Hoy, cien años después de su nacimiento y cincuenta después de su muerte, Violeta Parra se aparece a veces como una estatua: distante, estática, pulida. En las ceremonias oficiales, en los discursos públicos, en las palabras de buena crianza, hay ocasiones en que parece cercenada. Como si su voz nunca hubiese sido áspera, como si su trabajo no continuara todavía planteando conflictos, como si su vida misma no fuera todavía un enigma aún por resolver.
Por eso, es revitalizador leer Violeta Parra en sus palabras, el libro recién publicado por Catalonia y Ediciones UDP, en el que la periodista Marisol García recopila catorce entrevistas, realizadas entre 1954 y 1967 en Chile, Argentina y Suiza. Es estimulante, porque esas conversaciones asoman hoy como un camino más directo. Toda entrevista tiene algo de artificio, es cierto, pero acá hay palabras claras, profundas y vigentes, como anota el prólogo.
Evidentemente, en más de una década y para diversos temas, el tono cambia. En la primera entrevista, escrita por Marina de Navasal para la revista Ecran, Violeta Parra habla de su sueño: recorrer el país completo, empaparse de su música y luego darla a conocer a los demás. Ya hacia el final de su vida, en una nota de Agustín Oyarzún para la revista Aquí Está, se lamenta amargamente cuando la interrogan por las satisfacciones de su carrera: “Absolutamente ninguna. Solamente sacrificios y continuas luchas. Todo lo que usted ve aquí es producto de mis propias penurias. En Chile no se comprenden ciertas cosas”.
Aun así, tanto en ese entusiasmo como en esa tribulación, hay una Violeta Parra que aparece más auténtica que aquella de los sermones. Ahí está la voz directa, como introduce el libro, de una mujer a la que muchas otras voces intentan explicar. La voz directa, además, de una mujer cuyas palabras siguen portando múltiples enseñanzas.
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Es conocido que a veces afloraba el terrible carácter de Violeta Parra. Se sabe que hacía callar al público, que alguna vez se enfrentó con los distinguidos asistentes al Club de la Unión, que a sus propios hijos los recriminaba sin contemplaciones. Bastante se ha escrito también de sus tormentosas relaciones amorosas. Hay una imagen de una Violeta Parra durísima, pero en estas entrevistas también emerge una Violeta Parra cercana, sencilla y, sobre todo, entusiasta por compartir.
Sobre todo, es una Violeta Parra que quiere enseñar el rico mundo del canto a lo poeta, ese que hoy sigue -inexplicablemente- velado para la mayoría de los chilenos. Ella, que había conocido de primera fuente ese universo de versos, melodías, toquíos, cuartetas y enfrentamientos en décimas, hace todo lo posible por comunicar su experiencia. Ya en su primera entrevista habla del guitarrón chileno, de la paya, de la tonada, de los velorios de angelito; hace referencia a poetas o episodios que hoy todavía son objeto de estudio, como Rosa Araneda o el duelo entre el “Mulato” Taguada y Javier de la Rosa. Años más tarde, cuando tiene que elegir entre las composiciones que más quiere, no duda: “Yo reconozco, amo y venero el canto a lo humano y el canto a lo divino”, responde. Por supuesto, todo aquello quedó grabado en sus primeros discos.
¿Cuántas personas hoy pueden explicar lo que es una décima? ¿Cuántos saben lo que es realmente una paya? ¿Cuántos podrían identificar un guitarrón chileno? Aquel sigue siendo un mundo tan valioso como ignorado. Violeta Parra lo aprendió, lo compartió, lo puso en discos y libros y, por cierto, lo incorporó a su universo creativo. Parte del encanto de estas entrevistas, en ese sentido, es que en ellas Violeta Parra actúa como una muy buena profesora, como una puerta de entrada para comenzar a entender ese campo aún desconocido.
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La escena y la frase ya casi son lugares comunes. En su taller en Ginebra, Violeta Parra responde en francés a Madeleine Brumagne, en una entrevista para la televisión suiza. Cuando le preguntan su preferencia entre la música, la poesía, la pintura y las arpilleras, ella responde: “Elegiría quedarme con la gente”.
Hoy suele recordarse como una frase para el bronce, pero en realidad en esas palabras se sintetiza una idea que aparece constantemente en la conversación con Violeta Parra. Es como si quisiera desaparecer, eliminar siempre al intermediario, matar el ego. Cuando habla de su recopilación en los campos, recalca su intención de mostrar el folclor tal cual como es, sin estilización alguna. Cuando cuenta los aplausos que recibió en el extranjero, dice que no eran para ella, sino para Chile. Cuando le preguntan por la actividad artística de su familia, la minimiza: “Todo el pueblo de Chile es artista. Es él más artista que nadie, y nosotros somos del pueblo”, responde. Cuando le plantean una terminología de éxitos y triunfos (tan vigente hoy), la ignora: “Yo no he triunfado aún. Si usted llama triunfar a haber ganado unos cuantos premios y tener varias grabaciones, para mí eso no es más que lavar platos”, afirma.
En una época donde las vanidades se exponen sin pudor y por todos los medios posibles, Violeta Parra sigue asomándose como un bicho raro. No es falsa modestia ni precauciones de principiante. Incluso cuando ya han pasado los años, al final de su vida, mantiene algo de ese carácter. En sus últimas entrevistas pide perdón al mostrar discreto orgullo por las composiciones que considera “más lindas, más maduras”: ’Gracias a la vida’, ‘Volver a los 17’ y ‘Run run se fue pa’l norte’. Dice claramente que no hay diferencia alguna entre el público y el artista. Y hasta compara el escribir una canción con ¡preparar una sopa! “Si usted prueba algún día, estoy segura de que podrá componer canciones”, le dice a su interlocutor. Clarita.
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“Lamenta uno que las entrevistas de Violeta Parra con medios escritos y radiales no sólo hayan sido pocas… sino que en muchos casos también dejen gusto a poco”, escribe Marisol García en el prólogo del libro. “¿Una artista de prestigio internacional? ¿Una cantora campesina apegada a la tradición? ¿Una mujer de vida excéntrica ocupando una carpa en el sector alto de Santiago? ¿Una creadora atormentada? ¿Una maestra de folcloristas? No entender a qué se enfrentaba ante Violeta Parra llevó, en algunos casos, a abordar la conversación con ella como si la experiencia fuese una curiosidad en sí misma”, detalla a continuación.
La crítica es merecida. En algunos casos, sorprende la brevedad de las entrevistas publicadas, el mínimo espacio que se les concede. En otras, la mezcla de ignorancia y paternalismo que también subraya el prólogo. No obstante, con la distancia del tiempo, también se puede valorar el trabajo de aquellos que se encontraron con Violeta Parra, conversaron con ella y convencieron a quién hubiera que convencer para que esos diálogos tuvieran una expresión impresa. No se trata de mirar el vaso medio lleno, sino de apreciar esos artículos como documentos. Por más que hoy nos pese, esos son algunos de los testimonios más directos que quedan de Violeta Parra. Como sucede en tantos ámbitos, no hay mucho más donde escarbar. Es gracias a una entrevista de Mario Céspedes en la Radio Universidad de Concepción, por dar un solo ejemplo, que se conoce una de las tres versiones de esa obra única que es ‘El Gavilán’, que nunca se grabó en estudio.
Lo anterior, necesariamente, plantea otra pregunta. ¿Qué pasaría hoy? ¿Tendría un trato diferente? Responder a esas preguntas es apenas un ejercicio especulativo, pero sirve para reflexionar sobre la labor actual de un periodismo cultural o, en particular, musical, que hoy cuenta con posibilidades infinitamente mayores a las de mediados del siglo XX. ¿Qué se encontrarán los investigadores en 50 años más, cuando quieran saber lo que pensaban y decían los artistas activos en el 2017? ¿Tendrán que incluir más de algún lamento, nuevamente, en sus prólogos?
Foto principal: Violeta Parra grabando para el Canal 9 de la U. de Chile, en 1966 / Memoria Chilena.