Los Beatles chilenos. Esa fue la visión que tuvo Emilio Rojas, director de una filial del sello Odeon, cuando vio a Los Vidrios Quebrados. El cuarteto debutó en junio de 1966 en el Teatro Nataniel con una actuación que incluyó apenas tres canciones: dos originales y una versión de ‘Tell Me Why’, de los mismos Beatles.
Luego que se bajaran del escenario, el ejecutivo se les acercó para ofrecerles un contrato instantáneo, pero puso condiciones: debían cantar en castellano y vestirse ajustados a su espontáneo plan de promoción. Quería convertirlos en la réplica local del grupo que dominaba el mundo. La respuesta debió dejarlo tan sorprendido como la performance en vivo, porque fue una negativa rotunda. Los Vidrios Quebrados no iban a cantar en castellano porque un sello se los pidiera y eran tan devotos -o fundamentalistas- del rock estadounidense y británico, que no concebían otro idioma para sus canciones. Y se salieron con la suya, porque pronto los llamaron para grabar lo que quisieran. Así nació un siete pulgadas fundacional, con dos composiciones originales: ‘Friend’ y ‘She’ll never know I’m blue’.
Más allá de la disquisición acerca del español y el inglés, hay señales en esa historia que permiten entender cuál es la importancia de la banda que conformaban Héctor Sepúlveda (guitarra y voz), Juan Mateo O’Brien (guitarra y voz), Cristián Larraín (bajo y voz) y Juan Enrique Garcés (batería). En tiempos donde los primeros jóvenes chilenos encandilados por el rocanrol debían grabar versiones de hits probados, ellos se aferraron a las creaciones propias. Además, a pesar de la evidente influencia de los músicos que entonces adoraban -los mismos Beatles, los Rolling Stones, los Yardbirds y, sobre todo, los Byrds- sus canciones aún mantienen esa llama que, seguramente, despertó el interés de Emilio Rojas.
Su único disco de larga duración es Fictions (1967), una docena de canciones que apenas sobrepasan la media hora. Las tocaron con algunos instrumentos construidos por ellos mismos y las registraron durante tres noches en los estudios que RCA tenía en Matías Cousiño 150, en el centro de Santiago. El mismo sello las editó a través de una de sus filiales, UES, y según Héctor Sepúlveda, se trata de un documento inexacto: “Quedaron demasiadas baladas que no reflejaron lo que era el grupo. Cuando tocábamos en fiestas hacíamos cosas mucho más energéticas”, dice en el libro Se Oyen Los Pasos, de Gonzalo Planet (Matorral). De todos modos, ese fervor se escucha en las guitarras de ‘Oscar Wilde’, ‘Time is out of question’ y la canción que da nombre al disco, mientras las melancólicas ‘Inside your eyes’ y ‘Concert in LA Minor Opus 3’ (¡menudo título!) lucen arpegios de guitarra, arreglos de una flauta levemente desafinada y armonías vocales.
Sin embargo, quizás el mayor tesoro sean las letras, que abundan en referencias a Oscar Wilde, Borges, Dalí y Jesucristo y levantan reivindicaciones de inusual audacia para una escena dominada entonces por las canciones de amor y la ingenuidad de la Nueva Ola.
El desafío a las convenciones, desde la forma de llevar el pelo hasta la sexualidad y la familia, se traslada además a un tono generacional en “We can hear the steps”: “Podemos escuchar los pasos / alrededor del mundo una nueva era comienza”, profetizan ahí Los Vidrios Quebrados, cuatro muchachos que se habían reunido en un símbolo del conservadurismo y la aristocracia criolla, como es hasta hoy la Facultad de Derecho de la Universidad Católica. No es casual, entonces, que Los Vidrios Quebrados sean quizás el único grupo que tocó en la toma de esa casa de estudios, que luego impulsó la reforma universitaria. Ese entorno acomodado les proporcionó los medios para conocer de primera fuente la música que en los ’60 sacudía al primer mundo, pero también para construir un discurso bastante más reflexivo que el acostumbrado entre los pioneros del rock chileno.
Tal como habían irrumpido, Los Vidrios Quebrados se desvanecieron en forma acelerada. En 1968 sus integrantes se dispersaron para priorizar los estudios, partir a Europa o buscar nuevos rumbos musicales y Fictions quedó como un documento de su aventura. Eran instruidos, arrogantes, pretenciosos, pero también vibrantes. En el texto que acompaña la reedición que el sello Ánima hizo en 2010, Juan Mateo O’Brien lo explica recordando dos canciones ejemplares si se trata de estimular al oyente: “El título sin duda está conectado con Borges, pero Fictions también tiene una carga fonética que me interesaba desarrollar, el sufijo ‘tion’ está en ‘Satisfaction’ y ‘My generation’”, advierte. Dicho de otro modo: había literatura, pero también había electricidad.