Quizás la tarde del 18 de octubre fue la última en la que fuimos nosotros, con todo lo que sabíamos y entendíamos por nosotros. Horas más tarde, nuestras libertades serían privadas, algunos revivirían los infiernos en tierra más crudos y algunos otros nos enfrentaríamos a ellos por primera vez; todo en un país con un supuesto pacto. Eso no iba a volver a pasar. Pero pasó.
Pareciera que desde hace un mes ya no somos los mismos, probablemente no volvamos a nuestros lugares comunes y corrientes porque es, precisamente, lo que nos hacía vivir incómodos. Suponemos que desde esa tarde, y posteriores noches de terror y rabia, muchos de los integrantes de esta parte del mundo nos despojamos de lo que éramos y nos pusimos a disposición de lo que nos rodeaba inmediatamente: la familia, las amigas y amigos, el barrio, la calle. Estos últimos treinta días hemos sido más vecinos que periodistas, sí.
¿Por qué dejamos de escribir de música desde el 18 de octubre? Por la obviedad de no poder ocupar la cabeza en más que videos terribles de pacos y rectificación de rumores en grupos de Whatsapp; y porque existió una urgencia en la que la música, y por ende su periodismo, no estaban preparados para ser primera línea.
Un cancionero añejo, algunos artistas pasivos, vitrinas empolvándose con canjes en lugar de consignas, prensa precarizada, periodistas sin opinion al servicio de bookers y productoras. ¿Qué hacíamos, entonces?, ¿dedicarnos a repostear tocatas a beneficio llenas de bandas con listas de amigas y seguidoras acosadas?, ¿transformarnos, de nuevo, en el agente crítico que viene a incomodar a un par de opiniones?, ¿cuál hubiese sido el fin de exponer nuestro prisma y criterio si estábamos todos pegados a la tele viendo como Iturriaga nos declaraba toque de queda, sin siquiera ser capaces de dimensionar el abuso y la represión que se vendría? El mar de preguntas que seguimos nadando y que se debe repetir en toda profesión y oficio.
Además de la densa vigilia de temer por los tuyos (desde hace treinta días, los tuyos son todos), inevitablemente cuestionamos nuestra existencia. ¿Por qué hacemos lo que hacemos? En POTQ siempre tratamos de velar por ser un registro relevante para el futuro de lo que fuimos y somos; aún así este mes nos tuvo cuestionando la importancia de contarte sobre la canción de Alex Anwandter o la cancelación de un festival. Así que por más que estuvimos ausentes en relación a la publicación, sí estuvimos observando y registrando. Vimos músicos y músicas que se pusieron a disposición del movimiento social, canciones resignificadas y cómo algunos espacios se transformaron también con ellas. Por, para y desde la gente. Y desde ahí hemos vuelto.
Al principio, congelados y congeladas por el horror, por casi dos semanas sentimos que profundizar en una música poco honda -o descontextualizada- no sólo era inútil, también era un obstáculo para la información que necesitábamos (necesitamos) y debíamos (debemos) conocer en estos momentos. Necesitamos saber cómo nos están matando, quiénes; dónde agruparnos, cómo ayudar; a qué concentración ir, qué pancarta llevar.
Ahora que el terreno es claro y que el pueblo ha vuelto a entonar su voz para poder convertir los gritos en canciones, nos parece oportuno e inaplazable que volvamos al ruedo de retratar lo que escuchamos, lo que vemos y lo que vivimos; sin olvidarnos nunca de lo que vivimos, por ellos que ya no ven ni viven.
¿Por qué nos resultaba incompatible seguir hablando de música contemporánea mientras estaban los militares en la calle y las dos semanas siguientes? Porque habían cosas más importantes por las que velar, porque no tenía sentido que habláramos de que tal festival seguía o que Boy Pablo no se cancelaba. Pensábamos en dónde íbamos a dormir en la noche después de la marcha, en estar atentos a que las amigas y amigos llegaran bien a sus casas, en que no podías salir de tu reja sin pensar lo peor, en que por la cresta… ni escuchar música podíamos (como muches de ustedes, les leímos). Sabemos lo importante que es despejar la cabeza, pero tanto o más lo es no hacerse el loco cuando hay que dar cara. Y en segundo lugar, no nos podíamos hacer los hueones y hueonas cuando el país pedía -y pide- justicia y hay pacos matando, mutilando y violando a personas. Amamos la música, pero (y ahora lo confirmamos después de presenciar el horror que nos prometieron no volvería) no más que la justicia.
*Foto: Agencia UNO