El próximo 7 de octubre en el Movistar Arena, el grupo inglés Porcupine Tree hará su debut en nuestro país. Su vocalista y principal compositor, Steven Wilson, ya ha visitado en varias ocasiones Chile y al parecer el entusiasmo es mutuo: todas las ubicaciones se agotaron con rapidez, a excepción de cancha.
Ese dato me quedó dando vueltas porque no me lo esperaba, aunque también está la posibilidad de que yo viva debajo de una piedra. Aparte de confirmar que Chile es un país de metaleros (ya, si sé que tocan rock progresivo, pero quiero exagerar), todo esto instaló una pregunta en mí: ¿en qué estamos de acuerdo alrededor de 10,000 personas?
Tomé (y juro que con mucha humildad) mis avatares de msn, firmas de foros, plantillas de livejournal y blogspot, la música del álbum que más me impactó, el único disco que tengo físico y el recuerdo de los dos conciertos de Steven Wilson a los que fui (donde tuve la suerte de reseñar uno) y empecé a trazar una respuesta.
Formado el año 1987 y con un inicio psicodélico injustamente ignorado, el grupo comenzó a ganar reconocimiento en los 90s, cuando su sonido se inclinó al rock progresivo y a toques más modernos, desmarcándose del canon de Marillion, Pink Floyd, Yes, King Crimson, entre muchos otros, que de todas formas se mantuvieron como dignos referentes. No obstante, Porcupine Tree le dio una frescura necesaria a un género tan rígido y que fácilmente puede caer en la monotonía -sin ser esto una ofensa-.
Logró empaparle, además, un aura triste y un ambiente delicado y luminoso a un mensaje que esconde las frustraciones de lo que a veces llamamos problemas del primer mundo. Sufrimientos que, a molestia de algunos, son reales, válidos e intensos. Las letras y las temáticas de cada disco se alejan de la lírica de ensueño de los primeros años del rock progresivo, y también de la fantasía propia de este tipo de género y sus variaciones, como el metal.La banda aterrizó al rock a la vida moderna, a sus miserias, tristezas y esperanzas.
En su discografía encontramos baladas que homenajean el romance en el cotidiano de la ciudad, el pánico a envejecer, la drogadicción, la alienación que provoca la tecnología y el consumo masivo, la amargura que trae la ausencia de alguien, el miedo a la muerte, las inseguridades, o el peor lado de las personas.
Cabe destacar, además, que Porcupine Tree está estrenando su nueva placa, titulada CLOSURE / CONTINUATION, el primer disco de la banda después de 13 años. La placa confirma que el grupo sigue encarando a los tiempos actuales, radicalmente distintos a la escena musical de hace más de una década, cuando dejaron de estar activos tras el lanzamiento de The Incident (2009). Hay muchas expectativas este año.
Los rankings más renombrados –que curiosamente suelen tener una inclinación al rock como la música más refinada de la industria contemporánea– posicionan a Porcupine Tree como una de las mejores bandas de la historia. Pero me gusta apartar la mirada a esa soberbia y subjetividad, porque observarlo desde ese prisma revela al grupo como una narración fría, pálida, engreída, compleja y sensible de lo que significa estar roto. No sé qué tan lamentable sea, pero esto me hizo concluir desde hace ya varios años que existe belleza en el dolor. Uno que se disfruta mejor en las butacas con asiento.
Quizás esta es mi respuesta. Una entre 10,000 más.