Efraim Medina Reyes, o tal vez el nuevo gurú de lo indie en la novela colombiana es un claro referente si se quiere leer algo sobre la nueva generación de narradores de este país. Su novela Érase una vez el amor pero tuve que matarlo (música de los Sex Pistols y Nirvana) publicada el 2003 por Planeta es sólo una pequeña muestra de esto. Esta novela se articula como una suerte de tríptico que mezcla las historias de Sid Vicious y Nancy Spungen paralelamente a la de Kurt Cobain y Courtney Love y en tercer lugar la de Rep (el protagonista) y Cierta Chica (que nunca es nombrada). La narración se centra en las reflexiones que Rep hará sobre el amor; el amor como un relato obsceno, el amor como una canción de rock, el amor como un suicidio. Medina Reyes atrapa al lector con una prosa ácida, concreta, rabiosa y en algunos casos algo adolescente, pues en el recurso de mezclar las historias de los personajes ya nombrados (Sid, Nancy, Kurt y Courtney) el relato se centra en la intención por parte del autor de hacer una suerte de apología generacional, donde lo indie y lo under serán parte de una serie de códigos que el autor intentará activar a partir de sus propias aventuras y desventuras.
Por un lado, y como se decía anteriormente, existe en este texto un afán por representar a través de estas parejas icónicas, un tipo de relación sentimental que Medina Reyes describe y exacerba en su prosa. Se pueden oler las piezas de moteles baratos, ver las televisiones prendidas transmitiendo video clips de Nirvana, presenciar la violencia que existe entre estas parejas y casi alucinar con los personajes y su incursión en las drogas. Sin embargo, lo que tal vez desea ser retratado con mayor fuerza es el romance en su destrucción; el amor en su patetismo. El tipo de amor destructivo que necesita víctimas y suicidios. Y por eso, las reflexiones sobre el amor perdido de Rep tomarán como referente la muerte de Kurt (suicidio), Nancy (quien es asesinada por Sid) y Sid (suicidio), proponiendo con esto a la muerte como canción triunfal de una generación que creció escuchando música punk, viendo MTV e imaginando la vida como una historieta de comic.
Por otro lado, a pesar de que esta novela intente presentar al amor (o su imposibilidad) como nudo central de las historias, y de las reflexiones que de este se despliegan, Medina Reyes y su prosa caen (sin tal vez desearlo) en el lugar común de convertir un buen montaje en un credo generacional tipo B. Quizás el efecto de no profundizar en ninguna de las historias y al homenajear constantemente a las figuras en cuestión hacen de Érase una vez el amor pero tuve que matarlo (música de Sex Pistols y Nirvana), exactamente esto último: la música de estas bandas.
A la hora de leer a Medina Reyes no hay términos medios, o se ama o se odia. Si bien hay varios tópicos de esta novela que serán tratados con mayor detención en su posterior novela Sexualidad de la Pantera Rosa (2004 Seix Barral), tal vez haya algo más que decir.
Los narradores de Medina Reyes son adultos que escriben como adolescentes, limitando la novela y sus posibilidades, pero también recreando el espacio de un submundo al cual no es fácil acceder si no se entiende el referente indie. Esto último está bien logrado, tal vez es lo mejor logrado. A pesar de esto la novela entretiene, pues este autor se caracteriza por su narración dinámica, por generar buenas historias y excelentes reflexiones a partir de las temáticas ya vistas.
Finalmente, lo que más se aprecia detrás del aparataje y del ruido que hay detrás Érase una vez el amor pero tuve que matarlo (…) es su honestidad, pues no pretende ser más que lo que dice. Y si bien, Medina Reyes se separa del canon por sus temáticas y estética, se agradecen la originalidad y autonomía desplegadas en este texto, que posicionan a esta novela como una suerte de bandera juvenil que lleva la hibridez textual, el amor suicida y algunas canciones como estandarte y marca registrada.