Es evidente que, como (más o menos) decía Dylan, los tiempos cambian. Uno se podría sorprender pensando en que, tiempo atrás, en las listas de éxitos un disco tan árido como Closer de Joy Division fue Top 10 en Reino Unido, y tanto ese como su debut, Unkown Pleasures, llegaron a disco de oro allí. O que un álbum tan devastador como Disintegration de The Cure, fue uno de los discos más vendidos del año a nivel mundial. O que Kate Bush no tenía problemas en alcanzar el tope en las listas de popularidad. Quizá uno de los casos más claros de que lo disfuncional no estaba reñido con el éxito fue cuando la extrañísima ‘O Superman’ de Laurie Anderson, llegó al número 2 en la lista de ventas. Una canción avant-garde (mucho más extrema que cualquier single que haya podido sacar Radiohead, por ejemplo), que duraba más de 8 minutos, con un video que parece una pieza de museo de arte contemporáneo, sonaba en las radios y vendía miles y miles de discos. Sin duda, eran otros tiempos.
Y en esos otros tiempos, Leonard Cohen, era una estrella mundial que copaba listas de ventas, actuaba en televisión, era entrevistado en revistas de tendencias y su nombre era tan popular como lo pueda ser hoy el de Ariana Grande. No exagero. En los años ochenta ya no era joven, puesto que tenía una larga carrera a sus espaldas, pero la salida de Various Positions (que incluía ‘Hallelujah’ y ‘Dance Me To The End Of Love’, algo así como lo más parecido que había tenido nunca a un éxito radial, y su primer videoclip) y, sobre todo el giro hacia el ¡synth-pop! que supuso I’m Your Man, dejando descolocados a sus seguidores históricos, lo convirtieron en un nombre musical fuera de los círculos especializados. Canciones recitadas más que cantadas, con coros rozando lo kitsch, con letras complejas, con gran humor negro, pero sin renunciar a lo intelectual y las citas cultas. ¡Y fue un éxito!.
Un ejemplo. En mi casa, una casa normal y corriente en España a mediados de los ochenta, con una familia de clase media que tampoco se puede considerar melómana, estaban en casete Death of a Ladies’ Man (retitulada como La Muerte de un Mujeriego, en aquella época en la que era habitual, por alguna razón que se me escapa, poner en los discos los nombres de los mismo y de las canciones traducidas), Various Positions y el mismo I’m Your Man. Y recuerdo ver fascinado a Cohen actuar en televisión un programa llamado “Sábado Noche”, algo así, para entendernos, como un “Sábado Gigante” de horario nocturno presentando por el periodista Carlos Herrera y Bibi Andersen, trans famosa por actuar en varias películas de Pedro Almodovar. Lo que quiero decir es que Cohen era un nombre que conocían los niños, los adolescentes, sus papás y hasta sus abuelos, no una oscura figura de culto como se tiene la percepción ahora.
El 2016 está siendo cruel para la música popular. Tres de las grandes figuras de la misma, Bowie, Prince y Cohen, han fallecido en este período. En el caso de Bowie y Cohen, duele aún más porque sus últimos discos se encuentran entre lo más destacado de toda su carrera. No son como esas figuras legendarias que sacan discos autistas, cansinos y sólo para cumplir compromisos contractuales. No, a pesar de algunas irregularidades (el anterior disco de Cohen no hacía justicia a su talento), ambos se han despedido con obras crepusculares, que hablan a la muerte con serenidad y sin ansiedad, con testamentos sonoros lúcidos y con la enseñanza para los que nos quedamos sobre que no deberíamos asustarnos ante el inminente final.
Mucho se ha escrito del amor de Cohen por Lorca. No hay más que ver que una hija del músico y escritor, se llama así, Lorca, y que siempre contaba que comprar una edición de segunda mano de “Poeta en Nueva York”, le cambió la vida y le hizo nacer la vocación de escritor. Cuando, para un homenaje al propio Lorca, grabó ‘Take This Waltz’, basado en “Pequeño Vals Vienés” del poeta granadino, sus dos universos se unieron de manera explícita. Esa canción sería recuperada para I’m Your Man, pero también será el germen de uno de los discos más importantes que se han grabado nunca en español.
Alberto Manzano, traductor oficial de Cohen al español y amigo íntimo de este, decidió hacerle un regalo por su 60 cumpleaños, así que contactó Enrique Morente, una de las grandes figuras del flamenco, probablemente la más ambiciosa y renovadora junto a El Lebrijano, desde la aparición de Camarón de la Isla. La idea de Manzano era que Morente grabase una adaptación de canciones de Cohen y las mezclase con Lorca. El proyecto entusiasmó al cantaor granadino, y reclutó a inesperados compañeros de viaje, la banda de hardcore, también de Granada, Lagartija Nick, junto a otras figuras del flamenco como Tomatito, Juan Antonio Salazar o Vicente Amigo.
Luego de tres años, veía la luz el monumental Omega. Un disco en el que cuatro canciones de Cohen, ‘Hallejulah’, ‘Priest’, ‘First We Take Manhattan’ y la relectura lorquiana de ‘Take This Waltz’, más otras poesías de Lorca, eran adaptadas a ese flamenco hardcore que fue tan mal entendido y tan criticado en los círculos del flamenco más ortodoxo pero que, el tiempo, ha convertido en un clásico indiscutible. Como inolvidables fueron las presentaciones de ese disco, toda una experiencia irrepetible.
Si hay que valorar a un músico por el respeto que le tienen el resto de compañeros de profesión, seguramente Cohen podría sentirse feliz. Además de Morente, es inevitable pensar en el disco I’m Your Fan, el homenaje planeado por la revista francesa Les Inrockuptibles, que en el ’91 reunía a R.E.M., Pixies, Nick Cave, The House of Love, Jean Louis Murat, Lloyd Cole, John Cale de la Velvet, Ian McCulloch de Echo and the Bunnymen o a Robert Forster de Go Betweens, entre otros reinterpretando las canciones del canadiense. Un álbum con más estrellas que la Vía Láctea. La revista inglesa Mojo no quiso ser menos e hizo su propio disco tributo con Palace Songs, Father John Misty, Cass McCombs, Bill Callahan o Michael Kiwanuka. Quizá no tan impresionante, pero igualmente remarcable. Para el que se atreva, también hay uno horroroso llamado Tower of Songs, en el que grandes nombres como Bono, Elton John, Martin Gore de Depeche Mode, Peter Gabriel o Sting se dedicaban a destrozar canciones indestructibles (o eso parecía antes de pasar por esas manos).
La perdida de Cohen, en plenas facultades artísticas a pesar de sus 82 años, deja un vacío en el panteón de los mitos de la música popular imposible de sustituir. Como dijo en su emotiva carta de despedida a Marianne Ihlen, musa de juventud y la Marianne de la mítica ‘So Long, Marianne’: “Bueno Marianne, ha llegado ese momento en el que somos realmente viejos y nuestros cuerpos se están desintegrando y pienso que te seguiré muy pronto”.
No ha tardado mucho, apenas unos meses. Pero, aunque no deje de ser un tópico molesto, su música sigue ahí, para siempre.