Mejor no digas nada más,
podría ser que alguien se enfade,
no digas nada más.
Los Planetas – ‘Una Nueva Prensa Musical’
Soy un hijo de la prensa musical. No me avergüenza decirlo. En la formación de mis gustos influyeron de forma trascendente la opinión de otros, de muchos. Desde prensa mensual que devoraba como si me fuese la vida en ello, como era el caso de Rockdelux, hasta los números sueltos que caían en mis manos de prensa internacional: Rolling Stone en plena explosión grunge, Mojo, NME o Melody Maker, que siempre uno podía leer gracias a algún amigo o alguna biblioteca con extrañas suscripciones (gracias fondos públicos invertidos en mi cultura musical). Por supuesto, también leía muchos fanzines hechos en fotocopias y grapados.
En aquellos años, todo era parte de algo que significaban pistas. Pistas de gente que tenía -para mi envidia- acceso a música que yo sólo podía escuchar imaginada. Una anécdota algo obscena por ser personal: de adolescente me compré los dos discos de estudio de Joy Division. Para mi decepción (pequeña, es esa música que marca una vida en esas edades) en ninguno de ellos estaba ‘Love Will Tear Us Apart’, la canción que siempre citaban de ellos. La que esa prensa me señalaba como resumen esencial para conocer a la banda. Pero yo no iba a comprar el Substance para, básicamente, escuchar esa canción. Así que, durante unos años, esa canción para mí fue leída e imaginada, no escuchada. Esa era la importancia de la prensa musical para mí. La que tenía la capacidad de hacer que me obsesionase durante años con algo a lo que no tenía acceso. O que comprase cientos de discos de gente de la que no había escuchado ni una nota, sólo por sus entusiastas palabras o por las referencias a un sonido o un artista concreto. Ellos formaron parte de mi discoteca y, por supuesto, parte de mi vida.
Volvamos a las revistas y a los fanzines. Yo lo veía como parte de un todo, “la prensa musical”. Pero con el tiempo supe diferenciar que los fanzines hablaban siempre de lo que les apasionaba y las revistas tenían que guardar una línea estilística y cierta coherencia. O, al menos, debían de hacerlo. Por eso, si esa revista te recomendaba un artista, confiabas en su criterio. Y si destrozaba uno también. Porque aunque ahora parezca imposible, la crítica musical ¡ponía mal a discos y conciertos! Existía una cosa llamada criterio.
Criterio no es destrozar de manera gratuita un disco sólo por el placer de hacerlo, sino llegar a las causas de porqué es fallido. Lo que seguro no es criterio es sólo hablar bien de todos los discos (o las películas o los libros) tal y como nos encontramos en los medios a día de hoy. Entras en Metacritic, pasas por la sección de crítica de casi cualquier revista musical, tomas esas revistas gratuitas… y uno siente que pueden haber pasado dos cosas: o ha vuelto el espíritu de los fanzines y ya sólo se habla de lo que uno considera maravilloso, o bien -no hay que descartar- vivimos la época de creación musical más maravillosa de la historia de la humanidad y, así, nada merece menos que un notable con el sobresaliente asomando de manera regular.
Reconozcámoslo: la crítica musical ha muerto. No existe. Ni siquiera hace falta un entierro porque, en algún momento de la década pasada, desapareció como disuelta en ácido. En su lugar fue sustituida por una especie de información aséptica con algunas frases intercaladas de entusiasmo, para poder justificar su inclusión en la sección crítica en vez de la de noticias, aunque uno leyéndolas a veces tiene la sensación que deberían llevar un letrerito que dijese publicidad. Porque muchas veces se trata de eso, de publicidad.
No es un fenómeno nuevo, claro. Bien es sabido cómo los directores editoriales de las revistas prohibían críticas sangrantes si la discográfica tenía anuncios en la misma edición. Un caso que me contaron de primera mano: una reseña ya terminada -absolutamente negativa- sobre un disco, fue dejada fuera porque ese mismo álbum venía anunciado a página entera en el mismo número. No la cambiaron. Simplemente se dejó fuera, se obvió la existencia de ese trabajo con cierta relevancia, para que el lector no leyese la bilis sobre el mismo y, al pasar la página, se encontrase con la cara a tamaño natural del cantante sonriendo ajeno al destrozo crítico.
La merma de publicidad en medios pero, sobre todo, la imparable aparición de medios entusiastas a cargo de fans -como eran aquellos fanzines- ha hecho confuso el concepto crítico. Porque los grupos y los sellos aprecian el valor de una crítica, de salir en una lista de final de año, sea cual sea la procedencia, el peso y el valor crítico del mismo. Las redes sociales potencian esto. Si uno sigue a bandas o discográficas se verá inundado (y se viene un par de meses para comprobarlo) de menciones y retweets en la que casi cualquier grupo que haya sacado un disco, va a aparecer en listados de recuento anual. Todos los discos son buenos y todos aparecen en los listados de fin de año. Porque hay tal cantidad y tal variedad que casi siempre hay alguno para nuestro proyecto. Y esa apreciación de que todo es lo mejor del año, tiene un componente de perversión de la realidad no desdeñable.
No se trata de un alegato contra los medios digitales (nada más lejos de mi intención, siendo consumidor compulsivo y habitual de más de dos docenas de ellos), pero ha aparecido un fenómeno relacionado con lo anterior y la accesibilidad a las bandas que propician las citadas redes sociales. Alguien en su habitación, para su pequeño blog al que le ha comprado un dominio, para darle la categoría de web hace una crítica de un disco. Y esa crítica, dada la facilidad que propicia Facebook y, sobre todo, Twitter va a ir directa vía mención al artista. Por supuesto, la tónica habitual es que la crítica sea buena, porque eso hará que, por un lado, se reciba una felicitación del objeto de la crítica y, por otro, un más que probable retweet, que haga que los seguidores de la banda o el artista pinchen el enlace y eso nos dé una visibilidad gratuita. Por lo tanto, si queremos esa visibilidad vía el artista, lo normal es que la crítica sea laudatoria. Quizá incluso nos conceda una entrevista para volvérsela a enlazar y que el músico o la banda la vuelva retuitear y vuelva a generarnos una más que interesante y poco trabajada visibilidad. Sea una crítica magistral o tan sólo una felación, palabra tras palabra que, dada nuestra necesidad de visibilidad estará más cerca de lo segundo que de lo que, tradicionalmente, entendíamos por crítica musical. Y esto se convierte en una rueda que gira y gira y gira ¿Quién se arriesgaría a hablar mal de alguien en estas circunstancias?
Esto, de manera sorprendente, parece haber contagiado a la crítica más consolidada. Un ejemplo al azar: el número de noviembre de la veterana revista española Mondosonoro (más de 20 años en activo) en la sección crítica, de 43 comentarios sobre discos sólo 6 obtienen un 6 sobre 10 o menos (en realidad sólo un 5 al disco de Mark Lanegan). O sea, más del 84% de los discos reseñables ese mes son notables o sobresalientes. Si uno se para a pensar en eso, es probable que sea el mejor mes en la edición discográfica de la historia. La cuestión es que el anterior mes también lo debía de ser a tenor de un porcentaje similar de críticas extraordinarias. Y, apostaría, el siguiente también lo será. ¿Qué conseguimos con eso? El absoluto descrédito de la labor crítica, la sensación de que estamos ante un catálogo como el que podemos encontrarnos en la publicidad de una multitienda, en el que cada producto es el más extraordinario y en el que ninguno sufre de debilidades ¿De verdad queremos eso?
La crítica musical se ha convertido en ese páramo acrítico que nos hacía sonreír al pensar en los fans del heavy porque siempre, a pesar de todas las circunstancias, defendían a su ídolos aunque fuera evidente la merma de calidad en los trabajos con el paso del tiempo. Antonio Luque, Sr. Chinarro, comentaba en los ’90 sobre el circuito musical independiente y la prensa (el fanzinero pero también el otro dada la escasa profesionalización): “yo te considero periodista porque tú me consideras músico”.
Es probable que sea el momento de repensar el papel de la crítica musical. Yo no aporto soluciones porque no las tengo, pero parece evidente la necesidad de un revulsivo. Esto sería positivo incluso para las propias escenas musicales. La alabanza endogámica nos está llevando a una autocomplacencia a veces un poco intragable. O quizá ni siquiera sea cierta. Cuando un grupo de críticos o gente que escribe de música se reúne y toman unas copas, os aseguro que la ferocidad y dureza con la que hablan de algunos discos y bandas es asombrosa. Casi tanto como la tibieza que muestran sobre esos mismos discos y bandas, cuando tiene que poner sus opiniones sobre escrito en cualquier medio. Aunque sea su propio blog.
Mucho se ha debatido de la vergonzosa calidad de los artículos de música en la prensa generalista. De la incapacidad para llegar a tiempo a nada, de su anquilosamiento y su eterno retorno sobre artistas y músicas que poco aportan o, cuando intentan tomar el pulso a la actualidad, como una y otra vez quedan en evidencia y como parecen publirreportajes más que artículos musicales. Siendo todo eso verdad, quizá no sea a esos grandes medios a los que les debamos exigir ese rigor. Y mucho menos una visión crítica del fenómeno musical. O quizá sí debería ser exigible. Pero aún más, desde los medios más especializados y no se está practicando. Y no se practica hace años. Se están convirtiendo (o nos estamos convirtiendo) en correas de transmisión de palabras amables, por miedo a molestar al cantante de turno que nos encontraremos en una discoteca o un recital. O por temor a que no nos conceda una entrevista la próxima vez que edite un disco. Y, como decían Los Planetas en la cita que encabeza este artículo cada vez se acerca más a un “mejor no digas más, podría ser que alguien se enfade”.
*Daniel Hernández ha estado presente desde 1999 en la escena musical independiente española, a través de su relación con sellos como Federación de Universos Pop y Efervescente. También en la prensa, en medios como Zona de Obras, Jenesaispop, La Fonoteca y Rolling Stone, entre otros.