Por Diego Cumplido
Cocksucker Blues es una experiencia hippienta, gutural y cruda. Duele ver a la banda absolutamente alejada de su esplendor en los sesenta, zambulléndose a fondo en un pozo de egomanía- cocainómana-orgiástica-glam (al son de inyecciones de heroína y días de resaca). Quiero recalcar la palabra GLAM: Mick Jagger se pinta los ojos, Keith Richards tiene mechones rubios y usan ropa apretada.
Ver a los Stones perderse en la niebla de esa década imbécil es un horror. Lo que no es un horror es la mano de Robert Frank en todo este cuento. Verité, casero, crudo, rudo. El documental es una fractura expuesta, un collage de momentos auténticos; momentos íntimos de unos adolescentes tardíos que se dejan llevar por la moda de la época, encandilados por el estrellato. El núcleo perfecto para atraer a una galería de personajes-basura a su alrededor, jugando en una cama saltarina algo inestable.
Una imagen patética: Keith Richards arrojando un televisor desde el balcón de algún hotel, sólo para ver cómo se rompe al impacto mientras ríe como un colegial en viaje de estudios que, sin vergüenza, nos exhibe su dentadura destrozada.
Pero hay que ser responsable, por lo que reitero: más que mostrar a los Stones haciendo locuras, Cocksucker Blues muestra a quienes los rodeaban haciéndolas. La impresión es que consiguieron rodearse de imbéciles. Charlie Watts (el baterista) pasivo como siempre -y aparentemente algo más escéptico que sus compañeros- parece esperar con un poco de vergüenza que toda esta época termine rápido, aunque se vislumbra levemente que sospecha la vecindad de una década infinitamente más horrorosa. Los malditos ochenta.
Cocksucker Blues documenta esta delirante pesadilla dando saltos entre el color y el blanco y negro, grano, cámara en mano, el mundo real yéndose a la mierda, entretenidas tomas y un singular montaje, que en realidad parece característico de este tipo de trabajos y sus búsquedas más bien experimentales. Producen una curiosa extrañeza los planos de Mick Jagger grabando al espectador con una cámara 8 milímetros. Quién espere entender la jerga inglesa juvenil de los años setenta en una película sin subtitular, por favor que me lo haga saber. Buen día.
Para los que no lo saben: Cocksucker Blues tiene prohibida su distribución, los mismos Rolling Stones demandaron al director después de verla. Es entendible, dado sus niveles de intimidad un tanto excesivos ¿Quién sabe cuántos años pasó dando vueltas en mugrientas copias VHS?. Un objeto de culto.