Vengo llegando del cine de ver Tony Manero, me gustó, sobre todo al final, ya cerrada y haciendo la visión retrospectiva. La primera mitad de la película anduve asqueado con la cosa e indeciso en mi sentencia, pero en el último 25% del metraje creo que entré al meollo del asunto y a la sustancia de la obra, que es lo más interesante de éste, el segundo intento de Pablo Larraín tras la muy olvidable La Fuga.
Partamos con la capa de todo esto: la trama gira en torno a Raúl Peralta, un hermético bailarín psicópata obsesionado con ser la versión chilena del Tony Manero (como sabrán, el personaje de John Travolta en Fiebre de Sábado por la Noche). En segundo plano está la gente que convive con Raúl en una pensión-boliche de mala muerte, y donde, junto a otros tres bailarines, dan espectáculos nocturnos a los clientes. El tercer gran actor de la película, es el Chile de la dictadura, con sus calles polvorientas, con sus toques de queda, con la resistencia subterránea, con los agentes de la DINA de bigotes y anteojos ahumados, un Santiago de autos añejos, murallas añejas, productos comestibles añejos, con programas de televisión añejos de conductores añejos, …y es, al fin y al cabo, este complejo Chile de aquel entonces, el real personaje principal de toda la película.
Desde mi punto de vista, Tony Manero trata en realidad sobre los estragos culturales que trajo la dictadura al país, donde toda la evolución artística de real identidad que venía creciendo de forma palpable, fue simplemente extirpada, exiliada en algunos casos, asesinada en otros, dando paso después a un siniestro Chile donde ahora su cultura rural bailaba alegre bajo las bonitas tonadas de los Huasos Quincheros, y donde ahora su cultura popular buscaba desesperadamente cobijo y soluciones de consumo en el amplio panorama internacional de la industria del entretenimiento.
Raul Peralta, o el Tony Manero Chileno, en la película, es la personificación misma del Chile que fuimos en gran parte de los 70, durante los 80, y bueno, del Chile que seguimos siendo ahora y que fuimos en los 90, con música sin identidad local, con cine sin identidad local, con arte sin identidad local, pero que busca de todas las maneras, darse un lugar en alguna parte de alguna forma. Con esta analogía en mente, el Chile cultural contemporáneo encarnado por el personaje principal, Raúl Peralta, a lo largo de esta película nos enfrentamos a un sin fin de simbolismos al que hay que contemplar de forma activa para conectarse con el real trasfondo del filme. No es una película de historias, es una película que expone conceptos, y que denuncia, sutilmente, eventos nacionales bastante generalizadores.
Es una película cruda, oscura y, sobretodo, muy pesimista, que a más de alguno le generará rechazo inmediato. Un largometraje que uno ve incómodo, y esto en sí, ya es un éxito para las intenciones centrales de la obra.
No deja de ser curioso que la película sea del hijo del siempre despreciable, y mega derechista, Hernan Larrain (ex presidente de la UDI), quien de seguro debe haber compartido su rica once con el mismísimo Pinochet, y de paso, llevando a Pablito de invitado.
Si bien el metraje cae a ratos en cosas algo gratuitas para aumentar el impacto con el público, como el mar de asesinatos, o la precariedad técnica especialmente forzada (quizás fomentada por el trauma de La Fuga), Tony Manero es una buena película, una que todos deberíamos deberían ir a ver, sobretodo en éste, el mes de la patria.