Hace unos días, coincidiendo con la salida de Double Negative, comenzamos una sección en la que revisamos la discografía de una banda. Los primeros que pasaron por allá fueron Low. Ahora, unos días después, reposadas las escuchas, llega el momento de preguntarse sobre la importancia de este nuevo trabajo del trío de Duluth.
Cuando en 1993 se forma Low, 25 años antes era 1968, probablemente, el mejor año de la historia de la música popular. En ese año comenzaron las andanzas de Can, Black Sabbath, o Led Zeppelin. Trágicamente se separaron Cream, los Zombies o las Shangri-Las. En enero, Johnny Cash hizo su mítico concierto en la prisión de Folsom State. Los Beatles visitaron a Maharishi Mahesh Yogi y luego crearon Apple (no parece estar relacionado), David Gilmour reemplazó al irremplazable Syd Barret en Pink Floyd y Frankie Lymon murió de sobredosis.
¿Y los discos?. Oh, sí, 1968 -25 antes de 1993- se recuerda como el año más grande por títulos como Lady Soul de Aretha Franklin, White Light/White Heat de la Velvet, Mass in F Minor de Electric Prunes, Om de Coltrane, el debut de Fleetwood Mac, Eli and the Thirteenth Confession de Laura Nyro, el homónimo y fundamental único disco de The United States of America, We Are in it Only for the Money de The Mothers of the Invention con Frank Zappa, Nefertiti de Miles Davis, A Portrait of Ray de Ray Charles, Scott 2 de Scott Walker, Song to a Seagull de Joni Mitchell, Odessey and Oracle de los Zombies, Dance to the Music de Sly & the Family Stone, In-A-Gadda-Da Vida de Iron Butterfly, los debuts de Os Mutantes, Silver Apples, Neil Young, Soft Machine, James Taylor, The Band, Los Archies, Nazz o la Creedance, Sweethheart of the Rodeo de los Byrds (con la ayuda de Gram Parsons), You Are All I Need de Marvin Gaye y Tammi Terrell, Electric Ladyland de Hendrix, el Blanco de los Beatles, Astral Weeks de Van Morrison, The Marble Index de Nico, Beggars Banquet de los Stones, Lucille de B B King… y podría poner el doble de discos relevantes editados ese mismo año.
Me acuerdo del año 1993, y aunque me gustaban muchos de esa lista, otros aprendería a que me gustasen con el tiempo y, muchos otros, ni los había escuchado. Pero hay algo que sí recuerdo con claridad: todos me parecían arqueología pura y pocos de los citados se podían considerar artistas relevantes en ese momento por su trabajo. Los que seguían publicando nuevas canciones, o eran vistos como reliquias a venerar de los que no se esperaba nada o sólo explotaban su legado sin interés artístico en la actualidad de sus carreras (como los Stones, y quizá la excepción a esta regla sería Neil Young). ¿A qué viene esta larga introducción para hablar del nuevo trabajo de Low?.
La banda acaba de editar Double Negative, su decimotercer disco, 25 años después de formarse y 24 de editarse su primer larga duración. No hay más que darse una vuelta por las publicaciones musicales de todo el mundo para leer que estamos ante uno de los destacados del 2018. Las palabras y alabanzas que surgen de las críticas y ensayos sobre el disco, superan a casi cualquier otro publicado este año y, en varios casos, lo señalan como uno de los mejores de su carrera. O el mejor. Puede parecer exagerado cuando el trabajo lleva apenas una semana en la calle, aunque escuchado, cuesta contener la euforia.
No se trata solo de que el álbum sea bueno, aunque lo es. Hay varios momentos, de los más impresionantes del año musical como ‘Dancing and Blood’, un tema tan desconcertante en la discografía del trío que hay que escucharlo muchas veces para creerlo. Y elegirlo como single. O experimentando como quinceañeros en temas como ‘Quorum’ o ‘Disarray’, también elegidos como (anti) singles. ¿Quién se podía esperar en 2018 a Low sonando a Burial o a los Autechre de Tri Repetae? ¿O momentos que parecen sacados de un concierto de Sunn O))) pero sin dejar de ser ellos mismos?.
Escuchando Double Negative uno siente que está ante unos artistas en dominio total de sus facultades, en el culmen de su talento y conocimiento, como cuando John Huston dirige The Dead y parece que toda su carrera fue encontrar las herramientas necesarias para llegar a esa clase magistral de dominio de un lenguaje, justo antes de morir. Por suerte, nada hace indicar que los miembros de Low estén a punto de correr esa suerte. Escuchando este disco se tiene la misma sensación: es difícil cambiar todo lo que uno podía esperarse de Low y, a la vez, reconocer cada uno de los segundos con el ADN de su música.
Low es una banda inquieta (lo que es gracioso, porque la definición que mejor encaja con su música, en un primer momento, es la quietud), y no es la primera vez que desafían expectativas. Uno de sus mejores discos es Drums and Guns, otra vuelta de tuerca violenta y visceral en la que parecían decir: si tenías una idea clara de qué es Low y qué hace, estás equivocado. Porque tras un par de discos en los que hacían pensar que habían tomado una senda acomodada, buscando expandir su público con música más estándar -sobre todo en el convencional The Great Destroyer- se descolgaron con un disco arrebatador en el que tiraban al suelo la vajilla que estaba ordenada en el armario.
Double Negative es un disco nacido de la rabia y el desconcierto de la elección de Trump como presidente. Alan, que es quien lleva la cuenta de Twitter de la banda, ha sido especialmente activo en su oposición a todos los desmanes del fascistoide presidente y este disco parece una respuesta lógica de un grupo que, más allá de Drums and Guns (que también era fruto de la depresión del propio Alan), nunca ha sido especialmente político en su música. Sus letras suelen ser bastante crípticas, poco explicativas, de temas que tocan la cotidianeidad, lo cual es lógico en una banda cuyas dos principales piezas llevan casadas décadas, y siempre suelen girar hacia exploraciones de sentimientos más que a un análisis explícitamente político (aunque, jamás hay que olvidar, lo personal es político).
El año pasado, Slowdive editó un grandioso disco homónimo, 26 años después de su debut. My Bloody Valentine nos entregó su tercera obra maestra, también, 25 años después de su inicio. Pero no hablamos de casos similares, porque son bandas que desaparecieron durante casi dos décadas para volver, por la puerta grande, sí. El mérito de Low es otro. Es el de una carrera constante, año a año, sin descanso, buscando recovecos, tratando de no repetirse, ofreciendo nuevas aristas, ángulos de su música. Como Sonic Youth -poniéndoselo difícil a los fans- pero, a su vez, con la inquietud que llevó a formar esas bandas. No hay tantos ejemplos de algo así. La última parte de la discografía de Scott Walker es desafiante y compleja, pero los vacíos en su carrera hace que no sea comparable. ¿Quizás la reinvención de Los Planetas desde La Leyenda del Espacio?.
El disco de Low puede no gustarte o siquiera interesarte. Puede provocar rechazo incluso, pero la lección que hemos de aprender de este movimiento del grupo, es que una banda con 25 años encima puede ser más innovadora, rompedora y, sobre todo actual, que las que se formaron hace seis meses por gente más joven, mientras ellos pasan del medio siglo. Una lección para las bandas que llevan más de una década, o de dos, diciéndoles que tienen mucho que investigar dentro de sí mismos, que hay espacio para cambiar, para evolucionar, para revolucionar la idea que uno mismo tiene de su proyecto. También es una defensa del concepto disco como unidad estilística, cuando nos intentan una y mil veces convencer de que está muerto y que sólo importa el single. Y que sea éxito en todos los niveles es una buena noticia en un medio -el musical- obsesionado con la novedad, con música de usar y tirar, con el impacto inmediato y con las carreras que se terminan tras el segundo disco. Aprendamos y celebremos Double Negative como se merece. Larga vida a Low.