Es miércoles, son las 17:03 de la tarde y aún me da vueltas lo impresionante que fue el show del lunes de Mon Laferte en el Festival de Viña. Me acuerdo cuando era chico y metalero, cuando el festival solo era un montón de anécdotas que resultaban graciosas por la junta entre el mundo de las -pocas- bandas que a uno le gustaban y que pisaban ese escenario, con el mundo del Chile de finales de los noventa y comienzos de los 2000. Videos de Mike Patton tocándole el poto a Vodanovic -porque obvio que era excesivamente gracioso ese momento-, cuando The Police puteó al público en inglés, las muchas veces que tocaron Los Jaivas, Los Prisioneros con el Corazones recién salido -y después con la banda recién reunida-, Simply Red y Franz Ferdinand entre otros que siguen siendo mis recuerdos del Festival.
Pero creo que solo Los Prisioneros pueden ser comparados con lo que Mon Laferte entregó el lunes. Y sí, sobre gustos no hay nada escrito, pero -y disculpen la autorreferencia- fue el primer momento en que entendí realmente la música de Mon. La honestidad que salía de la boca de ella. Y creo que aún no me recupero del golpe histórico que me dio a mí y al resto de Chile.
Pero este texto no busca ser uno más de los que elogió el excelente show que entregó, ni tampoco los otros textos que buscan perseguir a la cantante por ganar mucha plata por un trabajo bien realizado. No, este texto es porque en estos días he tratado de hablar con hombres sobre esa noche, y la respuesta siempre comienza igual: “No me gusta su música, pero…”.
Reitero, sobre gustos nada escrito, pero me parece hasta preocupante que una artista llegue a cuotas de popularidad tan altas y que los hombres, a propósito, no queramos ser parte de ese proceso. Y creo que tengo una tesis al respecto, aunque primero es lo primero: especificar que cuando hablo de hombres me refiero a hombres a finales de los 20 o en los 30, heterosexuales. Esos hueones que cuando el Macha les canta una canción sacan el vino y los pitos, pero cuando lo hace la Mon comienzan con excusas.
Para los chilenos, el Festival de Viña es la consagración popular. Hace que desde tú mismo hasta tu abuelito a lo menos se pregunten “¿quién es esa persona?” Es el gran momento, en términos de “industria”, para los cantantes y músicos. Siempre ha sido tratado así, por eso los humoristas lloran y se salen de los personajes. Por eso cantantes dicen que le pondrían a sus hijos Chile. Puede que no sea la gran cosa realmente, pero todos actúan como si lo fuera. Entonces ¿Por qué es tan complicado argumentar que lo de Mon Laferte fue muchísimo más importante que lo que la gente dice? Spoiler: Porque es mujer. Y peor, porque dijo las cosas por su nombre.
Si me permiten la desviación del tema, es solo cosa de ver cuántas historias de hombres inundaron un año tan femenino como el 2019. Ejemplo: Los premios Oscar, donde hombres tristes dejando el pasado atrás era la norma: Érase una vez en Hollywood, El Irlandés, Ford vs Ferrari. Películas de las que he escuchado a innumerables hombres y mujeres hablar. Ahora ¿a cuántos hombres conocen que hablaran de la excelente Mujercitas? Bueno, ese es el punto. Los hombres vemos historias de hombres, las mujeres ven historias de hombres y de mujeres. Y peor aún, las mujeres están obligadas a consumir las historias de mujeres escritas por hombres.
El Festival de Viña es una culminación política en este caso, es el discurso de Laferte en toda su forma, con una honestidad brutal que si hubiera sido dicha por un hombre probablemente no estaríamos hablando del dinero que ganó con ese show (Nadie habla del dinero de Kramer, por dar un ejemplo). Son golpes pensados. No es GG Allin, no es incomodar por incomodar. Es hacer la pega que alguien tiene que hacer, y ese alguien casi siempre termina siendo una mujer, sea en la casa, en el trabajo, en la calle o dónde sea.
La presentación fue honesta, muy muy honesta. Muy muy buena. Es una patada en la cabeza como el punk no ha podido dar en años, un dedo del medio más grande que el de Johnny Cash en las poleras que tu pololo usa. Al final, Mon Laferte fue lo mejor que le pudo pasar al Festival -y a Chile, de pasada- en momentos en que la revuelta social estaba esquiva.
Aunque no me gustara su música -que desde el lunes, no es el caso-, como persona de izquierda es imposible negar la lucidez de sus palabras esa noche, la importancia de repletar el escenario de mujeres invisibilizadas por años, y lo poderoso que es ver a toda esa galería llena de mujeres cantando a gritos las historias que Mon les presentaba en sus canciones. Solo me gustaría que para la otra, los hombres que tanto quieren ir a la marcha del 8M, pudieran poner esas mismas ganas en repletar el show de una artista que se lo merece muchísimo más que tu funado local al que sigues apoyando.
Son las 17:33, y creo que toda esta verborrea solo quiere decir una cosa: yo también fui un hombre doctrinario músical, pero hombres -y aquí voy a citar a Bong Jon-hoo- una vez que superan la barrera mínima de los géneros hay un mundo completo de riquezas musicales hermosas, con letras combativas, pero pensadas para el siglo actual. Quiero que cuando estés escuchando en aleatorio, pase Mon Laferte y después The Clash, porque esta mujer es histórica. Hizo un show histórico. Y en este contexto, un hombre no habría podido hacer lo mismo.
Fotos: Agencia UNO