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Antes que el diablo sepa que has muerto

Antes que el diablo sepa que has muerto

Por High Then

Durante esta semana y aprovechándome del a veces no tan bendito día del cine, tuve la oportunidad de ir a ver la última película de Sidney Lumet. Para quienes no sepan, este tipo es el director de películas de la talla de Tarde de Perros (1975) y 12 Hombres en Pugna (1957), y también del remake de Gloria (1999) la antepenúltima película de John Cassavetes. Es cosa de darse una vueltecita por imdb para enterarse de lo prolífica que ha sido su carrera como director, asunto que no se detiene hasta la actualidad. Su última entrega se llama “Antes que el diablo sepa que has muerto” y está protagonizada por Ethan Hawke y Philip Seymour Hoffman. Ambos son dos hermanos que planean robar la joyería de sus padres para obtener algo de plata. Los motivos son distintos, para el personaje de Ethan Hawke todo se traduce mayormente en problemas económicos, mientras que para su hermano, el asunto no sólo se explica por la codicia sino que también por una evidente frustración como hijo. El personaje de Hank Hanson (Hawke) es un hombre joven, divorciado y con serios problemas económicos, que debe buscarse la plata para pagarle lo que debe a su ex mujer y también para satisfacer los pedidos de su hija. Por su parte Andy Hawk (Hoffman) tiene un trabajo y un matrimonio estable, aunque no sabe que a sus espaldas su mujer se acuesta con su hermano. A él es a quien se le ocurre la curiosa idea de asaltar la joyería de sus padres. Asunto que al salir mal moverá los hilos del relato.

La gracia aparente de la película redunda en un montaje que vuelve constantemente sobre si mismo. Mientras el film avanza, vamos volviendo a ver escenas desde otras perspectivas, lo que mayormente nos va entregando información que antes nos había sido oculta, algo muy similar a lo que hizo Gus Van Sant en Last Days. De hecho por segundos da la impresión de que cada nueva escena es un punto de vista distinto, subjetivo, personal. Sin embargo ese artilugio parece más un juego formal que otra cosa. Así, todo lo que uno se podía esperar del montaje, fundamentalmente en relación a la posibilidad de ir resolviendo misterios o bien de ir dejándolos inconclusos, no aparece, quedando la sensación de que el montaje funcionó más por choreza que por una búsqueda narrativa. En ese sentido es que el final se vuelve predecible, porque pasa lo que tiene que pasar, no en términos morales, sino que argumentales.

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