El músico ecuatoriano presenta su debut bajo Paisaje del Pacífico. Cinco tracks, producidos por el artista junto a Nicolás Alvarado, que no sólo fusionan estilos como la música jazz, urbana y lationamericana; también las eternas variantes del existir como artista en este pedazo del globo.
Hace una década que el músico ecuatoriano no ve a su madre, ni a su abuela, ni al cerro que adorna la salida de su casa en Quito, Ecuador. Con esa nostalgia latinoamericana, es que Moreta configura su primer disco, un debut en solitario compuesto por cinco tracks que viven bajo el nombre de Ungüí, que en kichua significa sitio de altura, tal como ese cerro –no tan alto– que veía todos los días al salir del hogar.
El también bajista de Centella e Isla del Sol, además de vocalista y multi-instrumentista de Los Lamentos, se aventura con esta carta de presentación en la que los detalles ambientales, electrónicos, sudamericanos y jazzeros, hacen de lo suyo en un experiencia que se siente borrosa en lo vocal, directo en lo sónico. Como los propios recuerdos de la adolescencia, los paisajes que decoran lugares que ya no transitamos, pero que se sienten vívidos de forma infinita como parte de nuestra biografía.
¿Cuál fue la motivación que hace que este músico radicado en Chile dé vida a un trabajo en solitario? “La necesidad de vomitar los sentimientos que se venían acumulando dentro de mí, en un contexto social teñido por lo que provocó emocionalmente el estallido y, posteriormente, el encierro producto de la pandemia”, adelanta como factor común que tiene con vida a muchas de las canciones que escuchamos hoy.
“Una especie de necesidad terapéutica, necesidad que responde a las ganas de vivir”. Sin duda uno de los grandes enigmas de la humanidad: ¿cuál es el sentido de la vida? “Para todos es distinto y, probablemente, todos estemos equivocados; más probable incluso es que no exista ninguno. Quizás somos todos engranajes de una máquina que hace que el mundo gire y que el tiempo pase. Para mí, lo único que me ayuda a soportar el peso de la incertidumbre, y a la vez disfrutar las miles de posibilidades que nos ofrece la existencia, es crear música“.
Como parte de un sistema que le desconcierta, que rechaza su única herramienta que es el arte, dice que hacer música en tiempos de crisis puede ser tan banal como un tarugo o tan potente como la gravedad: “siendo bajista de oficio siempre he tenido una ambición más amplia; producir, crear, cantar, componer, son ramas naturales en el árbol de mi vida. El gatillante de esta aventura es mi naturaleza”, cuenta.
Pasajes como ‘Lance’, ‘pill’, ‘Cera’, ‘Ya No’, y ‘Amigo Viejo’ logran sentirse como una rama de algún árbol en ese lejano cerro de Ecuador, también como nuevas ramas de alguna planta en algún cerro de Santiago. Una fusión de idiosincrasias, sonidos, amigos, contextos. También una mezcla de distintos géneros y recursos que hacen de Ungüí un deleite al oído, la mente y el corazón.
“Se dio de manera muy orgánica y reaccionando simple y llanamente a las necesidades que cada canción me pedía. Fue un proceso inevitable: el jazz lo estudié durante mucho tiempo en la escuela de música; la música latinoamericana la llevo grabada en mi inconsciente pues en Ecuador mi familia escuchaba mucha salsa, merengue y cumbia. Además, un poco antes de empezar a dar forma a estos temas, venía de estar tocando en la banda de Gianluca, llevaba un rato incorporando elementos de la música urbana”, explica sobre esta mezcolanza regional.
¿Se puede rotular algo que nace de pequeñas partes provenientes de tantas cosas, lugares y vivencias? O mejor dicho ¿vale la pena etiquetarlo? Siempre es difícil describir algo que no se planea.
“El sonido es una consecuencia de la purga que significa para uno, como compositor o artista, el intentar sacar afuera eso que otros hacen con un terapeuta. Siendo más técnico se puede describir como ‘el resultado de hacer lo que se puede con lo que se tiene’, ya que todo el proceso de creación y grabación fue hecho en un contexto casero, lo fi, paupérrimo. El resultado final es lo que es gracias a Nicolás Alvarado, quien entendió esta música como un testimonio sonoro de mi viaje personal a través de la introspección, en el que la melancolía y la relación con la muerte se transforman en hilos conductores que responden a aquel contexto global donde la fragilidad de la vida se sentía a flor de piel”, agrega respecto al proceso encausado junto al productor mencionado, quién también estuvo a cargo de la mezcla bajo el estudio y sello Paisaje del Pacífico.
Sin dudas el rol de Alvarado, quien suele trabajar con proyectos ligados a la construcción ambiental, es evidente. Sin embargo, hubo búsquedas que inevitablemente se hacen de a uno, en el fuero más interno, como lo es el buscar la voz cuando no sueles ser vocalista.
“Fue como ser succionado por un hoyo negro, siempre solo en la oscuridad, sin derrotero. Si componía, escribía y cantaba no fue por capricho ni por ambiciones de carrera. Lo hacía porque sentía la necesidad de verbalizar lo que llevaba adentro y me atormentaba, tanto en sueños como en vigilia. Dicho esto, no pude evitar empaparme de las referencias sonoras que tenía a mi alrededor, por circunstancias o elección, pensando en las voces y formas de mis amigos cercanos que hacen música, cada uno con su propio bagaje; además de la de los artistas que escuchaba en mi soledad. Fue una lucha de aceptación conmigo mismo, en la que la experimentación con los plug-ins fue una de mis armas por excelencia”.
Como dice Moreta, es inevitable. Tal como el barro que aloja las raíces de nuestros árboles en nuestros cerros, somos suelo absorbiendo décadas y décadas de referentes, sonidos, estilos y formas. Él, que viene de un círculo social en el que todos están ligados a la música, la producción o la industria, no es distinto a este principio: “todos ellos calaron en mí y me hicieron sentir acogido como en un hogar al que podía pertenecer”.
Y si somos un poquito de todos los que nos rodean, también estamos en terreno vulnerable para hacer abono con nuestra sangre. El dolor, el que produce la pérdida física y literal, pero también el que se siente perder en su forma más poética y emocional, se cuela por cada rincón de este trabajo.
“Con el amor viene el dolor, es un trato inevitable, algunos dirían sacramental. No existe artista que no tenga una musa, en este caso mi musa fue el dolor, la agonía, y la angustia. El motor más poderoso fue el de hacer de tripas corazón, así que yo con los pedazos que pude recoger hice este disco. En parte tripas, en parte corazón”.
Es la melancolía que acompaña a quienes encuentran en los diversos artes una urgencia, un escape, calmante y/o parafina. Algo que en Latinoamérica entendemos muy bien, y que Moreta despliega desde sus distintas realidades y vidas. Ungüí no suena como un disco con la pretensión de romper récords, mas bien se siente como otro tipo de roturas. Quizás es la respuesta a la propia naturaleza de ser artista en esta parte del mundo, en este patio lleno de ungüís desde los que jugamos a mirar el cielo.
En su opinión, la gran similitud entre el arte en su natal Ecuador y su actual Chile va por ahí. Lo difícil que es ser artista en Latinoamérica cuando no estás en la ola del mainstream. “Mi propuesta no cabe dentro del estilo que actualmente se considera comercial en nuestra región; las expectativas siempre van a estar aplastadas por le peso de la realidad de la industria. La industria es cruel, viciosa y caníbal. En este continente todos los artistas independientes somos como piratas a punto de naufragar, contemplando los pros y los contras de beber el agua salada del mar infinito que nos rodea.
Contras: No va a saciar nuestra sed.
Pros: Quizás nos mate“.