La última batalla de Iggy Pop fue algo sorpresivo para muchos. Nadie esperaba Post Pop Depression (2016), y por eso había tantos ojos en este documental. ¿Cómo se creó el último disco de Iggy? ¿Cómo consiguió a los músicos? ¿Qué lo llevó a tales decisiones creativas?. La idea de ver a este hombre de 68 años peleando con sus demonios, buscando este cielo americano en el cual descansar, era necesaria, pero también chauvinista. Y la sala del Teatro Oriente de llenó de gente buscando precisamente eso.
El riesgo, claro está, era que el mismo documental se perdiera en una mezcla de auto adulación de parte de la figura central de la obra, y de adulación a Iggy Pop de parte de los músicos invitados: Matt Helders, Dean Fertita y Josh Homme -el primero de Arctic Monkeys y los segundos de Queens Of The Stone Age-, que lo ayudaron en la creación de su disco. Sorpresivamente lo que se ve en la cinta es un Iggy Pop más viejo, más pensativo y menos destructivo, que se sienta en cámara a hablar de sus historias con tranquilidad. Muy diferente a lo que uno está acostumbrado.
“A veces me siento sobrepasado”, dice en un momento de la cinta. Ese tipo de frases convierte a Pop en un humano, sin dejar de lado la figura de leyenda que los otros entrevistados le dan a su nombre, haciendo que al final el personaje más honesto y con el que más congeniamos en la cinta sea precisamente Iggy Pop.
La contraparte de esto sería Josh Homme, básicamente el peor error de la cinta. Partiendo por mencionar que además de colocarse al centro del documental, como si se tratara de la historia de Josh Homme ayudando a Iggy. Esto se ve reflejado en algunos monólogos de Homme en cámara, donde se hace preguntas existenciales y pide cosas como poder tener control del tiempo para vivir por siempre ese momento de tocar con Iggy Pop. En serio. Luego, para darle historia al documental se basan en escritos del propio Homme, cosa que también hace parecer el documental como “Homme y sus sueño de conocer y ayudar a Iggy Pop”. No sé, me sentiría más cómodo viendo American Valhalla con un Josh menos envuelto en la acción, más aún después de ver que junto con Andreas Neuman, Homme es codirector de la cinta.
La otra crítica que se le podría hacer a la cinta es su duración. El resultado del disco es genial, y escuchar a Josh hablar de cómo se despertaba en la mañana viendo a Iggy Pop haciendo Tai Chi son cosas bienvenidas que uno espera de este tipo de documentales. El problema es cuando insisten tanto en algunos puntos, como por ejemplo el final de la gira: mostrando los últimos tres conciertos de la gira con lujo de detalle y la importancia que tuvo cada uno en la idea de que el sueño de trabajar con Iggy se había acabado. Lo que termina por salvar la cinta en su recta final es el momento cuando el líder de The Stooges se entera de la muerte de David Bowie y aun así va a ensayar con la banda, a sabiendas de que es lo correcto.
Al final American Valhalla es una buena idea, que de llevarse de otra manera -o de no tener el ego de Homme en medio- hubiera sido excelente. Quizás con un poco más de tiempo en la sala de edición, hubiera podido calar mucho más hondo que con los intentos de pensamientos filosóficos que nos entrega la cinta. Porque no es difícil sentirse identificado con la figura del viejo Iggy Pop, que tuvo días de gloria pero ahora se sentía estancado -en un punto acepta sin problemas, aunque con vergüenza, que varios de sus discos son un bodrio, y que si no hubiera estado tan borracho y/o drogado habría podido cuidar un poco más esos discos-, a diferencia de identificarse con este músico lleno de dinero que vive el sueño de su vida al hacer un disco con Iggy Pop y, al mismo tiempo, tiene una crisis existencial sobre que tan efímero es la situación que le toca vivir. Punto aparte para Helders y Fertita que se mantienen al margen, haciendo acotaciones justas y necesarias para la cinta, demostrando la emoción verdadera de trabajar con Osterberg.