Es cosa de googliar el nombre del João Gilberto y ver todas las noticias que hay sobre su muerte para ver lo importante que fue. En los textos se puede ver cómo lo ensalzan por ser “el mejor músico de Brasil”, como dijo Caetano Veloso, o como lo nombran, “el creador del Bossa Nova”. Si esto último es verdad o fue Antonio Carlos Jobim, simplemente no importa, no es el punto tratar de dejar claro lo genial que era, ya que sus discos (y nosotros) siguen hablando de eso hasta después de muerto.
No, la muerte de João el sábado pasado no es para que recordemos lo genial que era, si no que sirve para graficar otras cosas; es la vida del cantante resintiendo la vida de Brasil, la vida que le tocó y eligió vivir. El saudade que habita en cada lugar de ese país latino, alejado del resto por la barrera idiomática y conocido por una supuesta alegría infinita que contrasta con la melancolía del Bossa Nova.
No somos brasileños, no nos llega el combo tan fuerte como debería, pero la verdad es que Brasil es mucho más que la Copa América recién ganada por ellos. La verdadera copa que están levantando es el cuerpo de Gilberto, cuyo legado no son los ritmos que tocó con su guitarra desnuda, tampoco las conocidas canciones que todos postean. El legado fue ser demasiado humano para ser tan legendario. Le dio a Brasil su melancolía, su alma, o al menos el alma del otro Brasil, no el del Cristo Redentor ni del Pan de Azúcar. Algo que por más goles que metiera Pelé o cualquier otro jugador, el fútbol nunca pudo darle a su país.
Este mismo año, el In-Edit Chile mostró el documental “Where Are You, João Gilberto?”, una obra en la que un fan francés sigue los pasos del artista por la ciudad de Río en búsqueda de conocerlo, y si es posible, que le cante su mítica canción ‘Hó Bá Lá Lá’. En el documental se ve cómo este fan va chocando con la imagen humana de la leyenda, un personaje que hace 30 años desapareció del ojo público, que sólo tocaba esporádicamente (su último concierto fue en 2008, y en 2011 canceló una gira ya programada) y que pedía comida gourmet a domicilio al menos 3 veces por semana para no ver a nadie. “Se supone que odiaba tanto a la gente que no podía soportarla. Se supone que los amó tanto que no los soportaba” , dice uno de los personajes del documental, y no puede dar más en el clavo con su descripción.
“En su obsesión por el control, João Gilberto tenía la ambición de parar el mundo para ejercer su arte. Delante del micrófono, lo consiguió. Fuera del escenario, fue lo contrario: nunca tuvo control sobre su vida”, dijo Ruy Castro, autor del libro sobre el Bossa Nova “Chega de Saudade”, al diario Folha de Sao Paulo. “Pero la vida escribe sus propios versos y, a veces, desafina”, complementó Castro. Y es que es verdad, la muerte de Gilberto a los 88 años se vio teñida por las peleas judiciales entre sus hijos mayores, Joao Marcelo y Bebel Gilberto (esta última hija de su matrimonio con la cantante Miúcha) y su ex esposa Claudia Faissol. Los primeros dicen que la segunda se aprovechaba de él, tanto de su figura como de su dinero. Como si esto no fuera poco, también tenía problemas con los derechos de su música. Algo que afortunadamente se solucionó en marzo de este año, cuando volvió a conseguir los derechos de sus primeros discos que había vendido en 2016 a un banco por sus deudas. Miúcha, la mujer con la que mantenía un contacto reiterado por teléfono murió en diciembre pasado, haciendo que la vida de Gilberto se volviera tan solitaria como la escenografía de sus shows, contrastando con el sol, las playas y esa imagen turística que se esfuerza en mostrar Brasil.
Quebrado, con su familia dividida y solo. Así murió Gilberto. Alejado de las luces y los escenarios en los que se le recuerda. “Mi padre ha fallecido”, comienza el post de su hijo Joao Marcelo, quien da quizás el detalle más importante para entender su muerte: “Intentó mantener la dignidad ante la pérdida de su soberanía. Doy las gracias a mi familia (a mi lado de la familia) por estar ahí junto a él”. Un mensaje sentido, que entiende al artista, una clara diferencia con otro tipo de mensajes que recibió el cantante. El presidente de Brasil, el país al que le dio todo, solo habló de su muerte cuando fue consultado por los periodistas ¿Su respuesta? “Era una persona conocida. Nuestros sentimientos están con la familia, ¿Okey?”. Una perfecta muestra del mundo en el que murió João .
Pero al menos la muerte representa esa tranquilidad que siempre buscó y que nunca logró. Como las guitarras que suenan en departamentos vacíos. El dolor que deja la muerte de un personaje así es mucha, pero más doloroso es el mundo en el que murió y al que intentó dar un alma más caritativa, un alma más juguetona, con un ritmo que nació en el baño de una casa prestada por un familiar mientras se quedaba en Minas Gerais. João, como bien dice la canción ‘Caminhos cruzados’ del disco Amoroso, solo era un “corazón que está cansado de sufrir”, que lamentablemente chocó de frente con un Brasil que también está cansado de sufrir.
No hace falta saber cómo murió. Basta con saber que murió. Que tenía 88 años, que su guitarra sigue sonando y que Brasil es más que pelotas y prejuicios. No sé cómo se terminan los textos cuando acumulas tanta saudade en unos párrafos, quizás siguiendo las palabras de Gilberto, hay que matar esa saudade. Caetano Veloso fue más preciso en sus palabras de lo que jamás podrá ser un periodista hablando sobre el gran Gilberto. Veloso, en sus redes, entregó el siguiente mensaje:
“João Gilberto fue el mayor artista con el que mi alma se puso en contacto. Antes de cumplir 18 años, aprendí de él todo sobre lo que ya conocía y cómo conocer todo lo que estuviera por surgir. Con su voz y su guitarra, ha reconstruido la función del habla y la historia del instrumento. Ha puesto en perspectiva todos los libros que he leído, todos los poemas, todos los cuadros, todas las películas que he visto. No sólo todas las canciones que he oído. Y fue con ese lente, ese filtro, ese sistema sonoro que pasé a leer, ver y escuchar. A los 88 años, con aspecto de quien no viviría más mucho tiempo, la muerte de João es un evento aterrador. Orlando Silva, Ciro Monteiro, Jackson do Pandeiro, Ary, Caymmi, Wilson Bautista y Geraldo Pereira no habrían sido lo que son no fuera por João Gilberto. Tampoco Lyra, Menescal y Tom Jobim. O los que vinieron después. Y los que vendrán. El Himno Nacional no sería el mismo. El mundo no existiría. Sobre todo no existiría para Brasil. Que era una región ensimismada y incrédulo de la vida real fuera de sus fronteras. João perforó la cáscara. La samba no sería samba sin Beth Carvalho cantando ‘Chega de saudade‘. La música no sería música sin la terquedad de João. Fue una iluminación mística. Ningún aspecto del mundo que siempre ha tocado tan cerca puede amenazar la grandeza de la verdad de su arte. Y eso era tu persona. Es tu persona, en todos los sonidos grabados en materia o en mi memoria”.