En el 2001 la Ciudad Condal recibió por primera vez al Primavera Sound. Ese 28 de abril, en el Poble Espanyol (un hermoso museo arquitectónico al aire libre, ubicado en Montjuic) comenzó la historia que, diecisiete años después, ha mutado en una estructura gigantesca dedicada a la música que, al mismo tiempo (y aquí radica una de las mayores diferencias), reverencia a su ciudad de origen.
Primavera Sound es más que un festival de música. Eso que oímos siempre en foros y charlas de industria musical, cuando se dice que estas son “experiencias”, algo que casi siempre es humo pero acá se cumple, quizás, por tres premisas de base: primero, que la música no es una excusa para activaciones de marcas, sino lo más importante. Segundo, la ciudad conoce también el impacto en términos económicos, turísticos y culturales del evento, por tanto, contribuye como un ente más y, finalmente, la organización no abusa de su público. El que paga una entrada general, puede acceder a la misma calidad de servicios dentro del recinto que los que pagan la entrada vip. A los asistentes se les cuida y -luego de yo asistir por tercera vez a la cita- veo que todos los años entregan más actividades gratuitas como también inclusión de escenarios, sorpresas y servicios que mejoren la visita. Y esta última idea, es algo difícil de cumplir, dada la envergadura de la máquina. Según los propios registros de la organización, en el 2018 se recibió a más 60 mil personas por día, venidas de 126 países diferentes.
La protagonista es la música
Además de tres días completos de música (con una variedad de artistas y propuestas realmente transversales, sobre esto profundizaré en el próximo capítulo) que se inician a eso de las 4.30 de la tarde en el Parc del Fòrum y finalizan a las cinco y media de la mañana, hay otras actividades en las que el festival se toma la ciudad.
La jornada de apertura es la que se realiza el día miércoles, todos los años, antes de comenzar el jueves con la maratón de conciertos. Es una bienvenida del festival no solo a quienes compraron su entrada, sino a todos. Se abren las puertas del lugar con conciertos gratuitos. Esta vez se presentaron Javiera Mena, Yung Beef, Belle and Sebastian, Spiritualized con coro y orquesta y María Arnal i Marcel Bages (el mejor concierto del festival para quien escribe, sinceramente), entre otros.
Pero hay más. Porque si nos ponemos rigurosos, este evento comienza a principios de mayo, con Primavera als Barris, una de las líneas de Primavera a la Ciutat, la iniciativa que saca el festival a las calles de Barcelona. Este 2018, desde el 3 hasta el 24 del mes recién pasado, se realizaron conciertos gratuitos en diferentes centros cívicos y espacios culturales, en diversos barrios de la ciudad como Poblenou, Congrés-Indians, Poble-sec y Gràcia y también en el contiguo ayuntamiento de Sant Adrià de Besòs.
Luego, está Primavera Al Raval, que son más conciertos gratuitos en el CCCB (Centre de Cultura Contemporània de Barcelona), desde el miércoles 30 de mayo hasta el domingo 3 de junio. Fue en este escenario en que también se presentaron Rubio, Cómo Asesinar a Felipes y Niños del Cerro, durante este año, además de otros como Rhye, Waxahatchee, Tigercats, Jay Som y Oblivians, entre muchos otros.
Y como si esta bienvenida no fuera suficiente, este año se realizó la primera edición de Els Aperitius del Primavera, con conciertos a media tarde -gratuitos- tanto en Madrid como en Barcelona: Nothing Places, Alondra Bentley y Ferran Palau subieron al escenario, entre otros.
En resumen, si no tienes una entrada para el Primavera, puedes ver buenos conciertos gratis toda la semana igual (y además conocer diferentes barrios).
Por otro lado, para quienes tenían una entrada al festival, también podían ir a los conciertos programados dentro de Primavera Als Clubs, que se realizaron desde el lunes 28 de mayo hasta el domingo 3 de junio en Sala Apolo (y La [2] de Apolo también). En ese espacio se pudo ver a bandas como Kero Kero Bonito, The Sea and Cake, The Men, Ariel Pink, a Joe Goddard de Hot Chip, Flat Worms y Ganges, entre muchos otros.
Y si tu intención era inmolarte en el Primavera Sound 2018, Primavera Bits -el escenario electrónico del festival, aunque no el único lugar donde se podía disfrutar de estas propuestas- te daba la opción. A partir de las 12 de cada día, podías asistir al Xiringuito, un nuevo escenario -el tercero de esta micro ciudad dedicada a las máquinas- en el que podías bailar con las sesiones de Four Tet, Daphni y Floating Points, además de nadar en la playa como sirena y comer paellas en un restorán que estaba ahí, en la arena.
La ciudad es tu amiga
Según un estudio de la consultoría Dentsu Aegis que evaluó la edición del 2014, la ayuda pública percibida fue inferior al 2% del presupuesto total de la realización del evento, que equivalía a más de 11 millones de euros, mientras que la contribución de patrocinadores, representaba un 15%.
¿Cómo contribuye además la ciudad? Por ejemplo, reforzando el transporte público. Sí funciona, debo decirlo, no tuve que esperar más de diez minutos para tomar una micro que me dejara en el centro, también había más frecuencia en el tranvía y el Metro de Barcelona el viernes está abierto hasta las 2 am y el día sábado con servicio continuo toda la noche.
Continuando con el estudio, en las estadísticas del 2014 además se desglosaba el gasto del público, que contribuye también a la economía de la ciudad. “El gasto directo de los asistentes se aproxima a los 40 millones de euros con un gasto promedio por asistente de 544 €, cifra que se incrementa hasta los 780 € en el caso de quienes se trasladan desde otros lugares con motivo del evento y disminuye a 226 € cuando se trata de residentes en Barcelona. En este desembolso se incluye la compra del abono, cuyo precio inicial de 99 € aumenta de forma progresiva hasta 195 € con un precio medio de 150 €, así como el importe correspondiente a desplazamiento y alojamiento por parte de los visitantes, quienes generan un total 27.802 trayectos de avión y 129.264 pernoctaciones en hospedajes de diferentes categorías, sin contar con los correspondientes a la organización, con una media de 5’1 noches por asistente foráneo. Además de estos importes, también se computan aquellos que se generan fuera del recinto del Fòrum, como transporte, restauración, actividades culturales y compras efectuadas en tiendas de la ciudad”. De esta forma, en aquel año, el impacto del festival sobre la economía catalana alcanzó la cifra total de 94.813.790 €.
Pero si vamos a hablar de la relación del festival con la ciudad y su realidad, tampoco podemos dejar de lado pequeños grandes símbolos. Por ejemplo, pasear por el parque y leer una gigantografía con la frase “fight for your righ to party, party for your right to fight”. O ver en la programación del Primavera Pro un espacio dedicado a hablar sobre la crisis que actualmente existe en España alrededor de la libertad de expresión, con músicos encausados por delitos de injurias a la Corona o enaltecimiento del terrorismo (puedes ver la transmisión en vivo que realizamos de ese encuentro acá). O la entrega de máscaras el último día, con la cara de Carles Puigdemont, el ex presidente de la Generalitat que llevó a cabo el referéndum por la independencia en Cataluña en octubre pasado y que actualmente se encuentra en Berlín, esperando la extradición. Pequeños símbolos con los que la organización toma una posición política y la deja clara.
Ya que viniste, pásalo bien
Cuando digo que no hay un abuso con el público, hablo con conocimiento de causa, porque en Chile veo sin cesar que esto sí ocurre en cada uno de los festivales a los que asisto. Más allá del debate del precio de las entradas de concierto, me quiero centrar en los servicios que se ofrecen dentro. La primera vez que asistí a Primavera Sound, en el 2014, lo primero que me llamó la atención fue que los precios de la comida estaban acorde a lo que se ofrecía (si una hamburguesa costaba 4 mil pesos, era una bien hecha y acompañada de papas de verdad, no una de mierda hecha sin amor) y los valores tampoco diferían mucho de lo que podías encontrar fuera del recinto, en la ciudad. Por otro lado, estaba muy bien la diversidad de lo que podías conseguir. Desde churros con chocolate, pasando por cartas veganas y platos para celíacos. Todo esto en el 2018 también se cumplió.
Estando más de doce horas dentro del lugar, no se veía un aprovechamiento por ser la única opción de la gente para alimentarse (aunque también podías entrar con comida si querías). En las barras de alcohol, quizás sí, el precio no era una ganga, pero al menos no te vendían un aperol (¿por qué les gusta tomar eso?) mal hecho a siete lucas.
Algo bueno es que tampoco estábamos en Pampa Ilusión. Aunque en otros festivales en España (hola Tomavistas) sí existe la modalidad de fichas y “vasos ecológicos” (esos plásticos que compras y luego tienes que devolver para que te transfieran el dinero), acá no. Ibas, pagabas en la barra con tu dinero, te daban un vaso plástico que después botabas en los basureros de reciclaje y adiós, corrías a tu concierto.
Este año, junto con el cartel musical, el Primavera tuvo un cartel gastronómico. Además de los tradicionales carritos con variada oferta y precios que les mencioné, ubicados todos cerca de cada uno de los escenarios repartidos del Parc del Fòrum, la organización también quiso hacer una reverencia más a la ciudad invitando a la zona central de restauración a veinte locales que existen en diferentes barrios de Barcelona. Se podían encontrar hamburguesas de La Burguesería y El Filete Ruso, fish & chips de The Fish and Chips Shop, tapas locales de El Quim de La Boqueria, ramen del Grasshopper, cocina del sudeste asiático de Hawker 45 y poke de Poké Maoli, entre otros.
Y si tu paladar era aún más exigente, podías dirigirte a Casa Primavera, el restaurante pop-up, en el que diferentes chefs de estrella Michelín te ofrecían diferentes menús. Por ejemplo, el de Douglas McMaster, oriundo de Brighton, cuya cocina se caracteriza por el “zero waste”. También estuvo Lalo García, a cargo del Máximo Bistrot, uno de los mejores 50 restaurantes de Latinoamérica, afincado en Ciudad de México. Lo suyo era una fonda en donde podías probar platos inspirados en la tradición mexicana y si querías algo más mediterráneo, te podías acercar hasta el chiringuito de Óscar Manresa, el jefe del restorán Kauai, para comer sus paellas en la orilla de la playa. Todo esto, acompañado también del maridaje de César Cánovas, elegido mejor sommelier de españa en el 2006, el ex sommelier de el Bulli David Seijas y el padre de la sumillería molecular François Chartier.
No tenía plata (soy periodista de música) ni tiempo (habían conciertos a esa hora) para asistir a esto, pero mira, ahí estaba. Tenías la opción.
En mi experiencia, solo encontré un día un espacio de tiempo para comer, porque siempre hay algo que ver y prefería seguir mi ruta de escenarios que alimentarme. Pero cuando lo hice, pedí para dos personas: dos copas de vino, una ración de papas bravas y otra de nachos con guacamole y todo estaba de diez, hecho con amor, no comí sentada en el suelo sino en una silla y una mesa (algo que valoro porque ya no tengo quince) y me costó menos que dos hamburguesas tristes y dos bebidas en un festival en Santiago. Nada más que agregar, su señoría.
Por otro lado, ¡y esto es muy importante!, nunca me perdí un concierto por hacer una fila para comprar comida, algo para tomar o para ir al baño, algo que sí me ha pasado en algunos de los grandes festivales que se hacen en Chile, a pesar de que no se realizan por primera vez y ya tienen muy claro cuál será la cantidad de gente que recibirán. Muchísimo menos suceden cosas de terror, como estar al sol en pleno verano sin agua gratis, como sí pasó en una de las ediciones de Frontera, hace algunos años.
Además, dada la distancia entre escenarios, la organización disponía de carritos que movían a las personas que lo solicitaban. Este año, el Primavera Bits -dedicado a la electrónica-, que se encontraba cruzando un puente, estaba a un par de kilómetros desde Mordor, el sector opuesto en donde se encontraban el Mango y Seat, los dos principales.
¿Algo triste? La feria discográfica. Desde el 2014 he visto cómo ha disminuido la participación de sellos españoles mostrando su catálogo. La primera vez que entré al Parc del Fòrum me volví loca mirando discos que solo me había bajado por Soulseek y que en vinilo estaban baratos (de verdad). Podías pasarte una gran parte del tiempo ahí, encontrándote con gente, conversando con las personas de los stands, que te hacían también recomendaciones si no los conocías. Era un momento para arriesgarte y conocer, el mismo espíritu que te posee cuando caminas por los escenarios y te quedas viendo bandas que no conoces, con mucho entusiasmo.
Esta baja en la participación de sellos (ahora la mayoría son tiendas de camisetas y afiches, aunque se mantienen algunos como Elefant, Sonido Muchacho, Canadá y Federación de Universos Pop, entre otros), creo que se debe a varios factores. Hace un par de años, las discográficas deben pagar para tener el stand, antes era gratis. Pero el punto principal, creo que es el encarecimiento de los servicios en la ciudad, debido a la crisis que el turismo de mala calidad ha provocado en Barcelona y, de la mano, el gran aumento del público extranjero pero por sobre todo ingleses, año a año. Pongámoslo de esta forma: los gringos no van a comprar discos, sino a emborracharse y comprar poleras en el puesto gigante que tiene Rough Trade. Y tú como sello, debes pagar por estar, además de pasajes, hospedaje, comidas, sin saber si podrás recuperar toda esa inversión.
Además, el único día que pudo haber un mínimo de incomodidad por la cantidad de personas, fue el día sábado, jornada de entradas agotadas, a raíz de la presentación de Arctic Monkeys. Había un grandísimo porcentaje de ingleses que, seamos sinceros, no son el mejor público del mundo, ni el más respetuoso con el resto de las personas, sobre todo cuando están borrachos (cero xenofobia, es empírico, más de una vez me tuve que sacar a uno borracho de encima).
¿Es el mejor festival del mundo? Sí. Y puede seguir siéndolo si siguen cuidando este proyecto tal como lo han hecho hasta ahora y no lo transforman en un parque de atracciones para gringos que comen paella de plástico en La Rambla (para eso estaba el FIB).
Te seguimos contando más detalles en los siguientes capítulos dedicados al Primavera Sound.
*Foto de portada: Sergio Albert