No hace mucho alguien me planteaba la necesidad de hacer un cine que brote naturalmente; una especie de vómito que contenga en sí mismo la forma, el fondo, el subtexto, la estética, y todo aquello que forme parte de una película. En otras palabras me sugería un todo indivisible, una manera de crear que lleve en su esencia unidos, como en una sola parte, los distintos elementos que confluyen en el cine. Debo reconocer que me costó un rato captar lo que me estaban planteando, pero cuando este tipo hizo una relación analógica con el rock, con ese rock más visceral que es una especie de masa energética que brota instantáneamente, creo que capté el fondo del asunto. Claro, seguramente Nirvana o The Stooges pasaban horas haciendo arreglos cuando grababan sus discos, pero no me cabe duda que la esencia básica de sus canciones había nacido de un acto impulsivo, de las mimas tripas del autor, de un escupitajo musical, y eso evidentemente se nota en sus discos.
Exactamente lo mismo pasa con Tarantino, al menos esa es mi teoría. Rodríguez le propuso la idea de hacer dos películas bajo el concepto Grindhouse (salas de cine norteamericanas donde se daban rotativos de películas B), entonces se le ocurrió hacer una película de autos tipo cine B, vio todas las películas habidas por haber del subgénero, las citó cómo y cuánto pudo, y apenas estuvo listo dijo “acción”. Obvio que hubo un guión, obvio que la dirección de foto no se hizo en el momento sin previa preparación, obvio que hubo una preproducción, obvio que se editó, obvio que la película se hizo con el rigor que se hacen las películas, y millones de obvios más… pero todo eso no quita en nada que la película haya sido en su esencia un impulso, al más puro estilo del más desgarbado rock and roll. Por eso cuando hablo de Death Proof, hablo de un todo indivisible. La fotografía, el arte, la música, los personajes, etc. forman una película que no se puede concebir por partes, y que es sólo separable en cuanto análisis minucioso, pero nada más. Incluso la misma historia, que en la mitad de la película cambia de personajes y de estética, no es divisible, porque su gracia precisamente redunda en ese tipo de operaciones.
Es sin duda este modo de hacer visceral lo que, no sólo enriquece la película, sino que también le abre opciones, todas bajo un carácter referencial. Así Tarantino se permite audacias tan interesantes como rayar la película, cambiar las texturas, pasar de color a blanco y negro y nuevamente a color, situar a algunos de sus personajes en períodos de tiempo que parecieran ser una cruza entre los 70 y los 2000, y terminarlo todo con uno de los finales más brillantes que he visto en mi puta vida. Y es que estos elementos no son gratuitos, forman parte del tipo de errores o de decisiones estilísticas que las películas que se exhibían en los Grindhouse solían tener.
Death Proof es una película de estilo, llena de citas y referencias a filmes como Faster Pussy Cat Kill Kill (1965) y Vanishing Point (1971). Junto a Planet Terror de Robert Rodríguez forman GrindHouse.
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