“Porque si un negro corre dicen que se robó, vamos a llevarlo preso que algo se afanó. Y si un cheto lo hace no, ese pibe no robó”. A Pablo Lescano ya ni siquiera quieren bajarlo. Dos de la tarde y hace calor, igual que en las marchas, en los bares, en La Vega, calor de sol imprudente, cuando los hermanos Lescano salen a punta de timbal y octapad con la gente dispuesta desde el minuto uno. Uno de los shows más llamativos, quizás, de la historia del festival durante su edición en Chile.
Damas Gratis no es cualquier cosa. Damas Gratis es el sinónimo más exacto de cumbia villera. Con la mezcla de toda la experiencia de Pablo con Amar Azul, y la ganada con Romina en Flor de Piedra, la agrupación tiene tela para dar ancho en Lollapalooza sin problema alguno, y lo hace bastante mejor que una lista de fenómenos de medio cartel. Una nueva demostración de que el parque pide un poco más de sonidos urbanos, y que hasta los números más arriesgados pueden ser gran sorpresa.
Qué disfrute sería ver una pasada de Bad Bunny por VTR Stage o J Balvin en un Itaú, pero ahí entra la gran diferencia entre lo pintoresco y la potencia. Porque Damas Gratis es más que un hito peculiar, son la resistencia. Los músicos se pararon frente a uno de los públicos más entusiastas luego de vivir un abrupto último encuentro con Santiago, en un cancelado y turbulento concierto en el Teatro Caupolicán durante el 2015, donde público y policía se entramparon en pleito. A alguien siempre quieren bajarlo.
Esa es la gran diferencia. Damas Gratis viene a hablarnos de la cárcel, de vivir en dependencia, de la diferencia de clases, de los pacos. Y lo hace en un anti-contexto. Pablo se saca la polera y un grupo de menores salta con los “qué asco”. ¿Qué vendría siendo lo asqueroso: ser adulto, ser moreno, ese tatuaje que dice 100% negro cumbiero o las pistolas que se asoman en la cadera del vocalista? El anti-contexto cantando sobre cómo las cosas se pudrieron cuando la ley llega, las adicciones a la cocaína, el perder hermanos. Los Lescano saben de eso. Cumbia villera, de verdad. O cómo decirte un par de verdades sin que lo notes, cómo escupirte en la cara todo lo que veo sin que dejes de cantar sobre tangas.