Chile es un territorio aislado. A pesar del supuesto de que Internet elimina barreras, conocemos muy poco de las escenas independientes actuales de nuestros vecinos. En un intento por enterarnos de lo que pasa más allá de la Cordillera de Los Andes, conversamos con Helena Pérez, vocalista y compositora de la banda argentina Los Galgos. Hablamos sobre el rock, el indie y cómo la historia pesa en el desarrollo de la música de su país.
Los Galgos son un trío compuesto por Helena Pérez, Martín Ramos Mejía y Daniela Ruiz. Viven en Buenos Aires, y su vocalista, específicamente en Boedo, lugar conocido históricamente como un barrio proletario del sur de la ciudad, que albergó a un conjunto de artistas de la década del ’20, quienes deseaban vincular su obra con el movimiento obrero y los sectores populares.
La agrupación tiene un EP circulando por internet, llamado “En el corazón sucede lo que sucede”, y se compone de cinco canciones, partiendo por ‘Intro’, una pieza con un discurso que simboliza de forma certera lo que será posible oír después. Una carta de presentación que posiblemente carece de grandes técnicas instrumentales y vocales, pero tiene palabras fuertes y cinematográficas. Es el caso de ‘Vineland’, el segundo corte, que según Helena “tiene que ver con Los Detectives Salvajes”, una de las obras más conocidas y valoradas del escritor Roberto Bolaño.
Para Pérez, la tragedia del 30 de diciembre del 2004 en Cromañón, un conocido local del barrio Once (donde murieron 194 personas y hubo más de mil heridos durante un show del grupo Callejeros) marcó un antes y un después en la historia y conducción del rock en su país. “Se murió el rock argentino como lo conocíamos, quedó esa pulsión de muerte en el aire. Se terminó la escena under y de a poco se instaló el indie”, revela. “Yo sufrí mucho eso, no quiero ser egoísta y poner el yo, pero me acuerdo que estaba en mi casa esperando a mis amigas y veo que mi novio me manda muchos e-mails con el asunto “urgente” y me dice, ‘prende la tele, se incendió el boliche de (el empresario y gerente Omar) Chabán’. Yo creo que se terminó mi adolescencia ahí, yo tenía 22 años y creo que me morí un poco, como todos. Al otro día era el caos, un 31 de diciembre donde lo único que había era muerte. En toda la ciudad gente gritando por los cadáveres de sus hijos y la policía buscando a Chabán. A los meses cae el gobierno y ahí sentí que era el fin. Luego empecé a ver que el rock ahora es mala palabra, que se lo marginaliza, que se lo pena, se lo persigue, se lo acorrala y se imponen estéticas que parecen puras, livianas, sanas y blancas”, continúa.
La compositora es enfática en aclarar que ella no eligió ser catalogada como indie, sino que aquella imposición de estilo en estos momentos no es una preferencia, sino que “existe como una consecuencia de una industria que se retiró”, señala. Y con respecto a este fenómeno, explica que al menos en Los Galgos están muy lejos de proyectar aquella imagen estandarizada, que al ser producida en serie se vuelve insustancial. “Me niego a esa cosa de chicas súper flacas, con el pelo lacio y chicos con jeans ajustados. La gente no es así, la gente tiene el cuerpo que puede tener. Una vez un periodista de acá dijo que yo canto en porteño y que eso es raro. Primero pensé, qué lindo y después, ay dios mío qué triste, porque si es raro, entonces ¿el resto en qué canta? Más allá de si se hace en inglés o marroquí, ¿a qué le canta? Por eso cuando veo ‘Los Adolescentes’ de Dënver -el video, no el tema- pienso, ¿a quiénes le quieren hablar? Y me imagino esos adolescentes que sueñan con el exterior, que afuera es mejor. Afuera no es mejor, es tan sólo diferente. Si venís acá diez días y te muestro lo mejor, vas a creer que así podemos vivir todos los días, y no es así. Cada país es duro, tiene particularidades, idiosincracias e historias”, remata.
El tema de la imagen, como en todos lados, se encuentra exacerbado. Helena asume que ya es algo asesino. “Dejé de salir cuando se impuso tener un código estético. Me harta. No puedo tener el pelo perfecto y lo último de la moda siempre. No somos una banda “cool”. Ya escuché tantas veces que no somos vendibles o mercadeables que opté por ignorarlo. Siempre me pregunto ¿por qué Soda Stereo fue ese monstruo? Creo que porque hicieron lo que quisieron sin fijarse en lo que pasaba afuera. Ocuparon un lugar vacío y fueron por todo, no soñaron con llenar lugares de moda. Fueron por toda Latinoamérica sin miedo al origen. Extraño cuando a las bandas latinoamericanas les parecía un lindo desafio ser grandes en su continente”, explica.
Sin duda, distintos hechos en el pasado reciente de Argentina afectan todos los eslabones y áreas de desarrollo del país. Desde el Corralito en el 2001, hasta diferentes tragedias a lo largo de la última década. En el caso de los músicos, la cantante revela las características del antes y el después. “Veo que se empezó a negar cierta realidad económica. No puedo tomar un avión a Miami y traerme una Fender americana y un set de pedales. Antes tampoco, pero se vivía en un estado en donde había cierto delirio de los noventa, en donde todo parecía posible. Se salía todas las noches y había una resistencia cultural muy fuerte en el under contra el menemismo. Hay discos muy políticos de esos años, “Miami” de Babasonicos, “Armas” de Victoria Mil y “¿Qué sois ahora?” de Pequeña Orquesta Reincidentes. Eso se perdió en algún momento, la capacidad de hablar y traducir el presente en canciones y dejar testimonio de lo que vivimos. Ahora se ve pero en bandas de gente que viene de esa época más que nada, que pasan los 30 años o llegan a los 40. Lo de Cromañón, el pasado y la crisis está omnipresente”, declara.
Pérez cree que se ha perdido el cuidado del otro, como un residuo individualista de los noventa, quizás. Eso lo extrapola a las bandas, que piensan cada vez más en su drama personal, más que caer en cuenta de que se trata de un daño cultural y colectivo, además de un problema político. “El problema real que tenemos acá es no poder tocar, o la explotación sistemática de los boliches. Ya vamos muchos años así y no puede ser que no articulemos políticamente al menos una charla”, refiriéndose a los músicos en general. “El gobierno de (el Jefe de Gobierno de Buenos Aires) Macri, el mismo que legisla en nuestra contra, arma un festival anual, el Ciudad Emergente, en donde van las bandas, que a veces ni cobran. Yo jamás fui y jamás iría. ¿Cómo voy a tocar para un gobierno que habilita que me exploten? A nivel macro, el rock se estatizó, se toca para el gobierno, en eventos y festejos del gobierno. Como me dijo un amigo músico, dejamos pasar el cuarto de hora para reaccionar y ahora cagamos”, señala.
Aquellos jóvenes que murieron en Cromañón son parte de la generación de Helena, y ella siente que se le ha dado la espalda tanto a los problemas desencadenados por esta tragedia, como también a la catástrofe en sí. “Para mí, una banda no vale que te rompas ni una uña, o te quedes sin plata por un recital. Yo siempre aclaro que si no tienen 25 pesos de la entrada o 30 pesos, que por favor me escriban y vemos cómo lo hacemos. La solución para mí es hacerse cargo de que hay 200 chicos muertos, ¿pero cómo le puedo decir a cada músico qué hacer, cuando veo que apenas pueden tocar o grabar un disco? Son cosas del tejido social argentino muy dañado. A veces cuando salen las noticias de que tal sobreviviente de Cromañon intentó suicidarse es crudísimo, entonces un músico ¿qué puede decir? Deben intervenir politicas estatales claras, que contengan a esos chicos y contengan culturalmente al resto de los músicos que quedamos vagando entre la demencia de pagar por tocar, tocar gratis y con suerte y años de no ceder, empezar a ver algo de luz”, afirma.
Para la cantante, hace falta la magnitud de los intérpretes de los sesenta y setenta. “Para mí, Víctor Jara es tan grande como Nick Drake. Es otra dimensión la de ellos, inalcanzable. Lo que tenían es lo que nos falta a nosotros, creo. Como compositores se hicieron cargo de la intensidad de su época”, explica.
Aquella intensidad y sentido de urgencia es palpable en las letras de Los Galgos. Canciones desprejuiciadas, de experiencias personales que es posible utilizar para explicar también el presente y el pasado colectivo.
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