Tegan and Sara Quinn comenzaron a escribir canciones cuando tenían quince años. Usando la sala de música y equipos de grabación de su colegio, sacaron dos demos en 1997: Who’s in Your Band? y Play Day bajo el nombre de Plunk. Dos años más tarde, cambiando su presentación a Sara and Tegan publicaron su disco debut, Under Feet Like Ours. Nuevamente cambiaron su nombre, porque se pensaba que se trataba de un proyecto solita, de Sara Antegan. Luego de estos malabares, todo despegó al firmar con Vapor Records, el sello de Neil Young, publicando en el 2000 The Business of Art. El resto es historia para Tegan and Sara.
Para Sara, el cambio más importante que ha detectado -y que más la ha impactado- en estos casi veinte años de carrera es cómo internet ha modificado la forma de acceder a la música y también cómo moldea la relación entre músicos y fans. “La música está, al mismo tiempo, en todos lados y en ninguna parte. Nos inspira mucho la idea de que todos puedan acceder a nuestra música, videos, historias o grabaciones en vivo, a casi veinte años de imágenes y trabajo artístico en un solo lugar, y por una pequeña cantidad de dinero. Por supuesto, nos importa que los artistas reciban un pago apropiado por su trabajo, pero también es una victoria de la gente saber que su estado financiero no les prohibe disfrutar del arte”, explica.
Estas gemelas idénticas funcionan como un motor perfecto y complejo. Cambian los modos de composición y también el enfoque en qué instrumentos seleccionar para protagonizar sus creaciones, pero hay algo que se mantiene. Sara piensa que la colaboración es lo que les ha permitido mejorar como compositoras. “Usamos diferentes puntos de vista y en algunos casos, fortalezas muy opuestas. Tegan es intuitiva y confía mucho en su intuición. Además, ella está cómoda con el uso de palabras simples que parecen impactar profundo, que resuenan. Por mi parte, yo soy más metódica y disfruto mucho el proceso de editar y revisar el trabajo. También trabajo mucho más que Tegan las letras y los temas. Nuestra intersección crítica es encontrar el balance entre estas dos perspectivas tan diferentes”, señala.
En junio del 2016 el dúo lanzó su octavo disco con un cambio importante en su sonido: las guitarras estaban definitivamente fuera, luego de varias temporadas de experimentar con otras maneras de componer. El instrumento pasó de ser un protagonista en sus inicios, hasta desvanecerse de forma paulatina. “Desde el inicio de nuestra carrera, ambas usamos programas de grabación para construir instrumentales densos, y dentro de eso, las guitarras jugaban un rol central en el panorama sonoro. En el 2009 dejé de usar la guitarra como el punto de foco y, al hacerlo, me encontré con muchísima inspiración, con un espacio sonoro más amplio, enfatizando en melodías con sintetizadores. Hace casi diez años que no compongo con una guitarra”.
Siempre han existido músicos y músicas con un discurso dentro de su arte dispuesto a debatir o jugar con los roles de género. Desde Rosetta Tharpe, la cantante de gospel -para algunos lesbiana y para otros bisexual- que influenció a figuras como Little Richard y a la que se le ubica en la historia como la mujer que inventó en rock and roll, pasando por las bluseras lesbianas de Harlem en la década de los veinte, como Gladys Bentley o Ethel Waters, hasta figuras de la actualidad, como por ejemplo, Tegan and Sara. Pero desde principios del siglo pasado hasta ahora, estos discursos que rompen estereotipos de género no han sido planos, ni tampoco han seguido una línea continua. Mientras que en épocas pertenecían a escenas reducidas y alejadas del mainstream, en otras lograban abrazar lo masivo, como por ejemplo, David Bowie, Madonna o George Michael. La fuerza de la historia también los moldea.
En la actualidad, vivimos un momento en que el mainstream de la música acoge (o coopta) estos discursos con una rapidez pocas veces vista. Las razones pueden ser muchas, pero la más evidente podría ser el hecho de que estamos viviendo en un loop constante, con discursos que se actualizan por encima y sobre lo viejo, haciendo cada vez más digerible cualquier símbolo que en otro momento representara una disonancia con lo tradicional. Algo que sólo es posible gracias a la globalización, a la segmentación creciente de públicos y a una falsa masividad. Nos pensamos cada vez más conectados, cuando en el fondo, sólo lo estamos concretando con quienes tienen nuestros intereses, algo que las grandes corporaciones saben antes que nosotros y lo utilizan. Es por eso que una tienda cree apropiado lanzar camisetas con consignas de “Ni Una Menos”, por ejemplo, desarrollando un discurso sucedáneo del feminismo sin lo más importante, la acción y la visión política.
Dentro de este panorama, a veces esperanzador, a veces desolador, dependiendo del día, las hermanas Quinn se consideran activistas. Son un referente para la comunidad LGBTQI en la música. Además de ambas haberse declarado lesbianas públicamente hace años, utilizan su música como una plataforma para apoyar diversas causas, que van desde los debates de la Proposición 8 de California que planteaba eliminar los matrimonios del mismo sexo en aquel estado, hasta las protestas de estudiantes en Quebec en contra del gobierno. Además, hace sólo dos meses abrieron la Tegan and Sara Foundation, un espacio para pelear por la justicia económica, por la salud y la representación de las niñas y mujeres LGBTQ.
A pesar de este activismo de larga data que también traspasaba a su música, es quizás su último disco el lugar en que se plantean más discusiones sobre los roles de género. “Creo que ambas continuamos sintiendo curiosidad acerca de cómo las sociedades exploran y se adaptan a las nuevas ideas alrededor de las identidades. Especialmente las nuevas generaciones desean no ser encasilladas o empaquetadas en aquellas ideas tradicionales acerca de la sexualidad. Nuestra experiencia más temprana con la música fue en la década de los ochenta, había un florecimiento de artistas como David Bowie, Annie Lennox, Madonna, George Michael, Grace Jones y Kate Bush. Todo ellos jugaban y manipulaban las expresiones de género y los deseos, tanto en su música como en su apariencia física. Eso siempre se quedó conmigo, como un momento maravilloso. Creo que estamos entrando en otro ciclo de ese tipo de exploración”, explica Sara.
“Creo que para nosotras decir públicamente que éramos lesbianas fue un acto muy directo. En ese tiempo habían pocos artistas que lo dijeran y con el solo hecho de existir, creo que estábamos entregando una nueva perspectiva o narrativa dentro de la música pop. Ahora se siente que llevar este tema más lejos es una forma política de mostrarle a la gente que aunque el mensaje es más evidente, aún así es algo con lo que muchos se pueden relacionar”, continúa.
Para aquellas mujeres que disfrutan de escuchar música seguirá siendo revolucionario e inspirador escuchar canciones escritas por otras mujeres, jamás por el hecho de serlo, porque nacer con útero no es un diploma que certifique algo. La importancia radica en la posibilidad que entrega la música de conocer otros discursos y perspectivas a través de una fuente inagotable, que son los sonidos y además, en la existencia de nuevos modelos de representación. Por acá coincidimos con Sara, quien asegura además que la mayoría de la música que ellas escuchaban cuando crecieron era hecha por mujeres. “Sinead O’Connor, Courtney Love, Erykah Badu, Lauren Hill, Kathleen Hannah, Dolly Parton, Kate Bush, Madonna, Cyndi Lauper… eran artistas que admirábamos mucho y todavía lo hacemos. Hay muchas intérpretes, escritoras y productoras interesantes haciendo música hoy: Solange, Mytski, Miranda Lambert, Grimes, Esperanza Spalding, Shura, Muna… ¡son tantas! Es muy importante, porque inspira a las nuevas generaciones.