Muchas veces asociamos a nuestras estrellas favoritas del rock con excesos, famas y gustos excéntricos. Morrissey, por ejemplo, en su última visita a nuestro país, prohibió que sus asistentes se cruzaran en su camino, e incluso avisó que si alguno de ellos osaba mirarlo abandonaría San Carlos de Apoquindo inmediatamente.
Otro ejemplo anecdótico es Bob Dylan, quien en marzo de este año prohibió de forma tajante que los fotógrafos capturaran imágenes suyas después de una cierta distancia establecida, con el objetivo de no dejar rastros del inevitable paso del tiempo en su rostro. Esta actitud puede verse incluso nuestros nacionales como Los Tres – no crean que no soy fanático de esta banda – quienes después de cada recital se niegan a hablar con la prensa, y hacen fiestas con whisky del bueno hasta altas horas de la madrugada, sin importar que los técnicos, tramoyas y productores del evento deben quedarse hasta que ellos abandonen el recinto.
Quizás algunos encontrarán que eso se justifica debido a la devoción hacia estos “dioses”. Está bien, ellos son artistas, algunos muy prodigiosos e incluso envidiables por su enorme talento. Pero no podemos olvidar que parte jugamos nosotros en esta obra.
Supongamos que cualquier banda o solista sea el músico más seco que el tiempo y las cartas astrales hayan creado. Que su manejo con los instrumentos rebasa cualquier paradigma existente. Pero sigamos pensando que su música nunca encanta nuestros sentidos. ¿Qué sucede con él? Obviamente no consigue obtener ningún fruto de sus creaciones y su nombre pasa a ser olvidado en el imparable e indomable tiempo.
Es nuestra completa responsabilidad el que los músicos, y los artistas de cualquier nivel, sean elevados hasta el pedestal de la divinidad, del que obviamente nunca bajarán, mientras sigamos manteniendo el juego que nuestra propia devoción ha establecido.
Sé que con esta declaración no cambiaré la configuración existente entre bandas y fans. Pero simplemente quería aclarar el rol fundamental que jugamos nosotros al momento de “elevar” a los músicos hacia su condición de div@s.
No obstante, aún existen algunos que siguen creyendo en sus fans como una parte fundamental de sus carreras. Un claro ejemplo de esto es cómo el vocalista de Black Rebel Motorcycle Club salió a tocar arriba del techo de un auto con guitarra de palo una vez terminado el recital. O la borrachera que se pegó Jarvis Cocker con sus fanáticos en la puerta del hotel. Y las acción más destacable de este año, fue cuando el vocalista de Black Laber Society, Zakk Wylde se fue de farra a la esquina de Alameda con Santa Rosa tomando “Balticas” con sus fans.
Quizás aún queda la posibilidad de que la aguja del reloj comienza a girar hacia la izquierda y esta realidad cambie sólo un poco. Quizás algunos div@s reconozcan la importancia que tienen sus fans y accedan, por ejemplo, a mostrar más de un brazo por las ventanas del hotel más lujoso del país. O simplemente tendremos que conformarnos con la realidad existente, y con que esto es un sueño imposible de cumplir.
BRMC- Ain´t No Easy Way
Jarvis Cocker – Dont Let Him Waste Your Time
Bob Dylan – Subterranean Homesick Blues