“El único lugar donde me hacen daño es ahí fuera. – Randy “The Ram” Robinson
Antes de cumplir los cuarenta (lo hizo el 12 de febrero pasado), Darren Aronofsky quería hacerse grande con un film al uso. Incluso se planteó el apuntarse a la fiebre de la adaptación de cómics legendarios a la gran pantalla. Él fue uno de los nombres que más sonó para tomar la batuta de la nueva etapa sombría de Batman y hasta para convertir en celuloide al etéreo Doctor Manhattan de “Watchmen”. En ambos casos, sus proyectos no vieron luz y sí los de Christopher Nolan (otro advenedizo metido a solvente director que se vio ensalzado por la sobrevalorada “Memento”) y Zack Snyder (realizador de la vacua “300” y amante del slow motion y los cuerpos suprahormonados). Pero él quería ser reconocido por la industria con una obra seria y no sólo por el mundo independiente, el cual ya reinaba desde su ópera prima “Pi”. Tras dos obras maestras del terrorismo visual como son “Requiem for a Dream” y “The Fountain”, el realizador anunció un peculiar proyecto: plasmar el día a día de un contendiente de lucha libre venido a menos. El gigantesco giro temático se vio completado a la hora de anunciar el reparto de la cinta: Mickey Rourke, el gran caído, protagonizaría a semejante personaje con el que guardaba más de una similitud. El primer elegido para el papel fue el otrora actor Nicolas Cage, pero hasta él mismo aplaudió su sustitución por Rourke. El protagonista de “Wild Heart” se echaba a un lado para dar paso a su buen amigo en horas bajas. Ya de primeras, “The Wrestler” no iba a ser una película normal. Sustituir a un actor blockbuster por un alma perdida para protagonizar el film. El espíritu rebelde de Aronofsky afloraba a las primeras de cambio. Desde ese momento, los problemas comenzaron. Problemas con el seguro. Las elucubraciones sobre el nivel interpretativo actual del propio Rourke. El joven púgil no había empezado a dar sus primeros pasos y ya le habían molido a palos. Pero como en un buen combate de wrestling, nuestro luchador creció ante la adversidad. Con una facilidad que hasta nos hizo pensar que los golpes estaban pactados (como en un buen combate de wrestling). La película se presentó en la pasada Mostra di Venezia, festival en el que se alzó con el máximo galardón: el León de Oro. No sólo se reponía de los primeros golpes bajos, sino que asestaba una imparable embestida que dejaba tumbados a todos sus detractores.
“Existen algunas similitudes entre el personaje y mi propia existencia: está la parte de la pérdida y el reconocimiento de ese estado vergonzoso de cuando no tienes trabajo y no te quiere nadie. Este tipo vive unos sueños que ni él mismo tiene certeza de que vayan a convertirse en realidad. Se pregunta sino será ya demasiado tarde. Por esas razones no estaba del todo seguro de hacer la película. Todo me tocaba demasiado cerca”
La crítica especializada se ha empeñado en encontrar similitudes entre Randy Robinson y Rocky Balboa. Si bien los dos viven en dos ciudades que se encuentran al abrigo de la gran New York (Rocky en la gris Philadelphia y The Ram en la aún más gris New Jersey), sus filosofías vitales son completamente diferentes. Mientras que el grácil púgil de Stallone se empeña con salvar el mundo en sus combates, el nihilista The Ram por lo único que lucha es por su salvación. Una salvación personal por medio de la autodestrucción; marcada por esteroides, alambre de espino y alguna que otra embestida triunfal. El bueno de The Ram no es juzgado por el espectador en ningún minuto del metraje. Ni el guión de Robert D. Siegel, ni la cámara de Aronofsky buscan el sentimentalismo barato. Nada en “The Wrestler” es sórdido, todo rezuma dignidad. Aunque veamos los tejemanejes de la preparación del combate, el tráfico de esteroides, sus visitas al club de strippers o la peculiar relación que mantiene con su hija, no podremos emitir nuestro juicio de valor sino que tendremos que actuar como silenciosos receptores ya que no poseemos ni la entidad (ni la humanidad) suficiente. Esa simple razón empática es la razón por la que se ha convertido en una de las películas con mayor carga emotiva de la temporada. Sin ayuda de romances prefabricados, ni músicas incidentales sensibleras.
En su tercera cinta, la cámara de Darren Aronofsky se muestra más calmada que nunca. Su especial manera de mostrar el mundo continúa una evolución lógica: del antinatural blanco y negro de la primeriza “π” pasó al realismo crudo de la adaptación de la novela de Hubert Selby Jr. “Requiem for a Dream”. Los tintes fantasiosos de esas dos obras encontraron la sublimación en “The Fountain”, una iconoclasta cinta de amor eterno devastada por la crítica y olvidada por el público que está llamada a ser una cinta de culto para las generaciones venideras. La vuelta de tuerca llega con “The Wrestler”. En ella todo bebe de las fuentes del realismo. La fotografía de Maryse Alberti y la música de Clint Mansell se convierten en aliados de primera del realizador. Los ínfimos 6 millones de dólares de presupuesto no son un impedimento, sino que pueden haber ayudado, para crear un tiempo detenido en el que Randy malvive. Lejos quedan sus violentos movimientos de cámara y sus pantallas fragmentadas. Todo en “The Wrestler” está suspendido. Un tiempo detenido en el que los personajes intentan llevar con más dignidad que suerte su existencia. Un realismo crudo que no pierde en ningún momento su carácter de fábula. Pero no es una simple historieta de made in Hollywood. la historia de Randy Robinson se acerca más al bildungsroman y a la odisea heroica que la aguja hipodérmica del mainstream estadounidense. Randy es un héroe antiguo, aspecto que queda al descubierto cuando se siente derrotado ante los nuevos videojuegos que nada tienen que ver con su añorado The Ram pixelado. Incluso la parafernalia artificial de las peleas de lucha libre aparece de forma realista. La veracidad en la práctica de un tongo más perfecto que la carrera de Urtain es uno de los puntos fuertes de la película. La naturalidad con que Aronofsky muestra cómo se pactan los combates no está revestida de ningún tipo de turbiedad. Todo es honestidad en esas peleas amañadas, los luchadores interpretan fielmente sus papeles para que el público asistente disfrute. Los golpes estarán pactados, las grapas clavadas a propósito, pero la sangre y los golpes son reales.
Destrozado de manera física y mental, Randy Robinson encuentra a su Bonnie Parker particular en Cassidy. Una bella stripper devorada por la edad y la decrepitud que se aleja de la estereotipada y sumisa Adrian. El luchador ve un reflejo de su propia existencia en la doble vida de la bailarina. Una existencia marcada por su hijo y los bailes privados. Para el papel, nadie mejor que otro juguete roto: Marisa Tomei. La leyenda de su Oscar por “My Cousin Vinny” podrá ser recordada hasta la saciedad por todos aquellos que no han visto sus últimas actuaciones. Una verdadera lección interpretativa la que realiza encarnando a la deshecha Cassidy, que continúa el áuraque demostró en la desoladora “In The Bedroom”. Su contenida relación con Randy rompe tanto la vida de él como la evolución lineal de la película. Gracias a ella intentará recuperar la relación con su hija Stephanie (interpretada por una Evan Rachel Wood que tras estar emparentada con Marilyn Manson pasó a ser pasto del papel cuché al verse relacionada con Mickey Rourke durante el rodaje. Ella misma fue la encargada de desmentirlo alegando que son simplemente buenos amigos) y por el maternal amor de la stripper dejará el ring.
Pero los parámetros del cuento de hadas no entran en la vida de The Ram, el demonio de la autodestrucción se hará fuerte y el despecho será un buen carburante con el que alimentarlo. Incluso cuando The Ram llega a emular a la pérfida Erika Kohut en la charcutería no somos dignos de juzgarlo. Como mucho podremos recoger los paquetes de cereales que cayeron tras su huida. Nada más. La última decisión está tomada. El retorno al cuadrilátero se acelera. Más valiente que un Homer Simpson ante una bala de cañón, Randy Robinson volverá a enfundarse su calzón para rememorar el momento por el que pasó a la historia trash del wrestling: su pelea ante el Ayatollah hace veinte años en el histórico Madison Square Garden. Más viejos que perros, se volverán a encontrar para repetir la parafernalia de la anterior ocasión. Todo sigue igual, con el guión bien aprendido y un concesionario de coches, el Ayatollah (interpretado por el luchador profesional Ernest Miller)conoce la máxima verdadera del juego. Él es el malo. The Ram es el bueno. Las cartas pactadas ya están sobre la mesa. El espectáculo ha llegado a su punto álgido. No es el Madison Square Garden, pero el público ruge igual que entonces. Comienzan las presentaciones. Las canciones de cada contendiente anuncian sus entradas. El circo está a punto de comenzar. Ya no queda tiempo para nada más. Nada más que añadir. Tan sólo una última embestida.
El Luchador se estrenó en Chile el Jueves 23 de Abril