1977. Año de la serpiente de fuego, según la astrología china. Muere Elvis de un ataque cardiaco empeorado por el abuso de cocaína y barbitúricos. Se enlazan los tres primeros nodos de Arpanet, lo que posteriormente mutaría en la seductora Internet que conocemos en la actualidad. En Lille, Francia, a orillas del apacible río Deûle, nace Ana María Merino Tijoux, ahuyentada de la tierra de sus padres tras los protervos avatares de la dictadura. Bajo aquella consigna, etárea y biográfica, íntima en tanto fundacional, erige nuevo álbum la reina madre del hip-hop chileno, aquella mujer con voz de niño chico y acento forastero, que hizo mover la cabeza a todos quienes tuvimos en la mano una copia en cassette, mal grabada, del ya mítico Vida Salvaje y que nos acabó de cautivar tras aquel preclaro hito de nuestra música, llamado Aerolíneas Makiza.
A espaldas quedaron bufos y presuntas vueltas de chaqueta para con el rap, lejos se divisa la estela de gente que -otrora- formó parte de su causa creativa. Lo nuevo de Tijoux es un disco de hip-hop al uso, escuela J Dilla, navegante de cadencias cálidas sobre densos breaks de batería. ¿Los responsables de la elegancia? Foex y Hordatoj, tándem que día a día sigue purificando el paladar y el discernimiento maquinal. ¿Y qué se hace para coronar un disco de rap de estas características? Invitar al hype y juntarlo con lo clásico. Stailok y Bubaseta, Cómo Asesinar a Felipes; junto a los consagrados Quique Neira y Solo di Medina, entre otros, afinan este plan de factoría exquisita y gusto confesional. Así, sin mayores humos, 1977 es un excelente y garbado desmarque a la experimentación pop de Kaos, una vuelta a los umbrales quizás, para la sutil impresión de la gran masa y la mayor alegría de los devotos del boom bap.