Ni toda la lluvia que cayó en Santiago ni los anegamientos ni el colapso vial fueron obstáculo. El pasado jueves, más de 150 personas coparon la Sala Master para escuchar a Portavoz. Para un rapero acostumbrado a tocar y tocar casi sin pausa, no era una noche habitual. Era de estreno, la primera junto a una banda numerosa. Junto a Cidtronyck, su habitual escolta en los platos, estaban el pianista Gabo Paillao, el guitarrista Claudio Fredes, el contrabajista Cristián Orellana, el baterista Max Reyes, el trompetista Ítalo Viveros y el saxo tenor Matías Aravena. Un pequeño ensamble de rap.
“Quiero aprender de otros músicos, abrir mi espectro musical, experimentar si podemos sacar el sonido rap clásico que se hace con máquinas, pero en una banda. Así como The Roots y otros grupos. Tener esa esencia minimalista y lograr un swing o un groove bien envolvente”, explica Andi Ferrer Millanao, el hombre que rapea como con ese seudónimo elocuente o como uno de los MCs de Salvaje Decibel.
“En el mundo del rap o la música underground, donde siempre hemos construido con nuestros propios medios, hay mitos y autoimposiciones que nos ponen barreras. Hoy hay que hacer música, decir lo que pensamos y mantener nuestra posición, pero expandirla por todos los rincones de Chile y el mundo. Mientras tengamos claros nuestros principios, está todo bien. El tema de la banda tiene que ver con eso, pero también es por gusto”, añade.
Antes de ser Portavoz, Andi Ferrer conoció el rap cuando tenía unos seis años y los noventas transcurrían en la población Chacabuco de Recoleta, adonde las radios se sacaban a la calle para bailar en las esquinas. “Mi hermano callejeaba harto y comenzó a llevar cassettes de rap a la casa, empezó a coleccionar Cypress Hill, House of Pain, Mellow Man Ace y distintas cosas que estaban corriendo de mano en mano. Eso me sirvió para tener una buena base y lanzarme”, recuerda.
En esa casa también se escuchaba mucho a Michael Jackson. Dice Portavoz que a su madre le gustaba Whitney Houston. Y que fue en los viejos VHS que veía donde se visualizó como rapero por primera vez: ”Salían grupos rapeando en los projects, en Nueva York, y yo decía ‘eso es como mi cancha’. Me veía a mí y a mis amigos”.
Eso fue mucho antes de 2012, el año en que se editó Escribo rap con R de revolución, un disco que recién terminó cuando se decidió a abandonar Pedagogía en Historia, hacer algo de dinero para llevar a casa y probar suerte como solista. Ese disco hoy tiene casi un millón de reproducciones en Youtube y canciones que son rapeadas de principio a fin por algunos de los que ven a Portavoz en vivo.
“Con ese disco mi música comenzó a difundirse mucho y me siento terrible de contento por eso, es un honor llegar a caleta de gente y haciendo lo que me gusta. Hay artistas que hacen música desde un estudio de mercado: hagamos este estilo, adaptémonos a la industria y lo hacemos. Lo bonito que ha pasado con hartos cabros del rap -y la música chilena en general- es que lo venimos haciendo desde niños y lo profesionalizamos en lo musical y lírico.
¿Sientes ahora una responsabilidad por eso?
Sí, antes no la sentía. Sigo haciendo música por placer, pero también dices “chucha, hay mucha gente que me está escuchando”. Tienes que trabajar más, exigirte. Además, me gusta que los artistas complejicen las formas de abordar los temas. La creatividad musical se liga mucho con la creatividad poética, eso marca la diferencia.
¿Eso quisiste hacer con una canción como ‘Poblador del mundo’? Es una canción contra el racismo, pero lo dices a través de una historia.
Exacto. Hay muchas formas de abordar una temática. En primera o tercera persona, haciendo un personaje, contando una historia, ocupando un concepto de forma repetitiva. Hay muchas formas para comunicar a la gente, eso es lo importante.
En “Poetas subterráneos” dices “informar es lo que debo, como un reportero”.
Sí y me interesa que me entiendan no solo unos pocos eruditos o solo raperos, sino que me escuche la gente común y corriente: mis vecinos, mis vecinas, mi familia. También puedes hacer un tema pensando en un público de niños, por ejemplo, o para los abuelitos. Ahora, cuando me siento a escribir, pienso en letras que entiendan mi abuela o mi tía. ¿Cómo les explico que el mundo en el que vivimos está para la cagada, que Chile es manejado por unos pocos? Para eso hay que estar inserto en el pueblo y ocupar sus códigos. Vivir cotidianamente con tu gente, olfatear el sentido común y desde ahí comunicar.
¿Esa es una forma de escribir de ahora?
En el disco ya hay canciones que escribí así. ‘El otro Chile’, por ejemplo, no la escribí en un rato. Hay canciones que salen así, pero hay otras que planificas desde lo comunicacional. En el rap eso se llama punch line, una línea que dice mucho y resume lo que quieres decir. Te deja pensando. “Oh, mira lo que me dijo, eso es verdad”. O decirlo de un modo creativo, con picardía, con ironía.
Dice Portavoz que sus amigos le dicen que solo escucha rap, así que tiene que hacer un pequeño esfuerzo para nombrar otros músicos predilectos. Habla de Lee Fields y Charles Bradley, (“mucha escuela James Brown, secos”), de Joe Strummer y The Clash y de mucho reggae y música jamaiquina, de Bob Marley a Augustus Pablo.
También dice que le gusta leer a Roque Dalton (“porque siendo militante intenta comunicar no para los militantes, sino que para su gente”), a Mario Benedetti, a Pedro Lemebel, a Bertold Brecht. Que parte de sus letras vienen de lo que ve en medios digitales, pero que también lee mucha Historia. Explica que esa costumbre se reforzó cuando pasó por la universidad, pero que la había adquirido antes, en organizaciones estudiantiles y de la población Juanita Aguirre de Conchalí, donde vive hasta hoy.
“Por ejemplo, para mí, el análisis marxista es importante para crear una canción. No es que piense que es un dogma, pero ya es inherente a mí. Si voy a hablar de la juventud chilena, sé que no existe una juventud sino varias. Los hijos de los trabajadores y la juventud trabajadora somos distintos a los hijos de la elite. Eso me ha servido caleta”, explica. Eso también lo aplica en los talleres que hace en el Internado Nacional Barros Arana, en el colegio Confederación Suiza y en el Centro Cultural La Juanita, donde niños y secundarios asisten a clases que hace de rap y formación política.
¿Hacer música también es una forma de enseñar?
Sí, pero la instancia educativa es mejor cuando es más democrática y no solo vas a escuchar a alguien, sino que hay interacción. En la música no puedes replicar al que está cantando.
Puedes aplaudirlo.
Claro. La instancia educativa es más de igual a igual, se puede conversar, pero obviamente la música es educación, enseña de mala y buena forma. Yo veo eso en todo lo que genera el reggaetón, por ejemplo. En mi población hay muchos niños y niñas que están todo el día escuchando reggaeton y quieren realmente parecerse a Daddy Yankee o Cosculluela. Quieren ser ellos, tener el estilo de vida que ostentan en sus videos, tener el manso auto, una mansión, las mejores zapatillas y las mejores prendas. Y muchas veces las tienen, pero siendo terrible de pobres. Es un consumismo y un arribismo cuático. Por eso tenemos una responsabilidad al tomar el micrófono.
En la música es más difícil que se dé ese diálogo que ves en la educación. Cuando estás en un escenario, por ejemplo, hay una barrera entre público y músicos. ¿Te interesa borrar esas barreras?
Lo concibo como sacar la barrera entre el público y el artista como un intocable, alguien especial, un ídolo. Creo en el respeto y la admiración, yo la tengo por muchos artistas, pero cuando idolatras a alguien de forma ciega, estás mal. Esa mierda es mala, porque lo ves como alguien incuestionable e inalcanzable y todos somos personas. Es parte de la cultura artística de la farándula, es lo que se nos ha impuesto y hay que cambiarlo. Que los músicos dejen de ser tan artistoides y sean artistas con los pies en la tierra.
¿Lo ves ahora en Chile? ¿En el mundo del rap y en general?
Sigue pasando. En el rap, porque los raperos son súper egocéntricos, y en el ámbito musical en general. Algunos compañeros son muy divos o divas, tienen que despabilar porque eso es puro ego. Todos tenemos nuestra autoestima, nos respetamos y está bien creer en lo que estás haciendo, pero otra cosa es creerte estrella.
A ti te escucha mucha gente y es natural que por eso te sientas bien, ¿cómo lo manejas?
Con mis compañeros y compañeras, principalmente. Además, el trabajo social en la pobla te aterriza caleta y te hace tragarte el ego cuando te invade esa sensación de creerse sobre el resto. Es muy comprensible que nos pase eso, porque esta sociedad está pa’l pico culturalmente. Una cultura distinta, una forma de relacionarnos más horizontal, va a ser consecuencia de que cambie el proyecto económico y político. Todo se complementa, la cultura no está desligada de cómo trabajamos en las empresas, por ejemplo. Si veo todo el día a mis compañeros y compañeras compitiendo por ser el empleado del año, obviamente me crío en una cultura de mierda y voy a querer aplastarlos a todos. Pero si mañana esas empresas son controladas por la misma gente, si son los mismos trabajadores quienes tienen mayor protagonismo y hay una relación de igual a igual, te acostumbras a relacionarte de otra forma. O en la escuela: si sigue existiendo un modelo de enseñanza vertical y autoritario, donde el profe es la verdad absoluta que ilumina a los alumnos -los sin luz-, se van a generar formas de relacionarse así.
La música no está ajena a eso.
No. Son procesos. Uno tiene que ir rompiendo eso con su forma de trabajo, ir subvirtiéndolo.