El dúo francés Justice se presentará junto a Modeselektor el próximo 3 de mayo en el marco del festival Electric Circus, en el Teatro Caupolican. Será su segunda visita a nuestro país tras su paso por el Movistar Arena en el año 2009, cuando vinieron en formato DJ Set. Esta vez, en cambio, los galos llegan con su segundo disco bajo el brazo (“Audio, Video, Disco”, editado en octubre del 2011) y un live act que promete repasar lo más selecto de su carrera.
Aprovechando la ocasión, hemos hecho el ejercicio de repasar los hitos y pistas que ayudan a entender este suceso galo en su dimensión más amplia. A continuación, algunas claves tras el fenómeno de una dupla que tiene su marca registrada en aquella cruz que brilla en sus discos y sobre el escenario, la misma que genera tanta devoción como cuestionamientos.
Son tan amados como odiados. Es el precio que la dupla parisina de Gaspard Augé y Xavier De Rosnay ha tenido que pagar por la enorme exposición mediática de su cuestionado pero efectivo sonido, que no busca otra cosa que hacer bailar a las masas. Desde sus inicios el dúo -que toma su nombre de uno de los conceptos fundamentales de la República de Francia desde la Revolución de 1848- coqueteó con la alta industria musical, remezclando a figuras del pop mundial (Britney Spears, Fatboy Slim, N.E.R.D) y ganando terreno en radios y clubes europeos con su innegable talento para la edición, el sampleo y los ritmos danceros.
Su primer single como banda, ‘Waters of Nazareth’, fue lanzado el 2005 por la etiqueta Ed Banger y desde entonces todo fue grito y plata para Justice. El tema ‘We Are Your Friends’ (una colaboración con Simian) ganó el premio al Mejor Video en los MTV VMAs del 2006, un buen presagio de todas las luces y aplausos que recibiría su debut en largaduración, un año más tarde.
El álbum, titulado “†” y lanzado en septiembre del 2007, resultó ser un revitalizante y llamativo compendio de melodías eufóricas pensadas para los clubs, en donde se encontraban con precisión algunas de sus innegables influencias. La siempre respetable identidad del french touch (house francés), con referentes como Laurent Garnier, Motorbass y, sobre todo, Daft Punk (quizás la relación más obvia en su sonido), además de pseudo-tendencias europeas y americanas de mediados de esa década como el nu rave o el dance-punk, donde la electrónica y el rocanrol se fusionaban en un nuevo concepto de música de multitudes. Un híbrido entre el estadio y la discoteca.
Con sencillos como ‘D.A.N.C.E’, ‘Genesis’ y ‘Phantom’, Augé y De Rosnay ya gozaban del reconocimiento de medios como Rolling Stone o Pitchfork, además de algunas nominaciones a los Grammys de ese año. Sus pegajosas melodías también fueron utilizadas en campañas publicitarias (Levi’s, Cadillac), videojuegos (“Need for Speed”) y series de televisión y peliculas (“Top Gear”, “The Inbetweeners”). En los meses siguientes el grupo se dedicó a girar por el mundo con su energizante performance y en 2008 publicaron “A Cross the Universe”, un DVD que recopila su tour por Norteamérica más un documental que retrata la experiencia de sus shows, sobre y detrás del escenario, aumentando su estatus de nuevos rockstars y su capacidad para atraer eufóricos seguidores.
Pero el dúo tenía una difícil misión a futuro: la prueba del segundo disco, aún más compleja considerando la buena crítica que tuvo su primer trabajo -incluso en medios alternativos- y su amplia aceptación por parte del público. Tras cúmulos de festivales, shows de televisión y remezclas a Lenny Kravitz y U2, los franceses debían darle a sus fans algo que valiera la espera.
‘Civilization’ fue el primer adelanto del venidero álbum, y pronto quedó en evidencia una vuelta de tuerca en el sonido de Justice. “Audio, Video, Disco” (lanzado en octubre de 2011) fue el título de la ansiada secuela, definida por sus autores en una entrevista como “un disco de rock progresivo tocado por chicos que no saben tocar”. El elepé evidenció una sonido mucho más light, cargado hacia las guitarras aéreas y glamorosas de épocas pasadas del rock con un toque de electrónica ochentera, y melodías más cercanas al pop. La actitud feroz y pistera fue reemplazada por la exploración de nuevos ritmos, quizás como un noble intento por no copiarse a si mismos y ofrecer algo fresco y arriesgado, en lugar de contentar a los fans con fórmulas ya conocidas.
Pero algo pareció faltar. Es difícil decir exactamente qué. Aunque el disco fue recibido de manera positiva por algunos de sus seguidores, el grueso de la crítica -influenciada por la inevitable comparación con su predecesor- determinó que Justice ya no era ese dúo capaz de mover masas eufóricas, tan necesario y preciso en su momento. ¿Pasaron los 15 minutos de Auge y De Rosnay? Es muy posible que así sea. Mientras que, en su ejecución, “Audio, Video, Disco” no es un mal trabajo, peca de falta de entusiasmo, de poca solidez o, quizás, de una mala visión comercial.
No será la ruina total para los europeos ni una excusa para destrozarlos, pero es claro que el efecto producido en sus auditores más fieles no se acerca al fenómeno visceral de su primera placa. Si el debut hizo bailar incluso a exigentes y escépticos, su sucesor hace que el oyente lo piense dos veces antes de moverse. Y dado que Justice no es una banda cuya música tenga fines intelectuales o llame a la reflexión, el disco termina siendo poco convincente.
Quizás hubiese sido un buen comienzo para alguna agrupación de pop electrónico con intenciones comerciales, pero el resultado no satisface viniendo de un suceso como Justice. Sus melodías calzan bien en avisos publicitarios y videojuegos, tienen una gran producción y una acertada mezcla de hair metal, disco y pop sintetizado de décadas pasadas en clave actual, pero les falta sangre, energía, sudor. Cualidades a los que sus seguidores se habían acostumbrado.
A pesar de todo esto, Justice sigue siendo una marca que no deja indiferente a nadie. Y eso es un mérito. Peor que el rechazo es la indiferencia total, dicen algunos, y ésa parece ser la característica distintiva de un dúo que ha sabido posicionarse en las primeras líneas de la industria y venderse como pocos. A solo días de su segunda visita a Chile, podemos decir que verlos en vivo puede sacar de dudas a algunos y hacer bailar a varios más. Y es que sobre el escenario es donde esta experiencia merece ser vivida y criticada en plenitud. Es ahí, entre la multitud, donde se genera en cuerpo y alma la esencia de los galos: el baile. Ahora la última palabra no la tendremos nosotros, sino el público. Como dice el dicho, juzgue usted mismo.