“Me gustaría que entendiendo el legado pop de mi playlist, hicieran un artículo sobre el pop (y sus variaciones) y el concepto de amor en las artistas mujeres desde los noventa hasta la actualidad”. Esa fue la propuesta de pauta de Princesa Alba y se nos cayó la peluca. Grité en el grupo de chat del equipo “Oh, la volá en la que se fue la Princesa ¡eso podría ser un libro! ”. Que no se malentienda, nos encantó la propuesta. Eso sí, dejemos algo claro. Hablar del amor en tiempos de emergencia climática puede resultar en dos cosas: un bálsamo para el alma o una puerta de entrada al más absoluto nihilismo y posterior suicidio. Pero acá estamos, dando cara.
“TE VOY A AMAR HASTA QUE ME ECHÍS A LOS PACOS”
Por Javiera Tapia
“El amor tal vez
Es un mal común
Y así como ves
Estoy viva aún
¿Será cuestión de suerte?”
‘Las de la intuición’, Shakira.
El amor como motor de composición de cualquier obra artística es algo que supera cualquier línea temporal, ubicación geográfica, género y aparato moral. Por lo tanto, es quizás uno de los temas más ricos para analizar a lo largo de la historia. La manera en la que se nos muestra varía, al igual que la bajada que la sociedad hace de estas obras. Pero, en esencia ¿se repiten los motivos?
No tengo pruebas -pero tampoco dudas- de que las compositoras que escriben canciones de amor construyen sus bases desde esencias similares que quedan de experiencias diferentes. Todos y todas estamos cruzados por esas esencias que toman caminos infinitos, de acuerdo a nuestra biografía y contexto. Nadie me saca de la cabeza que sin las penas de amor, el pop no existiría. Así como sin silencio, el sonido. Uno más uno son dos. Porque para sufrir por amor, primero hay que enamorarse. El ciclo del agua, el ciclo de tus lágrimas, básicamente.
Imaginemos un rompecabezas de canciones de amor, sobre lo que hablan esos temas y también quiénes son las que se encargan de hacerlos públicos. Creo que lo único que cambiaría en este juego serían las maneras de escribir esas letras y claro, los personajes. Pero posiblemente, lo que más cambia es la bajada de conceptos de quien escucha una canción.
La manera en la que se aborda el amor en las canciones cambia solo por fuera, no desde su motor. Por algo Dolly Parton escribió ‘Jolene’ en 1973 (una época que a cualquier nacido en los noventa le parece el medioevo) y, coincidentemente cuando el feminismo se empezó a poner de moda con redes sociales de por medio, Miley Cyrus (su ahijada) hace una versión (2012), la hace suya y, por lo tanto, los que crecieron viendo Hannah Montana también la incorporan a su memoria. Resuena.
Tanto resuena que hasta Stormzy quiso hacer su propia lectura en Twitter en enero del año pasado. “Es un poco triste, en realidad. Desearía que Dolly hubiese tenido más amor propio y confianza o la fortaleza para dejar a ese hombre, no es culpa de Jolene”, dijo. Stormzy, el deconstruide. Donde él ve falta de autoestima, yo veo la seguridad de una mujer para dedicarle una canción de amor/admiración a otra. El marido es el pie forzado, digamos.
En una entrevista que le hice a la escritora Romina Reyes hace algunas semanas, me habló sobre cómo escribir su última novela con un componente autobiográfico (ella y su madre), le ayudó a darse cuenta de que pensaba de manera muy virginal en las mujeres del pasado. “Tu mamá es una mujer, fue una mujer joven, tuvo una vida. O, las mujeres en el ’77 ya abortaban, no es una moda de ahora”. Eso mismo me pasa cada vez que pienso en las compositoras y cantantes de décadas atrás. Siempre intento no ceñir mi entendimiento de su obra a cómo creo yo que era esa época. Me rehúso a cerrarles el horizonte, a angostar el camino de esas canciones. Al menos en mi cabeza. Porque el amor y todo el universo de otros sentimientos y situaciones que lo componen, se sienten parecido pero se escriben diferente.
Hacer más angosto los alcances de las que escribieron antes, sumado al pobre registro del arte hecho por mujeres y una industria musical con la misión de siempre levantar a “la única” durante muchos años, pienso ¿cuántas otras maneras de ver el amor, la muerte o el dolor nos hemos perdido? Y ahí viene el atrape, de saber que somos tan insignificantes que nunca tendremos idea.
Lo que sí sé es que todas son (somos) parte de un gran árbol con ramas infinitas y, si queremos, siempre podremos encontrar a una otra. Nací en 1988 y creo que ‘Unpretty’ de TLC fue la primera canción que pude interpretar como un tema de amor para una misma. Que una puede leer desde los dolores o inseguridades sobre el cuerpo, hasta darle fin a relaciones tóxicas. Y así, sintiéndome amada por mí misma, es posible engancharla a otras canciones, como ‘Q.U.E.E.N’ de Janelle Monáe con Erykah Badu, ‘Confident’ de Demi Lovato o, por supuesto, ‘Stronger’ de Britney Spears.
Otro ejemplo. Con ‘You oughta know’ de Alanis Morissette, puedo encender mi máquina del tiempo y viajar de una década a otra para hermanarla con otras (aunque también puedo hacer una lista en Spotify). Me voy a los cincuenta a buscar ‘Cry me a river’ de Julie London, pero también volver al futuro para decirle a Lily Allen que me preste ‘Smile’ o ‘Not big’ y que Taylor Swift entregue ‘Better than revenge’. Es así como de maneras completamente diferentes, puedo explotar en rabia y sentirme acompañada en el dolor de ser abandonada por un otro.
Sentir dolor, escrito con toda la poesía posible, es algo mal visto por estos días. Se habla del amor romántico y, precisamente, de una larga lista de canciones que perpetúan este cáncer para las mujeres. Y podría llegar a estar de acuerdo, pero pienso y pienso. ¿Por estar consciente de ese amor tóxico dejo de sentir el dolor? ¿dejo de sentir celos? ¿se acaba la angustia en el pecho? A mis treinta años ya sé que no. Todo lo feo lo puedo sentir igual, aunque mi cabeza diga que está mal. Y en ese estado, sí, ¿sabes? Dame un bolero. En unos meses más probablemente esté escuchando ‘Cool’ de Gwen Stefani.
Repentinamente, me doy cuenta que toda la culpa de nuevo la volvemos a tener las mujeres. Porque mientras que podíamos aprender y reflexionar de la mano de la escritura de Margarita Pisano, el capital se comió al feminismo y empezó a vendérnoslo deslavado y despolitizado, por tanto, como causa individual. Como autoayuda con promociones en Instagram y una infinidad de discursos -muchos de ellos emitidos por otras mujeres deseosas de visibilidad- que suprimen el reconocer nuestra vulnerabilidad y oscuridad, en pos de buscar el empoderamiento y el éxito. Como si una vida mejor se pudiera vivir deshumanizándote a ti misma. Ahí de nuevo entra la importancia de las canciones y la razón por la que estoy muy de acuerdo con que existan esos temas pop bien melodramáticos, bien exagerados o problemáticos para el 2019. “Te voy a amar hasta que me echís a los pacos” dice Lorde. Yo me quiero seguir conectando conmigo misma en todo orden, incluso con lo que no me gusta de mí. Y la música tiene ese poder.
LAS CANCIONES Y EL DOBLE FILO
Por Bárbara Carvacho
Nos encontramos con que las mujeres en el pop han hecho y deshecho en cuanto a temas del amor; y mientras algunos prefieren perder el tiempo criticando a Mon Laferte por llorarla toda en sus canciones, por acá preferimos entender el discurso como un ente infinito que solo se trasladó a otros planos de nuestro entendimiento.
Ya aprendimos que no nacimos para hacerte feliz, como dice Britney Spears, pero eso no significa que a veces no lo sintamos de esa manera. La música, y en este caso el pop, está cumpliendo su función más básica y noble: retratar lo que se vive, la parte oscura y la parte luminosa. El sentir que creces porque amas, el sentir que eres capaz de morir por perder el apretón de guata cuando ves a alguien.
La mujer amando, llorando por amor, amándose. Hechos y sentimientos que existieron, existen y existirán, sólo que ahora comprendemos los límites que tienen todas estas fronteras del sentir.
Si el pop ha tenido la labor de ser la trinchera de muchas artistas, hoy lo es más, porque ya no solo se trata de armar canciones dedicables, si no que de un proceso largo y arduo en el que caes en cuenta que tu mensaje se difunde e influye en el cómo siente una -pequeña o ancha- parte del mundo.
Porque las sociedades cambian y ya no queda bien tirar tus principios por la borda sólo por otro amado. Sin embargo, a veces lo sentimos así. Y ahí es cuando la música entrega su legado: dejar constancia de lo que vivimos y cómo sentimos.
Norah Jones, Kelly Clarkson, Adele, Lizzo, Macy Gray, Whitney Houston, Cher, RIhanna, Carly Rae Jepsen, Céline Dion, Katy Perry, Leona Lewis, Beyoncé, Pink, Miley Cyrus, Javiera Parra, Javiera Mena, Natalia Lafourcade, Thalia, Luz Casal, Belinda, Julieta Venegas, Chini Ayarza, Niña Tormenta, Rosario Alfonso, Francesca Santoro, Princesa Alba, etcétera, etcétera. La lista de mujeres que han decidido ser las dueñas de su historia, sea esta de amor o desamor, podría ocupar cientos de páginas. Cada una de ellas eligió el ser la creadora o intérprete de frases que calan en corazones exaltados y en los rotos.
El gran cambio es lo que entendemos o no como problemático. Durante la década del sesenta no parecía nada de extraño afirmar que nos desangrábamos por ser abandonadas por el ser que se ama; hoy el discurso nos lleva a pensarlo dos veces porque 1) sabemos que no vamos a morir realmente 2) porque bordea el mal gusto el perderte de esa manera por un alguien que toma la decisión autónoma de abandonarte y 3) porque tenemos problemas mucho más grandes.
Las mujeres ya no quieren/suelen/pueden perder el día llorando por amor porque ahora tienen otras cosas por las que llorar. A las mujeres, hoy, les matan a las mamás, esas mismas que cantaban con dolor las canciones de Gilda cuando su pareja decidía irse a tomar. Las mujeres, sobre todo las del pop, lograron darse cuenta que el perpetuar estos discursos de magdalena puede ser un arma de doble filo.
Es de doble filo porque tenemos el peligro evidente de replicar discursos que alimentan ignorancias y sirven de escudos para quienes se aprovechan de esos rincones de sensibilidad y vulnerabilidad. Pero, en el otro lado de la moneda, tenemos el derecho a amar y desamar, sentir con -un poquito- de libertad. El derecho de querer estar triste, de querer sentir que nos morimos aunque sepamos que ese dolor en el pecho no es tangible como un cuchillo. Querer desangrarnos después de saber que no estamos realmente sangrando.
*CD de portada: ‘Canción de pop de amor’, Cariño.