En Escucha Esto, Alex Ross dice que “la dificultad de escribir sobre música no estriba, en fin de cuentas, en describir un sonido, sino es describir a un ser humano”. Esta idea también es quizás una de las que más trabajo cuesta comprender y naturalizar en el ejercicio y desarrollo del oficio, sobre todo, cuando se está comenzando.
María Gabriela Epumer es una figura que ayuda a comprender a cabalidad las palabras del crítico del New Yorker. Acercarse a su obra, sin duda, significa también acercarse a ella. Cada una de las canciones que publicó durante su carrera son testimonios rítmicos de la vulnerabilidad y fortaleza que convivían en la cantautora.
Es una de las pocas compositoras latinoamericanas que pudo brillar por su talento -quizás- con algo más de libertad, inmersa en la industria musical de finales del siglo pasado. Esto significa sortear una lista bastante desagradable de cánones y reglas que muchos conocen, poco amigable con las mujeres. Pareciera ser que Gabriela logró traspasar las barreras con éxito. Muy rigurosa con su arte, no dejaba de perfeccionarse. Colaboraba, formaba bandas y estudiaba. Robert Fripp de King Crimson fue uno de sus profesores.
“María, quemalos”, gritaba Charly García en medio de un concierto que dio el músico en el estadio Obras, en el año ’99. Segundos después, aparece esta mujer delgada y de pelo azabache aniquilando al público, todo gracias a sus dedos bailando sobre la guitarra. Epumer fue su compañera musical durante muchos años, exactamente, desde 1993 en su banda estable hasta la publicación de Influencia, disco de García del 2002.
María Gabriela Epumer era una fuerza de la naturaleza. Una fuerza que hacía canciones de amor que escapaban del deber ser de la composición hecha por una mujer, demostrando que el imaginario femenino no está unido de manera indeleble al cliché del amor doloroso en voz pasiva y a la chica en apuros.
Ya son doce años sin Mapu (sobrenombre debido a su ascendencia mapuche). Murió en el año 2003 de un paro cardiorespiratorio en circunstancias muy sospechosas que hasta el día de hoy no se aclaran. Pero nos dejó Señorita Corazón (1997) y Perfume (2000), sus álbumes de estudio; los EPs Pocketpop (2001) y Una sola cosa (2005), además de The Compilady, un recopilatorio del 2003. Aunque no sólo eso. También legó su maestría en una abundante cantidad de colaboraciones, en algunas de las obras más entrañables de la música argentina de las últimas décadas. Eso sí, lo más importante, nos regaló canciones de amor.
- Foto*Andrea Álvarez