Uno de los puntos más interesantes de la ganadora del Oscar a Mejor Sonido, Sound of Metal, es que abre la conversación sobre la importancia del sonido en el cine, más allá del soundtrack que es de lo que siempre se habla. Por lo mismo, hablemos de los diferentes tipos de sonido que se usan en esta película.
Los Oscars de este año fueron un evento extraño. Y no solo es una referencia a una premiación más reducida y “austera”, sino que al hecho de que en este periodo marcado por la pandemia, ciertas películas más independientes y atrevidas podían brillar gracias a una competencia menos pesada, ya que los grandes estudios estaban más preocupados de cómo generar la mayor cantidad de dinero posible sin su mayor fuente de ingresos: las salas de cine.
Pero si este factor hacía que ciertas competencias fueran bastante difíciles de adivinar, hubo otras que eran una carrera ganada. Este es el caso del premio a Mejor Sonido (que este año combinó los premios a Mejor Edición de Sonido y Mejor Mezcla de Sonido), una categoría que básicamente ya la tenía dada la excelente Sound of Metal.
Normalmente las categorías de sonido son consideradas menores por la Academia, pero es interesante que, la mayoría de la gente que vio la película con un buen sistema de audio, tenga claro que esa era su favorita para ganar el Oscar. Dicho y hecho, Sound of Metal terminó ganando dos premios: Mejor Edición y Mejor Sonido, dos categorías “menores”, pero que básicamente premian el lenguaje necesario para crear cualquier tipo de contenido audiovisual.
No hay que perder tiempo hablando de la importancia del montaje en el cine, pero sí es interesante pensar que cuando se habla de sonido en el cine, normalmente se hace referencia a la música usada, la banda sonora, o a alguna escena que fue montada como un videoclip. Muy rara vez cuando hablamos de sonido en el cine nos referimos realmente al sonido. Y es por esto que Sound of Metal es importante, porque no solo es una gran película que te golpea de formas inesperadas, sino que también abre la conversación a un terreno del que hace tiempo no se hablaba.
Si no has visto la película, la alerta de spoiler se levanta aquí, para que vayas a verla y vuelvas a leer. Está disponible en Prime Video y en tu bahía pirata favorita. Pero si no planeas verla pronto, quizás seguir leyendo despierte tus ganas de hacerlo.
Para conversar del sonido de Sound of Metal, lo mejor es dividir su diseño sonoro en tres grandes formas en que la película lo usa: El sonido “normal”, el sonido “ahogado” y el sonido “metálico”.
Sonido “Normal”
La película se vende a sí misma como una historia centrada 100% en la música. El personaje principal, Ruben Stone (Riz Ahmed), es el baterista de un dúo de metal conformado con su pareja Lou Bergler (Olivia Cooke), que hace de vocalista y guitarrista en la banda. Desde el comienzo podemos ver que, si bien el contexto es completamente musical e incluso representa toda la vida del protagonista, no es el centro de la historia. Es más, ni siquiera recuerdo el nombre de la banda de Ruben y Lou, porque simplemente no es importante para la historia que se quiere contar.
El comienzo es básicamente, como toda buena historia, mostrar al personaje principal en su normalidad, en su zona de confort, detrás de una batería, cimentando las bases para que Lou construya sus armonías encima con su guitarra y voz. La cámara se mueve mucho, la música está muy fuerte, uno podría pensar que este es el sonido del metal que nos propone el título, ya estamos pensando en buscar la banda sonora de la cinta; solo para después dar el primero de muchos golpes de subversión que tiene el guion: un cambio brusco y drástico a la mañana siguiente. La cámara está quieta, casi no hay sonido a excepción del ambiente, y cuando Ruben se levanta para desayunar podemos escuchar las frazadas de la cama moverse, su respiración agitada cuando entrena, y de manera mucho más obvia, las gotas de la cafetera o el penetrante sonido de la pequeña licuadora.
Estas dos escenas de introducción son la forma cinematográfica de decirte que sí, este contexto es músical, pero esta película trata sobre ruido, disonancia. Si la música es la belleza del sonido, el ruido es la funcionalidad del mismo. Tal como el fútbol se lleva la gran mayoría del espacio del periodismo deportivo, las bandas sonoras se llevan la gran mayoría de la fama cuando se habla del sonido en las películas. La belleza siempre llamará más la atención, pero eso no significa que debamos dejar de mirar la funcionalidad.
Lo más rescatable de este momento de la cinta (y de los próximos que tendrán un diseño de audio “normal”) es el nivel de detalle con el que se grabaron los sonidos de ambiente, y no solo nos referimos a los más obvios acentuados por la cámara (la cafetera, por ejemplo). Sino que a los movimientos, las pisadas, los pájaros cuando Ruben sale de su casa rodante. Todo se escucha muy bien, solo para, tal como las escenas anteriores, sentir la disonancia cuando esa capacidad sonora te sea arrebatada.
Sonido “ahogado”
El incidente que gatilla las acciones en la cinta es la pérdida repentina de audición de Ruben, que son mostradas en escenas absolutamente tensas. Desde el concierto que Ruben toca con su audición reducida, hasta la mañana siguiente en que el problema persiste.
La mayoría de los espectadores ya tienen claro que la película trata de la falta de audición, pero Ruben no lo sabe, y la mejor manera de hacer que la persona mirando pueda sentir la angustia del protagonista es que viva lo mismo. Entra el sonido “ahogado”.
La película hace el truco esperable y nos muestra cosas que ya nos había mostrado, pero con este nuevo sonido. La cafetera y la licuadora son los momentos más obvios, pero quizás lo más fuerte es ver a Ruben intentando seguir a Lou con esta deficiencia sonora. Las canciones de su banda las escuchamos al comienzo, pero tal como el protagonista, nosotros nunca más las vamos a escuchar como antes.
En entrevistas, Nicolas Becker (el más hablador del equipo de sonido que también incluye a Jaime Baksht, Michelle Couttolenc, Carlos Cortés, Phillip Bladh y Carolina Santana) ha dicho que la aproximación al sonido fue muy importante, al punto que su equipo empezó a trabajar en investigar el funcionamiento del sonido un año antes de que las filmaciones comenzarán.
Como un buen director de fotografía haría, el equipo de sonido usó distintos tipos de micrófonos para capturar diferentes tipos de formas de percibir el audio. No nos alargaremos en esto, pero es sabido que nuestra percepción de la realidad depende de nuestros sentidos, por lo que por supuesto que cualquier alteración produce un efecto en esa percepción. Lo primero que la película nos muestra es como el mismo Ruben se da cuenta de que no está escuchando bien, nosotros percibimos eso gracias al diseño sonoro que se mantiene por largos y extenuantes minutos.
Cuando Ruben despierta al otro día, después de dar un concierto con su audición reducida, se levanta peor y con el audio aún más tapado. En una de las miles de sutilezas de la película, el protagonista comienza a tratar de entender este fenómeno, mueve la mandíbula y escuchamos el crujido que esa acción produce. Bueno, eso se consiguió adaptando un micrófono pequeño especialmente producido para introducir en la boca de Riz Ahmed (un lugar a donde muches nos gustaría estar, pero ese no es el punto). Con este tipo de trucos, hay momentos en la cinta en que podemos escuchar la respiración de Ahmed y sus movimientos internos, dejando fuera de la mezcla la mayoría de las frecuencias sonoras que genera el exterior.
Algo parecido sucede cuando, ya avanzada la historia, hay una mesa llena de gente sorda conversando con lenguaje de señas, y el sonido no es más que labios moviéndose y manos haciendo gestos, dos acciones con las que convivimos todo el tiempo pero a las que nunca prestamos atención de esta manera.
En el proceso de intentar acostumbrarse a su problema, Ruben termina en un albergue para personas sordas y que están recuperándose de sus adicciones (esto último es un punto importante para la historia, pensando en que su droga es la audición, pero eso es materia de otra columna). En este momento el equipo de sonido vuelve a mostrar su nivel de perfección en los detalles.
En varias entrevistas el mismo Becker explica que para lograr todo lo que se propusieron, se usaron micrófonos que perciben el sonido desde la vibración de objetos sólidos (usados en la búsqueda de petróleo) en vez de por el aire, como el resto de los micrófonos. Los mejores ejemplos de esto son la escena donde Ruben y los niños están escuchando un piano por el tacto, y la escena del tobogán.
Podríamos seguir hablando de ejemplos, de escenas, de técnicas y micrófonos, pero esta columna ya se está alargando mucho. Así que vamos con el siguiente sonido.
Sonido “Metálico”
La mayoría de la película ya pasó cuando llega este punto. El personaje de Ruben logró aceptar su sordera, e incluso logró encontrar una comunidad que lo acepta por quién es. Pero, tal como le dice el personaje de Joe (Paul Raci, qué ojo, hace covers de canciones de metal para sordos, no se la pierdan) Ruben suena como un adicto después de pasar una noche tocando batería sin poder sentir la intensidad a la que estaba acostumbrado. Lo que lo lleva a vender todo y operarse para recuperar su audición. Un movimiento digno de un adicto.
Si escenas cotidianas (como cuando Ruben se da una ducha) son descorazonadoras porque nuestro cerebro nos dice que el agua debería sonar de una forma en la que no está sonando, el peak de eso es cuando por fin activan sus nuevos dispositivos para escuchar. Riz Ahmed actúa tan bien que podemos ver su cara a punto de desmoronarse ante la realización de que su audición nunca volverá a ser la misma, y con eso, nuestras esperanzas de un final feliz también se apagan.
El sonido del metal no hace referencia al metal como género musical. Hace referencia al engaño tecnológico al que Ruben somete su cerebro para recuperar su oído. El problema es que el sonido ahora es distorsionado, metálico, la mayoría del tiempo hasta es molesto; y la cotidianidad a las que nos vimos enfrentados antes con silencio (y que nos parecía terrible) se nos cambia por algo peor, al menos para este personaje especifico.
La película logra encapsular la idea de lo que trata en la que es, a título personal, su mejor escena: Cuando Lou y su padre cantan una canción juntos. Hay una historia de reencuentro entre esos dos personajes, que termina en ese hermoso momento, pero mientras el cerebro de Ruben (y el nuestro) sabe lo importante que es eso en la vida de su pareja, su cerebro solo se puede centrar en los sonidos de metal. Si antes la película nos hacía pasar bruscamente desde el sonido “normal” al sonido “ahogado”, esta vez saca su último truco, uno que no es rimbombante pero sí efectivo: El cambio de sonido “normal” al sonido “metálico” de forma gradual. Algo que la historia, hasta este momento, no había hecho.
Sound of Metal termina tal como comienza. Una escena de ruido caótico que desemboca en un abrupto silencio. Solo que esta vez es liberador, no es lo que quería y pero si es lo que necesitaba. Porque Ruben, tal como el lector promedio de POTQ, está aquí por la música, por la belleza del sonido, pero en ese momento se percatar de que no hay vuelta atrás a su decisión.
Lo único que le entregó esta “solución” fue la vuelta de la funcionalidad del audio, pero ya no hay belleza en el audio. Es más, ya no es necesario seguir buscando esa droga. Porque sin belleza eso simplemente ya no tiene sentido.
Es por esto que la cinta casi no tiene canciones, para que las pocas que tiene sean resaltadas aún más dentro del contexto opresivo de la cinta. El final es un golpe en la guata para el que uno no estaba preparado, pero viéndolo en perspectiva, se puede entender el punto. Y aún más importante, se puede comprender porqué resonó tanto con la gente que vio la película: Porque no se trata de perder un sentido, se trata de perder un pedazo de uno. Un pedazo de realidad que uno daba por sentado, pero al que nunca le tomó el peso.
Así es como, usando sólo las técnicas, la edición y la mezcla del sonido, Sound of Metal nos da una lección que ya cantaba Juanes allá por el año 2002: Nunca sabes lo que tienes, hasta que lo pierdes.