Poder observar la evolución de una artista es una decisión, pero también un espacio privilegiado, en medio de un mundo que nos exprime y que nos obliga a pasar, sin pausa, de novedad en novedad, sin tiempo para asentarnos en ellas y encontrar lo que nos conecta.
Durante los primeros días de agosto del 2015, Tiare Galaz publicó su primera canción, ‘Lo que dejo’. El panorama era muy diferente al actual en ese tiempo. Otro Chile. Otro mundo. Otras formas para (casi) todo. El 7 de agosto de ese año escribí: “En este debut se pueden apreciar detalles que quizás terminarán por definir a una nueva tradición de cantautoras latinoamericanas de esta década: el uso intuitivo de los instrumentos, de las herramientas de grabación e incluso el uso limpio y simple de sus propias voces. Eso sí, cada una destacando con sus propias características. Si esto fuera el video de ‘Bad Blood’ de Taylor Swift, Niña Tormenta estaría acompañada de Vero Gerez (Argentina), Cancioneira (Venezuela), la Carla Morrison del EP Aprendiendo a Aprender del 2010 y la Natalia Molina que cantaba ‘Alma’, en la Peña de Nano Parra, hace un par de años atrás, sólo con dos guitarras”.
No se trataba de que estas artistas inventaran un sonido en particular, ni tampoco una forma nunca antes vista de hacer las cosas, tampoco el minimalismo. Pero todas, cada una con sus particularidades, convocaban a un estado del mirar hacia adentro de una forma particular, en un contexto en el que el afuera y la exposición que controlábamos de ello era cada vez más importante.
Foto: @marcegonzalezguillen
Han pasado los años y Tiare Galaz —Niña Tormenta— vuelve con una novedad. Se trata de su segundo disco Las cosas lento, sucesor de Loza y editado desde su hogar desde el inicio, Uva Robot. Si en su debut se hacía carne aquella intuición para construir canciones, ese ¿qué pasa si?…, en este segundo trabajo encontramos a una cantautora que ya conoce su universo propio y se siente cómoda en él, sin abandonar las corazonadas que puedan aparecer. “La soledad es fundamental para poder hacer la música que hago, eso es un aprendizaje que he recogido en estos años. Muchas de las canciones más densas o profundas son fruto de diálogos internos que sostengo por un tiempo hasta que los escribo. Cuando veo que hay ideas o frases que se repiten, entiendo que hay algo que quiere aparecer y lo tomo como una semilla”, explica Galaz.
Y desde el título del álbum en adelante, aparece una generosa y agradecida invitación a ir en contra del ritmo de una época, no por rebeldía o como definición puramente estética, sino que, a estas alturas, por pura supervivencia. Incluso hasta la manera de construir estas canciones invoca al sentido de su nombre. Todo fue grabado pasito a pasito, en cinta, desde el 2020 al 2023 junto a Arturo Zegers en una cabaña en Punta de Tralca y en Estudio 050 de Molco, Villarrica.
Y lo confirma su autora. Según ella, Las cosas lento “pone en cuestionamiento la imposición de crear de manera frenética, acomodándonos a un ritmo de producción que se asemeja más a las máquinas que a los humanos. ¿Cuánto demora una, o varias manos, en construir un álbum?”, cuestiona.
Foto: @marcegonzalezguillen
En este caso, tres años y varias manos. Junto a ella trabajaron Arturo Zegers en la producción, Carlos Cabezas en la producción de ‘Mirada Encendida’; Macarena Galaz en bombos y voces; Chini Ayarza en voces y teclado, Alfonsina García en chelos y Diego Lorenzini en la voz ‘Tu Cabecita y la Mía’. No son solo el paso del tiempo y el ejercicio del oficio propio el que nos entregan nuevas perspectivas, sino también los vínculos que formamos en el camino: creativos o emocionales (sin forzarlo muchas veces que van trenzando ambos).
Además de estos compañeros y compañeras de viaje, en Las cosas lento están las melodías que ya son firma de la casa de Niña Tormenta, están las cuerdas y también su voz, pero esta vez acompañadas también de sintetizadores en manos de Galaz, creando capas que solo entregan más profundidad en cada canción, terminando por crear piezas que son el equivalente a salir a pisar el pasto sin zapatos para una persona que vive en una ciudad sin parques. Es exactamente ese alivio y esa conmoción sensorial, juntos (se puede confirmar escuchando ‘Niebla’).
También pareciera ser que en las canciones de Tiare habitan fantasmas. Es como si en esa necesidad suya de funcionar en otra velocidad, quienes ya no están, encontraran el espacio para volver a acercarse ¿Será esto lo más cercano a sentirse cobijado por una canción? Si este disco fuera una casa, cada tema sería como tocar los pañuelos de una abuela que ya se fue, oler los condimentos que quedaron de una cocina que ya no se usa, hojear los libros de páginas amarillas de alguien que decidió que fueran parte de su colección y que ya no está. Pero que es recordado. El peso (feliz), el recuerdo (tibiecito) de un hogar o de un momento que ya no va a volver están presentes en estas canciones. Tiare conjuró para que esos fantasmas que amamos vuelvan a abrazarnos cuando aparece su voz. Puede que sea el regalo más bonito que nos deje el 2023.
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