Como todo buen grupo con potencial de convertirse en algo grande, Astro ha sacado a relucir lo peor de las personas. Las críticas sobre su parecido con MGMT vienen del mismo público que valora a Nirvana o Los Tres, sin reparar en sus respectivas similitudes con Pixies o The Stray Cats, todo porque en este caso el antecedente está a la mano por su popularidad y cercanía temporal. El segundo dardo más recurrente contra el grupo tiene que ver con un factor ajeno a su control: el perfil del público que los sigue. Es cierto que el universitario burgués con delirios pachamámicos es un espécimen repulsivo, pero ninguna banda puede manejar qué clase de gente escuchará su música. Los mismísimos Prisioneros, al partir, fueron apreciados por los “pijes” del barrio alto a los que despreciaban, pero en su San Miguel natal eran unos incomprendidos.
Con “Astro” ya lanzado, luego de la expectación causada por el EP “Le Disc de Astrou” (2009), es hora de sincerarse. Por colorido, el primer álbum del quinteto se parece más a Florcita Motuda que a los cada vez más apagados MGMT. No es broma, la referencia más cercana estaba en la cultura pop chilena y no en la neosicodelia estadounidense. El vocalista Andrés Nusser armó un lúdico repertorio que aborda, desde un prisma similar al de las regresiones infantiles que provoca el consumo de ácido, la vida salvaje y el reino animal como ejes centrales. Sin pensarlo dos veces, Motuda cantaría mejor que Andrew VanWyngarden versos como “yo creía que era feliz, todavía no conocía la súper felicidad, hasta que me encontré comiendo todas las cerezas de la quinta, no se puede comer tantas cerezas en un día, te explota la guata y te nace un árbol si te tragas las pepas” (del tema ‘Pepa’).
El contenido lírico del debut homónimo de Astro no resiste al análisis capcioso, que sería una pérdida de tiempo en vista de que no hay metáforas, sino imágenes literales. Cuando ‘Colombo’ habla de conejos bailarines o ‘Manglares’ describe a elefantes surfistas, en ninguna parte se esconden manifiestos acerca de la cultura judeocristiana, ni críticas a la sociedad occidental. Lo que escuchas es lo que hay: conejos bailando y elefantes surfeando, nada más. Sin querer, y para sorpresa de la juventud pitillo que disfrutó con ‘Raifilter’ y ‘Maestro Distorsión’, Astro firmó un disco sin hits evidentes, pero con canciones que podrían gustarle a niñitos en edad preescolar; una aproximación al rock progresivo (Yes, Genesis) similar en calibre a la de Mazapán con la música medieval y renacentista. Si ‘La Chinita Margarita’ y ‘Francisca, una avispa’ ya eran un tanto lisérgicas, ¿por qué no llevar las cosas más allá y probar con ‘Panda’, ‘Ciervos’ o ‘Coco’? Las próximas generaciones, que ya están creciendo al ritmo de 31 Minutos, lo agradecerán.