nos están diciendo que no pertenecemos.