Piensa en las canciones. En las imágenes que te entregan. En los olores, sabores, rostros de persona y cómo un acorde de guitarra o una percusión te puede ayudar a recordar exactamente lo que estabas pensando en un momento de tu vida. Rememorar lo que sentiste en ese segundo que la música empezó a sonar y en cómo la recolección de todos esos momentos han llegado a construir una manera de ver la vida, de adoptar principios o han desencadenado una reacción.
“Siendo muy niña, antes de los 10 años, Margot iba mucho a la zona de Panimávida y Rari con su familia, esa zona donde está la artesanía en crin, y ocurre que en las casas allí había guitarra y arpa y todo el mundo cantaba. Margot escuchaba cantar a esas mujeres y se iba aprendiendo, inconscientemente, los temas. Desde entonces empezó a ligarse muy fuertemente con la música que hacían las cantoras campesinas”, cuenta Osvaldo Cádiz, en En Busca de La Música Chilena: Crónica y Antología de una Historia Sonora.
De alguna forma, esos cantos que Margot Loyola escuchó cuando era niña -además de sus ganas de ser artista, tal como ella declara en el mismo libro- definieron su manera de ver la vida. Definió una misión y, con el paso del tiempo, también definió sus principios. La música de las cantoras definió su vida. “La música criolla penetró en mi en el vientre de mi mamá. Siempre quise ser artista ¡Siempre! En lo primero que pensé fue en el circo. Quise ser la mariposa que volaba, la que andaba en la cuerda floja”.
Piensa en el soporte. Probablemente, tienes música en tu teléfono. Antes de eso, tuviste un reproductor de mp3. Antes, un reproductor de cedés, y así hacia atrás, un reproductor de cassette, una radio. Probablemente, además, no concibes tu vida sin que haya existido un soporte -físico o virtual- de las canciones que escuchas. Un registro que se transforma en el recuerdo permanente de una obra. Un registro que te permite musicalizar tu existencia completa.
Margot Loyola, además de creadora, se transformó en el soporte de la historia del folclore por más de la mitad del siglo pasado. Y también de este. Realizó un trabajo de recolección invaluable, quizás, también con una visión de futuro. Un sentido de urgencia frente a que la tradición oral no se perdiera en medio de la industrialización de la música, la edición de discos con fines comerciales más que de registro.
“Después, adolescente, llegaba a visitarlas [a las cantoras] con su guitarra, un cuaderno y un lápiz para anotar y aprender sus canciones. Los musicólogos actuales, esto es curioso, están buscando un sistema para anotar música. No les bastan las pautas establecidas en Europa, porque hay ciertas notas, ciertos énfasis que marca la cantora, que no se pueden colocar en la pauta. Margot inventó su propio sistema de anotación para indicar cuando la voz de la cantora subía, cuando bajaba, cuando arrastraba”, relata Osvaldo Cádiz.
“Sí, así lo inventé. Estas cantoras casi siempre enseñaron a cantar a sus hijos mientras tejían, les enseñaron cantando y tejiendo. Yo anotaba las canciones así: primero escribía la letra según el canto, y sobre la letra hacía unos dibujitos para orientar el ritmo de la melodía y los cambios de la voz, que sube, que baja, que viene y va”, continúa Margot.
Piensa en la historia. No en la que te enseñaron en el colegio. Deja de lado la edición de Walterio Millar, la cueca del huaso elegante y cualquier tipo de referencia que te haga pensar en el campo local como un lugar bucólico, de patrones de fundo, rodeo y chinas gustosas de servirle al patrón. Olvida todo lo que te dijo la televisión de los ochenta y la de los noventa.
Piensa en la historia como una sucesión de canciones traspasadas de madres a hijos mientras lavaban la ropa en una batea. En el conjunto de melodías de las artesanas mientras ocupan sus telares o en cada uno de los ritos que marcaba su lugar en el mundo, dentro de las comunidades indígenas a lo largo de todo Chile. Todas esas canciones fueron decisiones. La tradición oral es la verdadera historia, la que pasa afuera de los salones. La historia que hacen los pueblos.
“Cuando estudiamos el cachimbo, por ejemplo, nos llevó más de cinco años en Pica, Matilla, Tarapacá, Iquique, toda esa zona. Estudiábamos la danza, la mostrábamos y la gente nos decía: está bien, pero algo nos dice que ustedes son del sur tratando de bailar como el norte. Entonces les preguntábamos: ¿es por el pañuelo? ¿Los pasos? No, está todo, nos decían. ¿Entonces qué falta? Hay algo que no dice no más poh, nos respondían. Era eso interno que debe tener todo intérprete, captar el espíritu de esa danza para luego poder entregarla con fidelidad. Así, recién a los cinco años nos dijeron: ahora son como nosotros”, declaró Osvaldo Cádiz en una entrevista publicada hace algunas semanas en el portal de la radio de la Universidad de Chile.
“Me puse a buscar la música pascuense más tradicional, me reúno con la gente de edad y le digo: ‘Cántenme los cantos más antiguos que tengan, esos que no tienen acompañamiento de guitarra ni de ninguna cosa’ y se juntan, todos se sacan los zapatos, se sientan en el suelo y empiezan a cantar en coro unas canciones tan extrañas y yo descubro un mundo fascinante. Y les preguntaba qué significa eso que están cantando y me hablaban de una historia. “¿Eso dice la letra? No, la letra dice otra cosa, es la historia de la canción”. Todas las canciones tienen una historia y era más importante para ellos la historia que la misma traducción”, explicaba Margot Loyola, en En Busca De La Música Chilena.
Piensa en la generosidad. En el acto de regalarle a un pueblo entero su propia historia, que se encuentra casi olvidada. En la entrega que existe dentro de todos los eslabones del trabajo de la folclorista: ir a una comunidad, ser parte de ella, valorar sus obras y luego traspasarlas no sólo como un archivo, sino como un material de estudio y de lección para músicos nuevos. Así fue como Natalia Contesse descubrió que sin saberlo, siempre había estado cerca de la tonada, por ejemplo. La recopilación fue transformada también en educación, por Margot Loyola. La educación musical rica en diversidad e historias, que ni a los Ministerios ni al Congreso le han interesado jamás entregarte.
Piensa en la muerte. Es imposible pensar en la muerte, en realidad. Pasadas las diez de la noche de ayer, en el Centro Cultural Palacio La Moneda, los grupos folclóricos no dejaban de entrar. Trajes brillantes, trombones, bombos y sobre todo guitarras ¿Cómo se puede pensar en la muerte cuando la fila de niños con instrumentos en sus manos era interminable? Tomar un instrumento es también tomar una decisión. Es adoptar una posición frente al mundo y también es una de las acciones más concretas que se pueden llevar a cabo para construir un discurso ¿Cómo se puede estar triste cuando son niños y jóvenes los que deciden despedir a Margot Loyola con una guitarra en el pecho? No se puede pensar en la muerte, no se puede estar triste. No se puede sentir pérdida. Sólo se puede dar las gracias.
Cuando la Maestra fue locutora en radio Cooperativa, ahí la llamaban “la niña de la voz que besa”. La que besa su historia. Nuestra historia. La que ahora nos deja como un regalo y como una responsabilidad.