La película se centra en la visita que un par de hijos ya adultos y sus respectivas familias, realizan a sus ancianos padres con motivo de un nuevo aniversario de la muerte del hijo mayor de la familia. Koreeda centra la historia en diminutos conflictos que van generando siempre un clima extraño a pesar de la aparente tranquilidad predominante. Como él mismo dice, su interés estuvo en crear una especie de marea que va y viene, con pequeñas olas que rompen en la superficie. De este modo se entiende que siempre los posibles conflictos sean interrumpidos en el momento justo por situaciones aledañas, los niños que llegan gritando o la comida que está lista. Nada explota, todo llega hasta el borde y algo lo interrumpe, nunca algo se resuelve entre ellos. De ahí la permanente sensación de encierro en los personajes, ya que por un lado nunca pueden estar lo suficientemente solos que desearían, porque siempre de fondo está el ruido de una conversación o nuevamente el de los niños jugando en el patio, y por otro lado siempre están viviendo de la memoria, trayendo al presente situaciones pasadas que nunca pueden resolver. Por esa sensación de encierro es que en todo momento los personajes transmiten la sensación de querer irse, de querer que la reunión termine de una vez por todas.
En cuanto a su visualidad, la cámara parece siempre estar escondida entre algún recoveco de la casa, observando lo que ocurre silenciosamente. Still Walking está filmada con precisión y austeridad, lo que en gran medida se condice con ese intento del director por desacralizar determinadas situaciones, sin embargo hay ciertos momentos que parecieran contradecir todo lo anterior, y que a mi juicio, están al borde de rozar lo meloso y de jugarle en contra a la película.