Por Jorge Muñoz
Stevie Tatum, un escultor dedicado a impartir clases de animación virtual en la pequeña ciudad de Williamsburg (Virginia), cuenta entre sus pasatiempos con ser el guitarrista de Exit 321, una de aquellas clásicas bandas de viejos amigos tocando covers de Dylan, para unos cuantos conocidos en el bar de deportes del pueblo. Además, es un gran seguidor de la saga de George R.R. Martin, “Canción de Hielo y Fuego”, razón por la cual, para cuando se enteró del estreno televisivo de Game of Thrones, vio en esta adaptación de HBO la oportunidad ideal para convencer a su hijo Jake de acercarse a la narrativa de Martin.
Aquel 17 de abril de 2011, al igual que miles de televidentes en EEUU, su hijo Jake acabó completamente prendado de la historia, motivándose a acompañar a su padre cada domingo, durante los nueve episodios restantes de la primera temporada. La obsesión de Jake por aquel relato fantástico creció luego a tal punto, que en tan sólo un par de días ya había leído los cinco libros hasta entonces publicados. La estrategia de Stevie había resultado a la perfección.
Pero Stevie Tatum no siempre tuvo tal suerte a la hora de despertar los intereses de su hijo. Para cuando Jake cumplió 11 años recibió como regalo de su padre una Squier Stratocaster que acumuló polvo en un armario hasta que recién 4 años después. Sumergido en el momento álgido del movimiento pop-punk californiano, Jake pensó que sería buena idea conocer alguna canción de Green Day para estar en onda con su grupo de amigos. Luego de esto despertó en él una capacidad compositiva desconocida, que lo llevó a grabar cientos de maquetas de canciones que guardaba en un disco duro externo para reducir cualquier posibilidad de que alguno de sus amigos descubriera algo escudriñando en su biblioteca de iTunes.
A los 21 años, y con una vaga idea de trabajar como periodista, Jake Tatum cursaba ya su último año de Comunicaciones en Virginia Tech y quizás alentado por su amigo Dustin Payseur, líder entonces de un incipiente proyecto musical denominado Beach Fossils, fue que se animó a subir a la red algunas de esas tantas canciones grabadas motivado básicamente por su interés en aprender a usar ProTools. Entre ellas destacaba una versión para ‘Cloudbusting’ de Kate Bush, que despertó la atención del entonces novel sello Captured Tracks (Thee Oh Sees, Mac DeMarco, DIIV, entre otros) que le ofreció publicar Gemini, un álbum completamente grabado entre su habitación universitaria y la casa de sus padres, sin haber sido nunca antes interpretado en vivo a ningún tipo de audiencia.
Gemini fue ganando popularidad en internet rápidamente gracias a su fuerte arraigo en el indie-pop de los años 80. La mezcla de guitarras brillantes, sintetizadores y cajas de ritmos, sumados a los arreglos de una voz que no buscaba ser protagonista, sino una textura más dentro de una atmósfera total de calmada desesperación adolescente, demostraban que la capacidad de Tatum para componer melodías poderosas contrarrestaba cualquier falta de habilidad en la producción.
Esto quedó demostrado en ‘Summer Holiday’, punto culminante del álbum en que el rasgueo pop de Tatum apunta con decisión al sonido de Slumberland Records, avanzando con ritmo simple hasta un puente de guitarras gemelas, valuarte clásico del sonido indie-pop, para luego retomar con una simple combinación de caja y voz. Y aunque la letra en ocasiones raye al borde de la cursilería, hay algo particular en la expresión de su voz que lo convierte en romanticismo auténtico, discreto y sutilmente atractivo, al punto de tomarse licencias para finalmente avasallar con un coro que despunta a partir de un simple e inexpresable aullido.
Reestructurando su identidad como Wild Nothing, concepto que para su creador representa “una contradicción”, desde un cuarto perdido en un barrio universitario Gemini consiguió cautivar a una audiencia inexistente a partir de la poco probable reinvención de un sonido que se había dado por muerto y enterrado mucho antes del nacimiento de Tatum y su generación.