En algún momento, Los Jaivas y los Blops eran como las dos caras de una historia que se desarrollaba paralelamente entre Viña del Mar y Santiago. “Empezamos con covers, en el año 67 ó 68 ya teníamos temas propios: contábamos cuatro y a tirarse, mierda. (Y cuando) estaban muy experimentales de repente les nació ‘Mira niñita’ y a los Blops les nació ‘Los Momentos’, justo al momento de empezar a componer canciones. Fue clarísimo”, asegura el baterista Pedro Greene en Prueba de Sonido, el libro de David Ponce. De hecho, hay otro dato que los emparenta: sus mayores éxitos no estaban en los planes. Si ‘Todos Juntos’ era apenas el lado B de un single en que la canción destacada era ‘Ayer Caché’, ‘Los momentos’ era apenas un esbozo de Eduardo Gatti que ni siquiera debió aparecer en Blops (1970), el debut editado por Dicap. Como había que rellenar los minutos sobrantes del disco, el grupo la grabó en 20 minutos, con un abrupto final que eludía el convencional fade out. “Después pasó algo curioso: cuando la tocaban en radios, pillaba desprevenidos a los controladores y quedaba un silencio muy significativo después de la canción”, recordó Gatti en una entrevista reciente.
Las coincidencias iniciales fueron tan evidentes como las diferencias posteriores. Con el paso de las décadas, Los Jaivas se convirtieron en una suerte de institución de la música chilena. En cambio, a pesar de sus méritos, Blops pasó a ser una palabra clave entre iniciados y curiosos de la historia sonora local. Tanto así, que ‘Los Momentos’ hoy es más conocida con la versión refinada que Gatti grabó años más tarde y no con aquella del final repentino. Es una canción gigantesca, pero la obra completa del grupo la supera con largueza.
Los Blops comienzan mucho antes, en 1964, con la reunión de tres adolescentes: el guitarrista Julio Villalobos y los hermanos Pedro y Alejandro Greene (guitarra). Éste último sale de la alineación un par de años más tarde, cuando se integran los hermanos Andrés (voz) y Juan Pablo Orrego (bajo) y su primo Felipe Orrego (guitarra). La formación que entraría al estudio, sin embargo, solo aparece en 1970, cuando ya no están ni Andrés ni Felipe Orrego ni tampoco Pedro Greene. En ese trance aparecen Eduardo Gatti (que en The Apparittion ya había sumado experiencia y el apodo del “Clapton chileno”), el organista Juan Contreras y el baterista Sergio Bezard. En todo ese tiempo, los Blops pasan etapas: de melenudos cautivados por la beatlemanía, a eximios intérpretes del mejor rocanrol anglosajón y luego a deslumbrarse con los sonidos acústicos. El detonante de la última fue ‘Barroquita’, una pieza instrumental de Juan Pablo Orrego, compuesta en los días en que ensayaban en el Ciclotrón, quizás una de las salas de ensayo más exóticas de la música chilena: era un edificio donde compartían espacio con un acelerador de partículas, en la Facultad de Ciencias de la Universidad de Chile.
Ese es el punto de partida de la historia discográfica de los Blops, una banda marcada a fuego por la agitación que vivía Chile en aquellos años. Era previsible que un grupo de jóvenes de pelo largo, que vivía en comunidad (La Manchufela, en Avenida Ossa 516, Ñuñoa) y experimentaba con drogas sicodélicas, no hiciera gracia a la derecha conservadora de la época. Sin embargo, tampoco le simpatizaban a la izquierda. El primer disco lo editaron con Dicap, el sello de las Juventudes Comunistas, pero no contenía ningún respaldo concreto al gobierno de Salvador Allende. Por el contrario, incluía una excepcional y sombría canción de ocho minutos cuyo primer verso es “dile a la gente que crea en la gente por nada”. Las guitarras eléctricas tampoco ayudaban mucho frente a quienes las tachaban de imperialistas. Alguna vez, Pablo Neruda deploró a los Blops por ese motivo, frente a todo el público que asistió al Teatro Municipal para un acto en apoyo a Salvador Allende. Al igual que Los Jaivas, recibían dardos de uno y otro lado, pero aun así tenían sus aliados: Víctor Jara, por ejemplo, no se hizo problemas y lanzó unos cuantos garabatos en las oficinas de la disquera para que distribuyeran la segunda edición del primer disco.
A propósito del autor de ‘Te recuerdo Amanda’, el currículum de colaboraciones de los Blops es una síntesis de la mejor música chilena de la época. Los ensayos y admiración mutua que compartieron con Víctor Jara se tradujeron en un cameo en el disco El derecho de vivir en paz (1971). La amistad y vínculos familiares permitieron que Ángel Parra produjera su segundo disco, lo editara en su sello Peña de los Parra y cantara en la canción por la que es conocido, ‘Del volar de las palomas’, pese a que oficialmente es homónimo, igual que el primero. Menos conocida es su participación en Patricio Manns (1971), el estupendo quinto disco del cantautor, en el que aportan teclados y guitarras -notoriamente eléctricas, a veces- en cuatro canciones y se suman a un elenco estelar que también incluye a Inti Illimani, Luis Advis y ¡la Orquesta Filarmónica de Santiago!
El vínculo con la UP era difuso, pero fue suficiente motivo para que el público del Festival de Viña del Mar los recibiera con violencia en 1971. Ese episodio marcó al grupo y, con el correr de los meses, vivieron una transformación radical. Con el pianista Juan Carlos Villegas y sin Julio Villalobos, se transformaron en un combo de rock progresivo, electrificado y dominado por la improvisación. Se mudaron a una nueva Manchufela en Peñalolén y hasta se rebautizaron temporalmente como Parafina, pero aquella época quedó prensada en un tercer disco nuevamente llamado Blops (1973), conocido como Locomotora y grabado en apenas 14 horas, en los estudios de RCA en Buenos Aires. Pudo ser una grabación fantasma, de no ser porque luego del golpe militar, Eduardo Gatti encontró el master en la basura del sello IRT y logró que se editaran 500 copias antes que nuevamente desaparecieran las cintas originales. Todas las reediciones posteriores existen gracias a esa primera y salvador partida.
La nueva Manchufela estaba junto al regimiento de Telecomunicaciones del Ejército, el mismo desde donde se dirigió toda la operación que acabó por derrocar al gobierno de Allende. No es raro, por eso, que la comunidad fuera allanada tres veces por los militares y que el grupo se disgregara. Años después, los Blops volvieron a tocar e incluso a grabar, pero nunca con la consistencia de esa ráfaga de cuatro años intensos y acabados en tragedia. En esos tres discos -todos homónimos, de nombres extraoficiales- está la esencia de un grupo que debió marcar la identidad de la música chilena, pero cuya historia quedó truncada como tantas de aquella época. En el primero predominan las piezas instrumentales y en el segundo, las letras, pero ambos conforman un imaginario común y singular. Son jóvenes rocanroleros maravillándose con sonidos acústicos más ligados al folclor, haciendo canciones donde los ríos, el sol, los campos, el mar, los valles, las mañanas y las tardes conforman el paisaje. En Locomotora suben los voltios y los decibeles, vuelven a los instrumentales, pero continúan recorriendo esa frontera entre lo inusual y lo melódico.
¿Qué define a la música popular chilena? Es una interrogante que puede rondar sin fin y que quizás sería más fácil responder si grupos como los Blops hubieran seguido tocando y su obra fuera más difundida. En algún sitio, entre canciones inmensas como ‘Niebla’, ‘Campos verdes’, ‘El río dónde va’ y ‘Tartaleta de frutillas’, está esa respuesta. Para encontrarla, no hay que dejar de escuchar a los Blops.