Mediante un montaje en paralelo, que se traduce en tres tiempos distintos (interrogatorio, programa de TV e infancia), se nos va narrando la historia de Jamal, un joven indio que se encuentra siendo torturado en una comisaría para que cuente la verdad de cómo consiguió las respuestas que lo tienen a punto de ganar el premio máximo del programa televisivo “Quién quiere ser millonario?” (sí, exactamente el mismo que en nuestro país conduce Don Francisco, pero que allá en la India es conducido por un tipo igual a George Michael). Mientras el interrogatorio avanza, vamos viendo imágenes de la participación del joven en el programa, quien debe ir explicándole a la policía cómo supo cada una de las respuestas que dio. Este último es el motivo para que la película ingrese en un constante racconto, donde se nos narra la historia de Jamal desde que es un pequeño y pobre niño hasta que se convierte en el joven que ahora tiene revolucionado a un país entero. Ha medida que la historia avanza vamos descubriendo que cada respuesta que Jamal da, la supo de una experiencia de vida.
Todo lo anterior nos permite introducirnos en la miseria y pobreza en que vive mucha gente en la India. La historia de Jamal y de su hermano mayor, entre otras muchas cosas, es la de dos niños que tienen que lidiar contra la muerte de su madre, el hambre, la falta de higiene, las mafias, la trata de blanca, el alcohol y las drogas para poder sobrevivir. Entre todas estas experiencias y peripecias es que conocen a Latika, una pequeña niña tan pobre como ellos y con quien generan fuertes lazos, sobretodo Jamal. La entrada de Latika en la historia supone el elemento sentimental que mueve, desde ahí en adelante, la vida de un Jamal que jamás la olvidará y que va a luchar siempre por encontrarla y sacarla de las garras del mal.
Eso es a grandes rasgos de qué trata la película y precisamente ahí es donde me parece que ésta se cae. La historia es bastante obvia y cliché (es de ese tipo de películas que uno siente que ha visto millones de veces), motivo por el cual tiende a agarrarse más de un discurso moral sobre el amor, la superación y la pobreza que de un mayor trato cinematográfico. Da la sensación de que esta película la podría haber hecho cualquier otro director, y eso es triste pensando en que se trata de Danny Boyle, el mismísimo director de Trainspotting. De hecho, parece ser una película que a la fuerza quiere imprimir una juventud que ya no se posee, de ahí que la fotografía y el montaje se hagan un poco molestos y manoseados.
Quizás en su defensa se podría interpretar todo lo anterior como algo intencional, como queriendo aludir a la inocencia del cine realizado en Bollywood; pero eso no es más que una pequeña sospecha que el baile en los créditos no alcanza a delatar, y que por otro lado, no se condice con la seriedad con que se ve realizada la película.