Cuando hablamos de héroes nos imaginamos hombres (y mujeres) musculosos, con capa colgando en los hombros y superpoderes. O un bombero combatiendo las llamas de un incendio.
Rara vez he visto la asociación del término de profesor con la de un héroe. La asociación positiva involucra una figura que nos moldea, nos llena de conocimientos, un sabio. La negativa es la de esa figura autoritaria que destruye la creatividad, parecida a la que vemos en la canción The Wall. La figura del profesor, además, ha tomado características políticas: fundamental para un país, pero con jornadas y sueldos absurdos.
Mi profe de música era un héroe. Era también una copia del profesor rockero que interpreta Jack Black en la película “Escuela de Rock”. Disertábamos de las bandas rock de los 70. Tocábamos desde Violeta Parra a Ozzy Osbourne, pasando por Nirvana, Pink Floyd, James Brown, Jamiroquai o Madonna. Cada curso tenía su banda, la cual tocaba en un día especial, una vez al año.
Esa era una ceremonia hermosa donde niños de preescolar cantaban The Beatles, un quinto básico homenajeaba a AC/DC con su guitarrista marcando solos a todo dar -con un instrumento demasiado grande para sus pequeñas manos- y una niña cantaba versos de Donna Summer, para finalizar con un tercero medio rompiéndola con Radiohead. Era un héroe cool. Nos cambiaba la tradicional flauta dulce por guitarras eléctricas. Nos dejaba gritar como Janis Joplin, tronar como Megadeth y gritar ¡sexo! a todo pulmón junto a Los Prisioneros.
Su baticueva era nuestro hogar. La sala de música era un santuario en el caos que significa el colegio. Un respiro para todos los alumnos, incluso algunos que no sabían tocar ni una nota pero necesitaban únicamente un lugar en paz. Algunas veces se encontraba totalmente vacía, podías romper el silencio suavemente tocando un teclado. Otras veces, era todo lo contrario, todos los instrumentos en mano de alguien, todos ensayando algo distinto. Era abierta. Un lugar donde coexistían las personalidades más dispares.
Una de las cosas que los héroes saben es que la música no escucha malas lenguas o etiquetas. Mi profe apostaba por los que todos daban por perdidos. Los que expulsaron meses después de llegar al colegio o los solitarios que deambulaban en el patio sin decir una palabra alguna. Los que lo estaban pasando más mal. Con su buena onda, salvó a muchos de esos adolescente que caminaban ciegamente, sin rumbo alguno por la vida. Y ¿cómo? Poniendo en las manos baquetas, una guitarra o un piano. Sacando los acordes de una canción lejana. Prestándonos esa guitarra carísima. Abriéndonos la puerta de su sala y escuchándonos. En mi caso, consiguiendo que una niña tímida, se subiera a un escenario y cantara.
Adoren a sus héroes. Adoren a esos profes, ídolos, familiares, amigos o compañeros que nos salvaron de una vida insípida sin música. Esos que les regalaron un mixtape, que les mostraron un video musical o les enseñaron a tocar guitarra. Que cantaron o tocaron para ustedes y les llenaron el corazón. Pónganse la meta de convertirse en héroes, en regalar música, en salvar a alguien mas. Serán inmortales ya que la música es eterna, y al contrario de lo que dice la canción, los héroes no duran un día sino una eternidad.