Antes del 18 de octubre del 2019, Enrique Elgueta -precavido y meticuloso- preparaba el lanzamiento de Monstrws, su tercer álbum bajo el proyecto de Maifersoni, una motivación musical que ha visitado distintos rincones de las guitarras, el pop, la ensoñación, el krautrock, por qué no la construcción poética.
Antes del 18 de octubre del 2019, Enrique Elgueta -ansioso y meticuloso- luchó con estas canciones que ahora tienen nombre, apellidos, historias y contextos. Un camino de altibajos con data de años, una aventura que ha cambiado formación y formato, estilos y ritmos. Un disco que tuvo que saber ser más que la impaciencia de la máquina, el apuro moderno.
Semanas previas a lo que vivimos hoy, este Nuevo Chile o Chile II, el músico anunciaba personal y recatadamente lo que se venía. Con la motivación del epé visual estrenado hace unos meses, Vamos de nuevo -compilación de cuatro canciones y una reversión a Niña Tormenta capaz de dar pistas de los intereses actuales del artista-, acudimos a un encuentro íntimo que no solicitaba grabadora ni formalidad.
El ritual con nueve canciones que servirían casi como sueño premonitorio del infierno en el que nos encontrábamos, sabiéndolo, pero ignorándolo. De esa tarde recuerdo superficialmente los halagos y el plan futuro de una entrevista; profundamente una frase no ha dejado de rondarme: “¿por qué no hay música desde el resentimiento?”.
Hablamos de trap, de las corrientes a servicio del capital. De la importancia de sentir rabia y asco. La trinchera de agote y hastío desde la que viene Monstrws. Maifersoni aplazó su lanzamiento, nuestra entrevista quedó agendada en el Viejo Chile o Chile I, pero la urgencia que existió esa tarde respecto a las veredas desde dónde hacemos arte, sólo logró aclarar con fuerza en el panorama que veo hoy.
Cómo es posible que, con tantos motivos para deber gritar, elegimos quedarnos susurrando en canciones complacientes y cándidas. ¿Dónde está la furia por todos -pasados y actuales- nuestros muertos, la sed de justicia por las propias injusticias, el sentimiento persistente de enfado por los daños que hemos sufrido, la hostilidad con la que tendríamos que responder a quienes tanto mal nos han hecho?
En lugar de eso, antes del 18 de octubre del 2019, nadábamos entre tonadas demasiado parecidas entre todas, relatos amorosos como opio para el pueblo, sadboys con guitarra y traperos con joyas. ¿Y la rabia? Bien escondida en la casa, que no se note en la tocata, que no se note en la entrevista, que no se entere la SCD ni los bookers de festivales auspiciados por marcas de salchichas y bebidas.
Y ahora ¿cómo nos hacemos cargo de la rabia? No parece descabellado querer ocuparla, por qué no disfrutarla. Hacerla canción.
Esa es la primera impresión que me dio Monstrws: estoy rodeada de tanta mierda que no queda más que construirme una casa con ella. La sensación de resignación coquetea con la desesperanza al mismo grado que lo hace con la falsa molestia de chileno promedio que no habla muy fuerte pero grita por dentro; como sabiendo que tiene una bomba que, tarde o temprano, va a dinamitar su existencia y lo que le rodea. Como un humano en estado de putrefacción que pierde raciocinio y lentamente se transforma en la versión más salvaje de su propio animal. Un monstruo.
Abandono, suciedad, resignación. La anormalidad en el orden natural de un ser dejado a la deriva por los sistemas y las instituciones. Y de pronto nos convertimos en un animal inanimado que transita mirando con miedo y sed de venganza. Según Elgueta, el tópico animalesco que recorre la entrega responde a esta bestia interna que llevamos dentro, reprimida y abatida por una fuerza mayor, una que todos hemos visto a los ojos durante los últimos días.
No puedes pretender que una bestia reciba golpes sin, eventualmente, tomar represalias. La hora de la ‘Procesión’. Un punto en el que el recuerdo del Maiferland (Acto de Amor) nos hace comprender que no se llega a un punto como este de la nada, que la construcción pasada significa y resignifica el hoy.
En medio de gigantes nos hicimos invisibles; aún así podemos celebrar por un día más. ‘Piratas y Corsarios’ es una excelente muestra de la sequedad que tienen estas canciones. Una sobriedad capaz de angustiar con el espacio que genera, etapas sonoras que suenan a viaje interminable. La visualización de todas nuestras vidas en un loop que satura, haciendo un corredero para esa falsa luz/verdadera oscuridad que necesitamos para seguir alimentando el fuego.
Cuando la bestia se reconoce como tal e identifica el entorno, llega al punto de análisis crítico de lo que es, cómo vive, qué puentes elige cruzar, cuáles sabe que no están a su alcance. El salto al vacío que significa la intervención de Las Brumas en el trabajo, una canción que por estos días me suena a mantra vital. Venceremos una vez más. Contigo y conmigo. Tranquilo por las piedras. Venceremos. Será tal cual fue este valle florecido. Tranquilo por las piedras.
Cueste lo que cueste no te dejes caer, tienes sangre de guerrero. Entra AyeAye en condición de segunda colaboración y ‘No Tengas Miedo’ empuja la bencina que deja la canción anterior. Repítelo una vez más para que podamos creerlo. El animal deja el papel de violentado y se prepara para ser el violentador. No teme agredir porque sabe, de cerca, lo que es ser agredido.
Así comienza la lista de adversidades, injusticias y padecimientos que tenemos como animales. Cada quien tiene su calvario, caras salvajes que no vamos a olvidar, la pisada opresora que hace mutar el miedo, transformándolo de indeseado a necesidad. Cual manada de lobos, sociedades completas corriendo en busca de alimento. Es la oscuridad personal la que permite iluminar; la noche se enciende a mi alrededor con las barricadas.
¿De qué te escondes pequeño animal? Pareciera que ya no tenemos razones ni ganas de ocultarnos en ese pequeño triángulo de la vida de privilegio y complacencia. O, al menos para mí, ya no hace ningún sentido el seguir a la orden de canciones vacías en densidad humana. Más allá de la necesidad personal de querer refugiarse en canciones de frecuencias más bajas, hablo de la importancia de dejar de suprimir conscientemente los sentimientos que nos hacen mitad humano y mitad animal. Yo no quiero ser un pequeño durmiente. No necesito más canciones que me hagan dormir.
Somos el quiltro que nadie quiso adoptar, el mismo que termina siendo enaltecido por aguantar los infiernos, pero que aún así no quiere aceptarse quiltro. Sin pertenencia, sin oportunidades, sin futuro, sin crítica, a la orden del streaming, de una red social, de un evento donde caemos como bufones encargados de hacer reír a aquellos que viven acosta de reírse de nosotros.
Monstrws, además de ser un excelente tercer disco de Maifersoni, también es la reivindicación de lo que la música actual pareciera no querer mostrar más de la cuenta: fluidos, fracasos, desolaciones. Relatos al-y-sobre abandono, que adquieren una estructura más formal para escupir lo que se suele ocultar.
Un álbum capaz de mirar al pasado de Elgueta y su arte para concluirse en evolución. La vitalidad de no tapar la odiosidad, el asco y la furia, estados tan fundamentales como el romance y la felicidad. Saberse presa del mal ajeno y propio y no querer mirar hacia el lado con la intención de fingir inexistencia.
Chile bestia lastimada, sedada por golpes, sin más caminos que salir a buscar a su manada, perder el miedo, llenarse de paciencia e ir tranquilo por las piedras. Ejercicio imposible si es que seguimos perfilándonos como personas-artistas incapaces de sentir en totalidad. Menos llorar por amor, más llorar por la aberrante injusticia. Somos un monstruo, nos alimentamos de resentimiento. El fracaso personal y colectivo, y la putrefacción que cargamos adentro, nunca fue tan potente como hoy.
Venceremos una vez más. Siempre y cuando no nos olvidemos de este persistente sentimiento de enfado hacia quienes nos han ofendido y dañado; resentimiento.