Hace unos días, un amigo me contaba lo malo que le parecía el cartel de Lollapalooza que se liberó esta semana. Esperando encontrar un “sí, está horrible, tienes razón”, terminaba su argumento con un “y ¿quiénes chucha son Twenty One Pilots?”. Yo le dije “ellos hicieron la única presentación en los VMA de este año, junto a A$AP Rocky, que me hizo mirar la tele y subir el volumen. Son dos tipos: uno carismático que rapea con una soltura envidiable y canta coros pegajosos, y otro, el baterista, que toca como si su vida realmente dependiera de ello”.
Lo que más he escuchado esta semana sobre el cartel de Lollapalooza (que considero muy débil en su plana media en especial) es, básicamente:
Cada vez que aparece un cartel de festival los comentarios son relacionados a qué es lo que no vino, y es natural, es una selección, pero esta vez ha sido particular, porque intuyo que detrás del ¿quiénes son? se oculta algo que es más importante: el paso del tiempo. Los niños de 10 que fueron a Lollapalooza con sus padres en el año 2011, ahora son quienes quizás asistan de nuevo, pero yendo a los escenarios principales, a ver a las bandas que vendrán y que conocen mucho mejor que personas como mi amigo. En una época de sobre información musical, el paso del tiempo se agudiza y permanecer medianamente actualizado es algo que se logra sólo si se propone como un ejercicio consciente.
El ¿quiénes son? revela algo más que desconocimiento. Al impugnarse como una crítica o algo negativo, también enseña que existe una parte de la población que asiste a festivales, que aún no cae en cuenta de que está envejeciendo. Que ya no son los únicos que forman parte del público objetivo y consumidor de este tipo de eventos. Porque recuerden eso, todos estamos en aquella bolsita de consumidores. Lollapalooza no existe, no se monta, ni tiene equipos distribuidos por todo el mundo trabajando sólo para saciar tus ganas de ver a Tool en Chile.
Otro punto importante, es la foto principal que acompaña a este texto. Esta es una de las tantas imágenes que se compartieron en redes sociales, luego de la publicación completa del cartel de Lollapalooza. Muchas risas en todos los comentarios, porque por supuesto ¿qué va a saber una adolescente que asiste a Lollapalooza de Bad Religion? Ahí es cuando la burla se da vuelta y la risa cae encima del post adolescente que publica la foto (esta canción está dedicada a esa persona, sé que te encanta).
En aquel acto de ocupar una foto de unas quinceañeras rubias y poner esa frase, se desprenden algunos sentimientos patéticos pero no por eso, menos reales. Puedo oler cierta envidia. Envidia porque ellas han pasado a ser parte de ese público consumidor al que apunta el festival. Envidia por no ser lo que está en boga, por no ser el fan al que Lollapalooza desea hablarle.
También, por supuesto, huelo misoginia. ¿Por qué una pendeja va a conocer a MI banda Bad Religion? A los quince años, mi mochila estaba asquerosa. Era azul y cuando no encontraba parches bonitos, intentaba escribir los nombres de las bandas con plumones permanentes. Uno de esos nombres, en segundo medio, era Bad Religion, justo al lado de NOFX. Y era raro. Por una parte, en mi casa, en mi pieza rosada estaba pegado el póster de Pump Up the Valuum y mi mamá decía que sacara esa cosa horrible de mi virginal pared. Por otro, mis compañeros del colegio me molestaban porque, por supuesto, tener escrito Bad Religion en la mochila era de posera, aunque yo fuera genuinamente feliz descargando sus canciones de eMule.
Podríamos estar horas hablando sobre lo agotador que es para una mujer crecer siendo encasillada en estereotipos, en todos los niveles. Este es uno. Vestirte de una manera pareciera ser un bloqueo automático para escuchar cierto tipo de música. Si eres rubia no puedes ser punk. O no te puede gustar el metal (si no eres escandinava, por supuesto). Si eres una mujer de quince años, probablemente, no sepas nada de rock. No sabes nada de música.
Cuando eres una adolescente y te gusta mucho escuchar música, vives en dos limbos al mismo tiempo: uno, que es el personal, en el que vas descubriendo, probando, conociendo y dándole de manera libre un uso a las canciones. El otro, que es el público, es el que cuestiona esos procesos de descubrimiento de acuerdo a la manera en la que te ves, en la que hablas con el resto, incluso de parte de tu entorno. “¿Te gusta The Cure y te ríes muy seguido? Amiga, algo anda mal, no eres R34L”, lo puedo entender si viene desde un compañero de curso a los quince años, porque tanto él como yo estamos descubriendo cosas y sentimos la urgencia de sentirnos parte de algo, una urgencia que obliga a emitir juicios tangentes -y equivocados- muchas veces. De parte de hombres adultos con mucho tiempo para usar internet, es un poco patético.
Quizás las niñas de la foto efectivamente no conozcan a Bad Religion, probablemente, vayan todas juntas a Lollapalooza, compren la entrada y pasen el momento más feliz de sus vidas viendo a Jack Ü (el proyecto de Diplo y Skrillex). Probablemente, también usen poleras cortitas de algún color flúor y se les vea el ombligo. Tal vez, cuando vean a Halsey y ella cante ‘Ghost’, estas chicas la acompañen a coro, mal que mal, la cantante tiene 19 años y es algo que ellas pueden conocer muy bien y con lo que pueden identificarse.
También quizás alguna sí conozca a Bad Religion y mientras sus amigas están en el escenario electrónico, ella puede cumplir un sueño. Probablemente, algo escuchó en Youtube y le gustaría ver a los tatitas tocar en vivo.
Otra pregunta es ¿por qué es tan raro que a una quinceañera le guste Bad Religion? Qué es lo especial que tiene esta banda que al parecer está protegida por un campo de fuerza -un pelotudo- campo de fuerza. A ti, amigo punk rock, te explico: Bad Religion va a tocar en Lollapalooza. Ahí es cuando me pregunto ¿entienden de verdad lo que es este festival? Esta banda va a tocar ahí, aceptó tocar y ser parte de este proyecto. No en el patio de tu casa, así que guarda tus pancitos veganos con soya de Monsanto. Creo que si Ian MacKaye de Fugazi viera esta burla que anda dando vueltas con la cara de esas niñas, se cagaría en todos los que la han compartido. Se reiría muy fuerte, mientras se hace un asado con pimentones rellenos de apio. Y diría, “estos pendejos no entienden nada”.
Porque no entienden nada. No entienden que una de las virtudes más mágicas de la música es la de otorgar un sentimiento de libertad. Las canciones son nuestro discurso, las usamos y conversamos sobre ellas para explicar de una manera un poco más hermosa cuál es nuestro lugar en el mundo. Lollapalooza es un negocio que se sustenta en esa lógica, estés o no de acuerdo: la idea de ver música al aire, con diferentes géneros, para diferentes personas, con diferentes discursos. La idea que vende la organización es que de acuerdo a la selección que hacen cada año, vayas a ver a quienes te ayudan a explicar la manera en que tú ves el mundo, con sus canciones. Así de terrorífico, así de alcanzable.
El problema de los que compartieron esa foto, se rieron de ella o simplemente se enojaron, preguntando ¿quiénes son los monos del cartel?, es que el reloj ha corrido, el mundo se ha movido y es quizás esta, una de las primeras demostraciones masivas con la que nuestra generación, los nacidos en los ochenta, se dan cuenta de que están envejeciendo y que ya no son sus padres los que dicen no conocer a cierta banda. Son ellos.