“¿Por qué siguen sonando los mismos artistas chilenos?” se preguntaba El Mercurio la semana pasada cuando, a seis meses de vigencia de la Ley del 20%, cifras de la SCD demuestran que prácticamente no hay músicos nuevos (o “emergentes”) en la parrilla programática.
El periodista José Vásquez consulta a músicos y gente de la industria radial en busca de respuesta. La más estrafalaria de todas es la del presidente de la SCD, Álvaro Scaramelli, quien augura una renovación radical de la parrilla en los próximos cuatro años, cuando los programadores radiales sientan que están repitiendo mucho las canciones y se vean obligados a cambiarlas. Esta idea es rara puesto que: uno, el reportaje precisamente se trata sobre lo cómodos que se sienten los programadores radiales pasando siempre las mismas canciones. Dos, hay pocas experiencias radiales tan satisfactorias como escuchar una canción que se recuerda con cariño.
Del resto, músicos y ejecutivos coinciden en la necesidad de la profesionalización. Hay que decir que los músicos que contestan son músicos que salen en la radio, de modo que –imagino- se les pregunta para que cuenten la receta del éxito. “La oferta de música tendrá que profesionalizarse en un punto anterior a que salga a la luz”, reflexiona el ex Bunker Álvaro López; “esta medida [la ley] obliga a que los músicos emergentes deban elevar sus parámetros de calidad” opina Rainiero Guerrero, director de Radio Futuro.
La idea de que los músicos chilenos deben profesionalizarse ha sido una constante en los últimos treinta años, pero ¿qué significa en la práctica? Para algunos, la capacidad de vivir de la música; para otros, dignificar el trabajo del músico, lo que quiera que eso sea. Para los programadores radiales es siempre la excusa para no pasar producto nacional: “No es llegar y alcanzar un estándar radial. Es caro entrar a un buen estudio y masterizar un disco”, dice Mariana Montenegro de Dënver.
En una muy interesante auto-entrevista, Jorge González explica las condiciones en que se grabaron cada uno de los discos de Los Prisioneros y admite –con pesar- de que son discos más bien artesanales, pese a lo cual es una de las bandas que más suena en las radios locales. A principios de los noventa, Claudio Narea organiza la Asociación de Trabajadores del rock y edita dos compilados en CD, llenos de canciones que jamás has escuchado, en respuesta a la crítica constante de que las bandas grababan mal.
Frente a las presiones por profesionalizar la actividad musical , cabe recordar varias cosas:
1. La profesionalización no pasa exclusivamente porque los músicos se endeuden para pagar grabaciones carísimas, sino que es resultado de un contexto en el cual distintos actores coinciden -en recursos y ganas- en producir música de forma industrial, buscando rédito. No sirve de nada que los músicos quieran ser profesionales si no hay sellos ni productores dispuestos a invertir, ni lugares adecuados donde tocar, ni suficiente público como para que la inversión valga la pena.
2. Sin industria, es altamente improbable lograr éxito masivo haciendo música en Chile, sobre todo en el mundo del pop-rock. Evidentemente existen excepciones, pero por cada banda como Los Bunkers, existen miles de otras que funcionan en condiciones de precariedad, similares a las retratadas en el excelente documental de Los Rockers.
3. Hacer música de forma “profesional”, buscando “rotación radial”, es solamente una de las maneras posibles de hacer música. Existen otras que no son ni menos válidas, ni menos dignas. Al contrario.
4. Había música antes de la radio y va a haber música después de la radio también.
Ahora, es posible que la culpa sea mía, pero la verdad es que nunca terminé de entender el objetivo de la Ley del 20%, más allá de asegurar una cuota mínima de rotación de producto nacional en el dial, ¿Qué es lo que se buscaba? ¿Fomentar la industria? ¿Es esa la prioridad que tenemos como país respecto a la música? Lamentablemente, el debate sobre la ley fue cooptado por una discusión absurda, sobre si era posible que el Congreso legislara respecto a un recurso público como el espectro radiofónico y lo que esto significaba en términos económicos, para las empresas que lo explotan.
Si lo que nos interesa es el fomento de la actividad musical, la Ley del 20% es más que insuficiente. Una definición amplia de música chilena conlleva una lista igual de amplia de motivaciones, expectativas y metas, muchas de las cuales no pasan ni por sonar en la radio y a veces ni siquiera por grabar. Hoy, la radio es una vitrina más en un abanico, relativamente, amplio de alternativas, y será cada músico quien defina cuál es la que más le acomoda, si lo que realmente quiere es darse a conocer.
Por otro lado, cuando se construye una multicancha nadie espera que lo que allí se forme sea deportistas profesionales; puede que el destino regale uno o dos, pero lo que se busca es fomentar el deporte como forma de recreación. ¿Por qué no hacer lo mismo con la música?
Seguir enfocando el debate en la profesionalización del músico es querer imponer un paradigma economicista a una práctica que, en primera instancia, es expresiva y donde las posibilidades son infinitas. Si en la radio siguen sonando los mismos músicos que sonaban antes de la ley, debe ser porque se trata de música producida con una lógica radial, ahí donde sus intereses confluyen con las expectativas de las emisoras. Pero la riqueza de la música nacional ni empieza ni termina ahí y ojalá las políticas públicas dieran cuenta de ello.
*El autor de esta columna es Vladimir Garay. Él es periodista e hizo esta página bacán.