“Cuando empezamos, éramos tan chicas que la gente nos cambiaba el nombre y nos decía ‘Lolits’”, cuenta Javiera Zebra. La baterista de las Lilits es una de las dos fundadoras del grupo que comenzó hace una década, en la cocina de Masiel Asecas. Tenían quince años y nunca imaginaron que soportarían una de las pruebas más duras que un músico puede enfrentar: crecer en público. Desde sus inicios -descubriendo sus propios instrumentos- hasta esta celebración, han permanecido estoicas ante la numerosa aparición y ocaso de fugaces bandas femeninas. Otro factor que ha aumentado la dificultad de su existencia, pero que también valoriza su carrera. “El mito dice que las agrupaciones de minas se disuelven al tiro. Pero nosotros hemos durado ene”, afirma la bajista, sin aires de jactancia.
Las cosas no han sido fáciles para ellas; sin embargo, han apostado por asumir su realidad sin victimizarse y haciéndole frente con la misma actitud que delata su música. A puro temple, las Lilits han conseguido forjar una reputación única, basada en una ética de trabajo constante y en la amistad que las une. Su debut homónimo del 2005, editado en la CFA, recién ha visto aparecer una secuela. Se trata de Sueltas, un álbum cuya historia de pasión y vicisitudes ensalza al cumpleaños del trío. No es sólo la alegría de soplar velas, es el triunfo de una metodología en la que tener agallas es lo más importante.
“Iba a tocatas y me preguntaban si la banda se había acabado. Yo les decía que no, que nos estábamos dando un tiempo. Pero siempre me decían que volviéramos, que nos echaban de menos. Era la raja eso. Y nosotras estábamos desesperadas por tocar en vivo”, recuerda Javiera. Corría el 2007, las chicas habían parado la rutina de dar conciertos y prefirieron moldear a puertas cerradas las canciones de una nueva placa. Junto a Lorena Lagata dieron luz verde al proceso creativo y se encontraron a un grande en el camino. “Conocimos a Andrés Godoy, una persona brillante en todo sentido, lo admirábamos mucho y empezamos a producir juntos”.
Pese a la bonanza profesional, varias situaciones personales confluyeron en la salida de Lorena del grupo. Un golpe duro para las dos miembros restantes, pero no lo suficientemente letal. “Estábamos trabajando, teníamos un disco listo en el que pusimos tanta energía… todos los temas fueron muy fuertes…”, intenta explicar Masiel. “Entonces no podíamos tirar todo a la basura”, acota Zebra, antes de sentenciar que “lo teníamos en las manos. No podíamos dejar que el sueño se escapara”. Para poner fin a la orfandad, era necesario encontrar otra integrante; alguien capaz de encajar en la dinámica previa y de estar a la altura de las circunstancias que implica tener una placa a punto de ser lanzada.
Esa pieza faltante venía de otra polaridad de la escena chilena. Primero junto a Pedro Frugone y luego en las poperas femeninas Ruch, Bernardita Traub había adquirido un training musical que le pasó la cuenta tras irse del grupo de Ximena Abarca. “Yo llevaba cuatro o cinco meses sin tener dónde tocar, era terrible. Más encima, me pasaron varias cosas, como la muerte de mi gato, y no tenía nada que me sacara de la casa”, contextualiza la guitarrista. “Según escuché, cuando se muere un animal querido, llega buena suerte. Yo estaba muy abajo, pero cuando la Masiel me dijo ‘quiero proponerte un negocio’, empecé a subir. Nunca pensé que me llamarían, siempre lo miraba con deseo, pero de lejitos. Qué le iba a hacer: me gustaban las Lilits”, confiesa la rubia, rebautizada como Bernardita Segunda. Una vez más, la formación estaba completa.
A una década de su espontáneo primer encuentro, el saldo es positivo para el trío. Tienen otro cariz, Sueltas ya está en la calle y -a estas alturas- no son sólo ellas quienes se hacen cargo de todo. “Hemos tenido suerte, armamos un equipo de gente la raja. Con personas que admiramos. Somos como una manga bien grande, tenemos lazos importantes, ellos quieren a este proyecto tanto como nosotras”, apunta Masiel. “Somos una PYME”, bromean. Es que su convicción ha logrado contagiar a quienes las rodean. La nueva guitarrista redondea el tema, con una declaración de principios tan simple como corajuda: “quiero poder vivir donde vivo, comer todos los meses y pagar mis cuentas, sin tener que andar pendiente de qué hago para lograrlo. Sólo me interesa tocar”. Así es el rocanrol. Bajo esa filosofía, otros diez años de carrera serán pan comido.
Fotos por Geraldine Marchant