A diferencia de Chile, o de la zona centro del país, Argentina es un nido de relámpagos durante todo el año. El recorrido que une Mendoza y Buenos Aires, es un enjambre de luces y sonidos por la noche, desatando en el horizonte descargas que iluminan el final del camino. Una pequeña lluvia es sinónimo de descargas eléctricas y en el sur, aún más. Por ende, no es extraño que los muchachos de Atrás Hay Truenos usaran ese nombre para consolidar su amistad en el campo musical.
Nacidos en Neuquén, entre “el río, la plaza doña Carolina, los amigos, el porro, la música, los Beatles, los asados, el barrio…” explica la biografía de su Bandcamp. Atraídos por el sonido que emerge de la naturaleza viva de la zona de donde se criaron, recrearon un mundo instrumental a partir del noise y el krautrock. En sus primos EPs Atrás hay truenos (2008) y Tres tristes temas (2010), desarrollan mundos arraigados del post-rock y de la psicodelia misma. Esos primeros pasos mutaron con el paso del tiempo y con la decisión de trasladar las nubes a Buenos Aires.
La provincia de Neuquén se extiende por Los Andes, desde Linares hasta Frutillar, para tener una idea. En plena Patagonia argentina, con bastas hectáreas verdes y una forma de vida distinta a la capital federal del país. Ese cambio hizo que Atrás Hay Truenos intervinieran en su propia creación. Encontrar una paleta de sonidos distinta en cada álbum con una formación definida –en los primeros años deambularon bastantes músicos en la sala de ensayo-. El punto clave es Roberto Aleandri, compositor, voz y guitarra. Aunque antes permaneció, casi, en absoluto silencio.
En 2012 hacen una sesión en vivo para grabar su primer larga duración, Romanza, en los estudios Moloko Velocete en Buenos Aires. Salvo la canción que abre el disco, ‘Luz mala’ que tiene una breve estrofa cantada a dos voces, está interpretado como sus anteriores EPs. El ambient exportado desde su tierra natal se mezcla con los efectos de una ciudad que no descansa y que aún vive como las aguafuertes de Roberto Arlt. Las guitarras desgarradas y los chillidos de ‘Ruego’ atraviesan las arterias porteñas.
Romanza fue el salto necesario que necesitaba la banda por aquellos días. Es más, dieron una suerte de separación con quienes los apadrinaron desde sus comienzos, cuando El Mató a un Policía Motorizado visitaba el sur argentino y ellos hacían de banda invitada. Ese desprendimiento se va reflejando en Encanto (2013), el segundo disco. Sí, en un año ya tenían dos LPs y de buen trabajo. Es en este en donde la voz de Aleandri no deja de contar micro historias. El formato canción les vino bien, salvo en ‘Un kilo’ que vuelven a las raíces.
“Las voces llegaron solas, un día levantamos la cabeza y estábamos tocando las canciones, sin mucho preámbulo, sin cuestionarnos mucho” aclaran los Truenos en una entrevista. Desde Encanto en más, el grupo se volvió una banda “visible” para los medios y el público. El trabajo, la forma rápida de encadenar sus producciones los llevo a que grabaran en los estudios ION, la cueva histórica de la música trasandina. En 2014, el cuarteto ya señalaba que se vendría un disco nuevo, cuyo nombre sería Bronce (2016), el cual fue editado este año y presentado en septiembre en el teatro Caras y Caretas de Buenos Aires junto a El Príncipe Idiota.
La libertad con la que han trabajado cada álbum, la búsqueda constante de un espectro sonoro que supere al anterior, las ansias de componer como si no hubiera un mañana, hicieron de Bronce su obra más sobresaliente. El trance que generan a partir de los sintetizadores y una batería que acompaña en ese viaje. La voz se naturaliza en esa orquesta que camina por ciertas riveras del indie argentino.
Lo conseguido por Ignacio Mases (guitarra), Diego Martínez (bajo y sintes), Héctor Zúñiga (batería) y Roberto Aleandri es una aleación perfecta de aquel metal que da nombre a su último trabajo. Sonidos para ser escuchados en la ciudad, porque se pudieron adaptar y entender el entorno nuevo que tenían y dejar la nostalgia de lado. Atrás Hay Truenos, además, hacen honor a la fuerza del ruido que genera un rayo, el impacto que cae desde las nubes.
Fotografía: Carlos Castel