La Mintropstrasse es una calle que no llama demasiado la atención en Düsseldorf. Está solo a un par de cuadras de la estación de tren y por ella van y vienen autos que se reflejan en las vitrinas del sector, el pequeño barrio rojo de la ciudad. Tampoco llama la atención el número 16 de esa calle, un portal de paredes amarillas por el que se llega al estacionamiento interior de un edificio.
Todos quienes deambulan por ahí parecen ignorar que fue en ese preciso lugar donde estaba Kling Klang, el estudio donde Kraftwerk fraguó la música que los convirtió en pioneros de la electrónica, la misma que acaban de presentar en el Teatro Caupolicán. Tampoco hay allí ninguna seña del pasado musical del edificio, como tampoco las hay por el resto de Düsseldorf, una ciudad cuya historia discográfica podría rivalizar con Liverpool, Manchester, Nueva York, Memphis o cualquier otra urbe conocida por su influencia musical.
En Düsseldorf, las guías turísticas suelen destacar la deliciosa cerveza Altbier; la Königsallee, una avenida que concentra tiendas de alta costura y precios igualmente elevados; la Altstadt (Ciudad Vieja), con lindos paseos peatonales e innumerables bares y restoranes; y los inquietantes edificios curvos del arquitecto Frank Gehry, además de la retrofuturista Rheinturm, una torre de 240 metros. De música, poco y nada.
No obstante, fue en esa pequeña ciudad, la capital de la Renania del Norte-Westfalia, que hoy no tiene más de 600 mil habitantes, donde surgió una activa escena musical. Buena parte de ésta, junto a grupos de Colonia, Berlín y otras zonas, quedó agrupada bajo la discutible etiqueta de krautrock, una derivación de la poco amistosa palabra que se utilizaba para referirse a los alemanes durante la guerra (una de las acepciones de kraut es ¡repollo!).
¿Por qué fue ahí? Teorías hay muchas, pero todas parecen coincidir en la influencia de la Academia de Bellas Artes de Düsseldorf, donde desde fines de los ’60 enseñaban artistas como Joseph Beuys y Gerhard Richter. En 1967, por ejemplo, algunos alumnos formaron ahí una banda de fugaz existencia llamada Piss Off, a la que se unió el propio Beuys. Alguna vez, ese grupo tocó en el Creamcheese, un antro sudoroso donde solían hacerse conciertos y reunirse los estudiantes de la academia.
Eberhard Kranemann, uno de los ex miembros y que también tuvo un breve paso por Kraftwerk, recuerda que Piss Off era “anti música” y que en años de revuelta juvenil, su modo de expresión era a través del sonido: “En ese tiempo, un tipo joven andaba por ahí escuchando lo que hacíamos. Parecía muy interesado. Su nombre era Florian Schneider-Esleben, todavía iba a la escuela y tocaba la flauta”. Ese tipo joven no era más que el hijo del reconocido arquitecto Paul Schneider-Esleben, autor de uno de los rascacielos de la ciudad y del aeropuerto de Colonia, pero pronto se uniría a la banda y, más tarde, sería justamente uno de los fundadores de Kraftwerk.
Toda esa historia está recopilada en Electri_City: The Düsseldorf School of Electronic Music, libro publicado por Rudi Esch que -en formato de historia oral- escudriña en la música que la ciudad produjo entre 1970 y 1986. Allí está Kraftwerk, por supuesto, pero también una pequeña multitud de bandas que también fueron reunidas en dos compilados editados por el sello Groenland Records, bajo el título Electri_city: Elektronische Musik aus Düsseldorf.
Neu!, La Düsseldorf, Harmonia (que grabaron junto a Brian Eno) y DAF (una irónica sigla para Amistad Alemana-Americana, en alemán) aparecen en los compilados, junto a nombres más oscuros, pero de historias sorprendentes: Liaisons Dangereuses, por ejemplo, autores del hit subterráneo “Los niños del parque”, luego reivindicado por los DJs de Chicago y Detroit; o Wolfgang Riechmann, joven músico que murió apuñalado justo antes que se editara su único y muy recomendable disco, Wunderbar.
Sin embargo, no solo la cercanía de la Academia de Bellas Artes fue crucial, sino también el pasado reciente de la que entonces era Alemania Federal. Apenas un par de décadas antes, Düsseldorf estaba en el suelo debido a la acción de los aliados, pero rápidamente volvió a levantarse. “Nuestra generación tenía que partir de nuevo, desde algo limpio. Como vivimos en esta región, la música es influenciada más por las máquinas y la ciudad que por los temas rurales, y refleja esos elementos”, explica Ralf Hütter en un antiguo registro incluido en Krautrock: The rebirth of Germany, un documental de la BBC.
En el libro de Rudi Esch, por su parte, el músico Wolfgang Seidel explica que el sonido que surgió en la Alemania de la posguerra se explica, primero, por la influencia de las radios que se escuchaban en las zonas ocupadas por los aliados y, segundo, por la recuperación luego de la debacle: “El año de nacimiento juega un papel importante en los protagonistas del krautrock. Hay una clara línea divisoria entre aquellos que experimentaron la guerra de manera conciente y la época inmediatamente posterior -dice sobre los integrantes de grupos como Kraftwerk, Neu! y La Düsseldorf. Ellos nunca vivieron lo que era no saber cuando ibas a volver a comer”.
Además, la “ocupación cultural” de los aliados, que incluía el rocanrol estadounidense y la invasión británica, provocó un insospechado efecto: “Había un pequeño grupo de gente que trató de crear algo completamente nuevo. Conscientemente rompimos con la tradición musical de los aliados y buscamos una identidad europea. Queríamos oponernos a la superioridad de la música angloamericana con algo espantosamente alemán”, escribe el ex Kraftwerk Wolfgang Flür en el prefacio de Electri_City.
Los destinos de los grupos que surgieron entonces en Düsseldorf son divergentes. Kraftwerk es el más reconocido, mientras otros, como Neu! y La Düsseldorf, dos bandas que comparten historias comunes, son conocidos por los especialistas y sus discos han sido reeditados. De otros apenas quedan rastros, pero todos fueron parte de un momento que marcó el rumbo que más tarde seguiría la música popular.
David Bowie alguna vez dijo que La Düsseldorf era “la banda sonora de los 80” y, en esa misma década, Afrika Bambaataa puso uno de los cimientos del hip hop con ‘Planet rock‘, una canción que sampleaba a Kraftwerk. En el mismo grupo alemán se basó Coldplay para su hit ‘Talk‘, mientras que el periodista inglés Simon Reynolds advirtió que, para muchos, los singles más importantes de 1977 no fueron de los Clash ni de los Sex Pistols, sino ‘Trans-Europe Express‘, de Kraftwerk, y ‘I feel love‘, de Donna Summer y Giorgio Moroder: “La música disco electrónica de Moroder y el sereno synthpop de Kraftwerk generaron resplandecientes visiones de la Neu Europa -moderna, futurista y post-rock en el sentido de no tener absolutamente ninguna deuda con la música americana”, escribió en Rip it up and start again.
Nada de eso, sin embargo, se refleja en las calles de Düsseldorf. No hay placas, no hay estatuas, no hay señas de ese pasado musical glorioso. Ni siquiera hay acuerdo entre los protagonistas. En Electri_City, Michael Rother y Klaus Dinger de Neu! dicen que la banda fue completamente ignorada por los habitantes de la ciudad y Beate Bartel (Liaisons Dangereuses, Einstürzende Neubauten) asegura que no tiene ninguna lealtad con Düsseldorf: “No venimos de ninguna parte. Si grabamos acá, no tuvo nada que ver con la ciudad en sí misma”, declara.
Eberhard Kranemann, sin embargo, hace una réplica que parece incontestable: “Musicalmente, Düsseldorf representaba el centro del mundo, pero la mayoría de la gente ni siquiera se dio cuenta. No teníamos ninguna pista y éramos parte de eso. Solo después te das cuenta, lentamente, lo que tipos como Eno y Bowie vieron claramente: aquí está la cuna de la música electrónica y Düsseldorf es el epicentro. Fue aquí que se originó esta música. Fuimos nosotros quienes la comenzamos. No fue en Colonia, no fue en Nueva York, Detroit o Tokio. La música electrónica partió en esta ciudad. Por eso le dicen Electri_city”.