Nací en una familia de melómanos. Gente que escucha a Schubert, Los Beatles, Caetano Veloso, Nina Simone y Radiohead. Todos juntos y a la vez. Gente que escucha mucho, casi de todo excepto música cebolla y reggaetón. Porque no dicen nada, porque son de mal gusto, porque qué chulo. Desde chica noté -a mi papá principalmente- y en un acto muy típico de la gente que escucha lo conocido como buena música, ver en menos a estos géneros ya nombrados.
Esto hizo a mi cabecita de niña de 8 años, satanizar un poco estos estilos, porque no quería que mi papá viera que su hija escuchaba música basura. Era como en Demian de Herman Hesse, en que estaban estos dos mundos, el de su casa (lo correcto, lo bueno, lo limpio y bello. Lo fome) y el de los sirvientes (la locura, lo sombrío, lo violento y raro. Lo interesante). Por muchos años estuve entre lo que escuchaban en mi casa y lo otro; entre Pedro Aznar y los reggaetones que sonaban en el patio del colegio; entre The Cure y las canciones que ponen en la Radio Pudahuel. La música para desayunar versus los perreos intensos, lo que cantaba la gente en la feria o que ponían los taxistas.
Años pasaron hasta que algo cambió en mi cabeza. Un día unos tíos me mostraron (muy en tono de reírse del vídeo) una canción ochentera a más no poder. Se llamaba ‘Geronimo’s Cadillac’. No sé si fue la estética kitsch de los efectos tan modernos, el pelo maravilloso del vocalista o el ritmo pegajoso, lo que me gustó y llamó mi atención. Es una canción que trata sobre el auto, un cadillac de un tal Gerónimo. Que es un tipo medio frío, un rompecorazones, que vuelve locas a las mujeres. Que el cadillac atrae a las conquistas de Gerónimo y hace alusión al estereotipo de la mujer interesada por lo que tiene el hombre -qué apestoso eso, por cierto-. Y repite que es un rompecorazones, que su corazón le estorba, incluso. No dice nada trascendental. La música es básica, el video es una burla. Qué mierda, ¿por qué me gusta? No sé, pero fue con esta canción que me lancé a este submundo medio escondido, a la cultura pop, a lo que le gusta a las masas.
De esto pasé a escuchar a La Bouche (a.k.a la música que ponen en los tagadás del Quisco), las cumbias de Supermerk2, fui encantándome con Gilda y Emmanuel, volví a escuchar esos reggaetones antiguos (R.K.M y Ken-Y, los pienso).
Hasta el momento mi papá aún no entiende que yo lave la loza con Pimpinela de fondo y que no sólo me sepa las canciones, sino que las goce. Que cante feliz a Marco Antonio Solís, que me guste lo que escuchaban los flaites de su época. Pero no me importa. Al contrario, canto con más ganas. Y esto no sólo se aplica a la música, está en todo. En aceptar que veía Yingo, por ejemplo. O que a veces termino conversando de Sandy Boquita o Ivette Vergara, aunque sean un tema tan banal. Se puede leer, ir al teatro, rodearse de lo establecido como cultura y ver las Kardashians al mismo tiempo. Porque no está mal que te guste la llamada música basura o te interesen personajes tontos. Es bacán escuchar música mala y tener a Depeche Mode junto a la Rocío Durcal en una misma lista. Porque estos dos mundos pueden mezclarse y convivir. Ahí está la gracia.
Autora: Isidora Páez Gómez (18 años, Santiago de Chile). Actualmente es estudiante en un preuniversitario. Se prepara para dar la PSU y entrar a Actuación, Diseño Teatral o Literatura. Eso está por verse. Es feminista e intento de fotógrafa. Viuda de Joan Rivers y madre irresponsable de un gato. Escribe esporádicamente en un blog desconocido y lucha para que salir a la calle con pijama sea socialmente aceptado.
*Ponte Ready es un laboratorio de ideas nacido del taller homónimo realizado en Balmaceda Arte Joven. Su profesora / curadora es Andrea Ocampo.